Prefacio.

1.1K 115 59
                                    

24 de diciembre del 2007

Alannah no había dejado de mirar a todas partes, ¿por qué nadie había venido a su fiesta de cumpleaños? ¿Era en serio? Sí, lo confirmó cuando ya anochecía en la ciudad de Londres.

Resignada y triste, se fue hacia una de las sillas y se sentó allí, cruzando sus brazos sobre su pecho y haciendo un mohín en sus labios. Estaba a punto de echarse a llorar, lo sabía. Pensó que había sido una tonta al creer que sus compañeros del colegio iban a venir a celebrar su cumpleaños número seis, ¡era obvio que nadie la toleraba!

Todo lo que había hecho su padre había sido en vano. Había hecho el mejor bufet que no había visto nunca, una torta de cerca de tres pisos, muñecos inflables, un gran castillo inflable, personajes disfrazados, juegos infantiles y muchas cosas más que rebasaban los miles de liras.

Soltó un suspiro. Nada la alegraría, absolutamente nada.

Solo tenía a algunos cuantos amigos en su fiesta, ¡y eso solo porque eran sus vecinos y parte de su familia!

Lea caminó hacia ella y se sentó a su lado.

—Alannah, no estés triste, venga, vamos a jugar con ese peluche de la bestia.

La castaña negó.

—No quiero.

—Pero... —insistió. Al ver que su mejor amiga no quería hablar, se puso de pie y se fue de allí, hacia donde se encontraban sus hermanos.

—No quiere hablarme, no quiere nada —murmuró la pequeña pelinegra con la voz acuosa.

Leandro, quien al ver a su hermana triste, se ofreció en ir a hablar con la pequeña Alannah. Se había mantenido callado desde que llegó a esa casa, y es que tampoco era un parlanchín, hablaba lo suficiente. No era de relacionarse con los demás, odiaba los lugares abarrotados, sobre todo cuando no sentía que era su ambiente. Su familia lo calificaba como un asocial y él no lo negaba.

Caminando con pasos sigilosos llegó hasta ella y se plantó en su delante, sin embargo, sus ojos no le miraron. Pero Leandro era tenaz y no se iba a ir de allí sin obtener respuesta alguna. Se veía muy preciosa, admitió el pelinegro por dentro. Alannah se veía como un ángel, pero con un vestido amarillo, vestida de su princesa favorita; Bella.

Se sentó a su lado y no dijo nada, Alannah aparentó no verlo. Leandro sabía que era tímida, mucho, y que no hablaba con facilidad con nadie, pero, ese día que su padre le aseguró hacerle una fiesta de "La Bella y la Bestia", fue entusiasmada al colegio y les habló a todos sus compañeros, invitándoles a su fiesta, a Leandro le hirvió la sangre por la soez de cada uno de ellos.

—Las personas sueles ser muy tontas —mencionó Leandro, quien a sus ocho años era demasiado inteligente, analítico y crítico—, siempre están los lugares erróneos.

Alannah no alzó la mirada.

—¿Eso crees? —murmuró por lo bajo.

—Sí. La estupidez humana cada vez es más sorprendente, no asistir al cumpleaños de la princesa debe de considerarse violar las leyes.

Leandro vio un atisbo de sonrisa en los labios de Alannah. Lo había conseguido; hacerla olvidar al menos un poco de todo lo horroroso que estaba sucediendo. No vendrían, Leandro lo sabía, pero no entendía el porqué de ello, solo tenía consciencia de que era absurdo.

—¿Eso es malo? —preguntó en voz baja.

—Lo es. Lo suficiente como para enfurecer a la Bestia.

Con "bestia" se refería a él.

—¡Eso es muy malo! —exclamó Alannah, llevándose sus dos manos a la boca.

Dime que me AmasOnde histórias criam vida. Descubra agora