Prólogo

189 21 1
                                    

Los animales pastaban tranquilos en una de las laderas más cercanas al pueblo. No era necesario que los mantuviera demasiado a la vista, pues Joan ya sabía que ninguno de ellos tenía intención de marcharse. Eran más inteligentes de lo que nadie admitiría nunca. Comprendían que fuera de allí estaban desprotegidos contra los peligros salvajes, y que cerca suyo podían conseguir comida y un poco de calor en las noches más frías.

Él siempre los había contemplado con intriga desde que su padre había decidido que era un buen momento para enseñarle a llevar la granja familiar. De eso hacía ya unos siete años, pero Joan seguía pensando que eran fascinantes.

Ahora le tocaba emprender una nueva vida. Ya se lo habían advertido, según cumpliera los dieciocho años tendría que casarse. Tantas veces se lo habían dicho que para él dejó de tener sentido. Pero el día había llegado, y su tormento no había hecho más que comenzar. Por eso se había escapado un par de horas al monte. Allí su mente siempre estaba despejada y podía soñar con vivir aventuras fuera de allí, ser simplemente quien quería ser y no quien todo el mundo le dijera que fuese.

A todos les habían hecho creer que todo lo que había fuera de sus cuatro paredes era mucho peor que lo que tenían dentro. Se limitaban a seguir el ciclo de la vida, con alguna que otra fiesta de por medio. Nacían, crecían, se casaban y posteriormente de tener a sus retoños, morían. Era como un bucle del que nadie podía escapar, y del que nadie realmente quería salir. Se mantenían dentro de la zona de confort, exactamente igual que sus animales.

A Joan no le gustaba saber que había un ser superior a él controlando su vida y sus decisiones. Pronto aprendió que los dioses, y en concreto Nikolai, eran despreciables, y no se esforzaba en ocultarlo, aunque eso hiciera que a su madre se le subiera el estómago con tan solo escucharlo. Le había costado mucho encontrar una muchacha que aguantara todas sus impertinencias.

Entendía que esa reacción no era por ser excesivamente creyente, sino que se daba, por saber de lo que eran capaces los esbirros de Nikolai. Todos habíamos visto los latigazos en la plaza, el corte de cabezas y su posterior cuelgue en la casa de la familia del culpable. Nadie podía llevarles la contraria, y menos unos humanos pobretones que se dedicaban exclusivamente a alimentarlos.

Sus pensamientos se disiparon al escuchar las lejanas pisadas del rebaño alborotarse. Levantó la vista, mirando por encima del arbusto que tenía justo en frente. Sus animales se revolvían nerviosos, pisándose entre ellos y yendo de un lado a otro.

Se sacudió la paja de los pantalones y se encaminó hacia ellos. No era algo que hicieran muy a menudo, pero cuando veían un zorro acercarse más de lo normal se ponían como locos. Tenían el instinto de supervivencia bien arraigado.

Justo cuando iba a alcanzarlos, salieron corriendo despavoridos en dirección contraria. Joan intentó pararlos, pero comprendió que si se metía en medio acabaría aplastado bajo sus patas. Bufó, eso le llevaría al menos unas dos horas más de trabajo. Eso si conseguía encontrarlos a todos, su padre le tendría una semana sin postre de no hacerlo. Aunque ya que más daba, seguramente sería su nueva mujer la que le castigaría sin dulces.

Un humo en negrecido proveniente del valle captó su atención. Las palmas de las manos le comenzaron a sudar y el pelo de la nuca se le erizó al contacto con la brisa del atardecer. El olor a quemado se hizo más y más presente según subía al punto más alto para poder ver mejor lo que estaba ocurriendo.

No quería mirar, pero a la vez sus ojos no se desconcentraban de aquel punto. Era una nube densa de humo la que cubría por completo lo que hacía a penas unas horas había llamado hogar. El fuego consumía todas y cada una de las humildes chozas de madera.

Joan corrió, sin apenas pararse a respirar, colina abajo. Sabía en su fuero interno que para cuando quisiera alcanzarlos ya sería demasiado tarde. Pero no podía serlo. No cuando toda su familia se encontraba en casa.

Sabía que se acercaba cuando sus pies aplastaron por primera vez restos de ceniza. Las calles estaban sucias y apenas visibles. Hacía un calor infernal que le impedía abrir los ojos del todo. Por un momento, Joan pensó que se le derretiría el cerebro dentro del cráneo.

Buscó a tientas su casa entre las llamas. Era la más apartada de la plaza, pero eso no impidió que se la encontrara consumida por el fuego al igual que las demás. Joan gritó los nombres de sus padres y de sus hermanas, desesperado por alguna contestación. Pero nadie acudió a su llamada y en esas condiciones no era lo más sensato entrar a buscarlos. Lo único que conseguiría es calcinarse. Aún así no perdió la esperanza y recorrió las calles en busca de ellos.

Se acercó a la casa de Marianne, su prometida, y la vio agarrada a un cadáver medio consumido por el fuego. Mirando hacia el cielo, con las lágrimas recorriéndole las mejillas. No se acercó. Sabía que ella le tenia tan poco aprecio como él.

A su paso solo pudo comprobar el dolor de ciertas familias al perder a sus pertenencias y seres más queridos. Algunos yacían en la calle, y otros tomaban sus últimos alientos entre los brazos de alguien.

Joan se fijó en que alguno de ellos no estaba herido solo por las llamas, sino que tenían cortes profundos y sangrantes en distintas partes de su cuerpo. Por desgracia, no encontró a su familia en su búsqueda. O estaban muertos, o se habían escondido tan bien que ni si quiera él era capaz de encontrarlos. Escogió creer la segunda opción. Lo que si alcanzó a observar fue a varios hombres, vestidos de rojo oscuro, acabando con la vida de un niño al que su madre aún sostenía contra su pecho. No le cupo duda de quien se trataba. Sin embargo, se preguntó cuales eran las posibilidades de que justo después de pensar en ellos, aparecieran sin más.

Ahora ya daba igual, porque la mayoría de su pueblo había caído bajo las manos de esos seres. Sus castigos eran desproporcionados y dudaba que nadie de este pueblo hubiera hecho nada tan atroz como para semejante espectáculo. Se retiró, corriendo hacia el lugar de donde había venido. Volvería para encontrar a su familia, pero no dejaría que los hombres de Nikolai lo cogieran. No. Les haría pagar por todo el daño causado.

Joan no sabía muy bien si la idea que tenía en mente funcionaria, sin embargo, se mantuvo firme. Rezaba para que las historias que todos contaban a la luz de las velas, cuando nadie más los oía, fueran ciertas.

****

¡Hola, hola!

Estaba deseando que llegara por fin este día, en el que os pudiera subir el primer vistazo hacia el nuevo libro de la Saga Centenarios. Estoy muy emocionada con este proyecto, aunque se que va a ir más lento que el anterior por que mi carrera reclama una gran gran parte de mi tiempo :( sin embargo, intentaré actualizar todo lo rápido que pueda para que nos os quedéis con las ganas. 

¿Cómo lo veis? ¿Os ha gustado por el momento?

Os leo. También podéis seguirme en mis redes sociales, que dejaré aquí abajo como siempre, donde estoy más activa.


Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
Luz u oscuridad [Saga centenarios II] ✅Where stories live. Discover now