Capítulo 18.

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Leandro Garson

Sábado 26 de septiembre de 2020

Lisandro estaba sentado en la esquina de mi cama, mi escritorio estaba hecho una mierda porque él había malogrado su computadora y no quería pedirle dinero a papá para comprarse una nueva.

—¿A qué hora piensas irte? —espeté con amargura. Eran las diez de la mañana y quería llamar a Alannah para preguntar cómo estaba, no tenía tiempo, iría con papá a la empresa.

—Aún me falta mucho. El idiota de Theo me dejó gran parte del trabajo —dijo.

Solté el aire y miré mi teléfono. No era lo mismo por mensaje, yo quería oír la voz de Alannah. Además, no me sentía cómodo hacerlo en otros lugares.

—Quizás lo hizo porque no has estado ayudando en nada —dije—. Luego terminas de hacer lo que falta, pero ya lárgate de aquí, necesito hacer unas cosas.

—¿Qué cosas? ¿Leer?

—No. —Me puse de pie y tomé sus cuadernos para cerrarlos. Lisandro me miró con mala cara—. Quédate diez minutos en tu habitación, no afuera, te quiero lejos.

—Leandro, ¿qué mierda te pasa? Desde hace días que estás cambiado, ya ni siquiera me acompañas al boxeo por la noche. No me digas, te ataste a alguien. ¿Estás loco? Sabes que las relaciones no funcionan.

—No tengo por qué darte explicaciones, Lisandro. Lárgate.

Mi hermano soltó un suspiro y se fue de mi dormitorio. Volví a tomar mi teléfono y marqué el número de Alannah, para mi sorpresa ella respondió a los segundos.

—¿Adivina quién murió en el manhwa? —fue lo primero que dijo, oí su voz entrecortada, como si estuviera llorando.

La noche anterior habíamos estado leyendo uno en su habitación. Alannah había llorado con la escena más mínima, cuando el protagonista varón tomó la mano de la protagonista femenina. Mi polo terminó mojado por sus lágrimas.

—Él, era obvio —dije. Lo había deducido, inclusive se lo dije a ella, pero no me creyó.

—Yo tenía la esperanza de que no fuera así. Me duele el corazón —dijo y sorbió su nariz. Me reí porque estaba exagerando. El protagonista ni siquiera el mejor, bebía y fumaba—. ¡No te rías, Leandro!

—Es que lo estás exagerando.

—¡Claro que no! Él era perfecto.

—Bueno, si lo dices.

—Estoy en una crisis emocional, ¿vienes más tarde? ¿Puedes traer Doritos y galletas con crema de fresa?

—Sí, pero ya deja de llorar, estoy seguro que en los próximos capítulos lo revivirán.

—Está bien, confiaré en tus palabras. Adiós.

Ciao, nena.

Corté la llamada con una sonrisa en mis labios y dejé que Lisandro volviera a mi habitación. Minutos después papá estaba en la puerta, Lisandro y él se saludaron y luego dijo que teníamos que irnos. Por la mañana le había pedido ayuda a Luciano con mi vestuario. Él había elegido una camisa blanca, pantalones negros, una corbata (que no ajustó a mi cuello porque no me gustaba) y un par de zapatos en punta y con tacón. Me sugirió también que me colocara un par de anillos suyos.

Subí al auto junto a papá mientras él me hablaba lo que ese día íbamos a hacer. Estaba empeñado en mostrarme todo el mundo laboral desde ese momento. No pude oponerme, si lo hacía él iba a molestar a Luciano y Lisandro, y eso era lo último que deseaba.

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