Capítulo 1

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IAN

Mis botas se hundieron en la arena cuando pegué el último salto para bajar del barco. Los demás se unieron a mi poco después. El humo invadía toda la zona e incluso se extendía unos cuantos kilómetros a la redonda más allá de nuestra posición. Me quité la camiseta y me la envolví alrededor de la cabeza, tapándome boca y nariz. La temperatura aún seguía demasiado alta como para soportarla sin un poco de protección. Tuve que recorrer todo el camino con los ojos achinados y llorosos por la ceniza.

Mientras nos acercábamos al pueblo iba preparándome mentalmente para lo que vería. No era la primera vez. Los hombres de Nikolái atacaban poblaciones constantemente, pero nosotros solo teníamos acceso a los que estaban más cerca de la costa. Los asaltos habían aumentado considerablemente en el último año. Los gemidos se trasmitieron por el aire e hizo que se me encogiera el corazón. Miré a mis compañeros y me sentí aun peor al ver sus expresiones. Para  ellos solo era un sitio más del que sacar provecho. Un pirata siempre será un pirata.

La mayoría de las casas estaban completamente destruidas y las que aún quedaban en pie no tardarían mucho en ser consumidas por las llamas. Las calles estaban grises con una capa acolchada que podía parecer nieve sucia, como cuando nevaba en el centro de la ciudad y pasaban varios días sin recogerla, se impregnaba del humo de los coches y era asqueroso.

—Bueno, ya sabéis lo que tenéis que hacer—su voz sonó demandante. Me giré a tiempo para ver como sus rastas llenas de colores se mecían de un lado a otro.

La tripulación se marchó en grupos en busca de algo valioso que pudiéramos vender en Puerto Gorrión. Ella siempre decía que la desgracia de unos pocos es el pan en la mesa de otros muchos. Al menos es la frase que me soltaba siempre que me sentía mal por hacer lo que hacíamos.

—¿Estás preparado? —me preguntó cuando nos quedamos solos.

Asentí.

Esa era otra de las cosas que me había impulsado a hacer para sentirme mejor conmigo mismo. Poca era la gente que quedaba en los pueblos cuando nosotros llegábamos, pero los que lo hacían estaban en muy mal estado y no podían a penas moverse. Yo les curaba. Hacía dos años me habría resultado impensable porque mi don era apenas una brisa, pero con el tiempo y mucho entrenamiento, pude arreglar mi primera herida grave. Un corte que había dejado sin dedo a un hombre de la tripulación. Después de eso tuve que pasarme un par de días en la cama por el esfuerzo. Cada herida que sanaba era más fácil que la anterior, así que ya solo me mareaba por media hora después de arreglar algo realmente complicado y cerraba cortes superficiales apenas con pestañear.

Esa vez había muchos menos heridos que de costumbre, y muchos más muertos. Los cuerpos creaban montones frente a las casas y algunos se esparcían a lo largo de las calles, a esos últimos los habían asesinado tratando de huir. La mayoría tenían flechas o dagas clavadas en la espalda. Nadie se libraba de la furia de Nikolái. Tuvimos que avanzar rápido y obligarnos a no mirar ante la espantosa escena de una familia donde la madre aún sostenía al niño inerte en sus brazos.

Unos quejidos nos llevaron a la parte trasera de lo que parecía haber sido una panadería. El hombre sollozaba encima de su mujer, que tenía un trozo de metal atravesándola el abdomen.

—¡Alejaos de aquí! —nos gritó haciendo aspavientos con las manos.

—Señor, podemos ayudarle—habló Olimpia. Ella era la que daba explicaciones y yo el que ejecutaba la acción. No me gustaba involucrarme con las víctimas, ya era demasiado personal curar a alguien. Mi piel recordaba a cada una de las personas, no hacía falta que mi mente también lo hiciera.

Luz u oscuridad [Saga centenarios II] ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora