Capítulo 13. (Segunda parte).

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Antes de leer, solo quiero advertirles que antes de este capítulo, hay otro. Por si Wattpad les coloca este primero. Ahora sí, sigan leyendo.

Leandro Garson

Iba a cumplir ocho años y lo único que quería ese día, era que mamá nos llevara a algún albergue de la ciudad. Pero mamá había dicho que no iríamos, solo porque Alannah y yo éramos los únicos que deseábamos ir.

—Mi madre no cambiará de opinión —dije hacia Alannah, ella estaba buscando el cuento que le gustaba que le leyera.

—No puedes rendirte, Leandro, hay algo que podemos hacer.

No le dije que no había nada que hacer, en cambio, al día siguiente, ella y yo habíamos ido en mi madre para convencerla una vez más. Ella accedió.

El día de mi cumpleaños nos preparamos todos para ir al albergue. Alannah estaba feliz por mí y yo también lo estaba porque gracias a ella había logrado ir al lugar que quería. Cuando llegamos miré todo impresionado, jugué con los perros y los gatos junto a Alannah, y cuando llegamos en la zona de los hurones supe que tenía que adoptar a uno.

—Quiero adoptar un hurón, mamá.

—No, Leandro.

Alannah se entristeció, yo solo miré a mamá con frialdad. Volví en los gatos y acaricié su melena para quitar la decepción de mi cuerpo.

—Tomemos el candado de la colaboradora y encerrémonos en las jaulas de los perros grandes —ideó Alannah.

Su idea era buena, pero no iba a arriesgarla. Al final, terminó convenciéndome. Ambos nos encerramos en la jaula. Mamá, mis hermanos y Aidan nos buscaron por mucho tiempo. Cuando mamá nos encontró, la enfrenté con los brazos cruzados. Nuestras rabietas sirvieron para adoptar a Caffè.

Detuve el auto frente al destino que tenía planeado. Alannah miraba la fachada con un gesto interrogativo en su rostro.

—Siento que he estado aquí, no lo recuerdo muy bien —dijo.

Asentí y me quité el cinturón.

—Has estado, Alannah —respondí. Frunció el ceño, confundida—. Es el albergue donde adoptamos a Caffè, mamá nos trajo a todos aquí, ha cambiado su aspecto, es por eso que casi no lo recuerdas.

Alannah pareció comprenderlo, recordando todo lo que había sucedido ese día. Luego sonrió.

—Tu madre no quería que lo adoptáramos —habló—, pero con nuestras rabietas de niños malcriados lo conseguimos.

Sonreí yo también al recordarlo.

—Tu idea de tomar prestado el candado de la colaboradora y encerrarnos fue grandiosa —dije, divertido.

—Ni siquiera lo tomamos prestado, lo robamos —me recordó.

—La colaboradora entendió que fue por una buena causa y no nos denunció por eso.

—Solo porque éramos unos niños.

—Da igual, Alannah, al final Caffè terminó yéndose con nosotros, eso es lo importante, cómo lo adoptamos es lo de menos.

—Ya me dio miedo entrar. Qué tal si la colaboradora está allí, identifica que somos los niños que robamos el candado de su bolsillo y nos encerramos, y termina decidiendo denunciarnos porque ya somos mayores de edad.

Solté una carcajada, ella se cruzó de brazos y me dio una mirada fulminante.

—Alannah, ¿cómo haces para inventar escenas catástrofes en menos de treinta segundos? —pregunté entre risas.

Dime que me AmasTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon