Capítulo 2

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IAN

Después de varios días de tormenta agradecí ver como el sol se colaba de nuevo por la escotilla. El crujir de la madera y el compás de las olas chocando contra ella se encargaban de formar una melodía tranquilizadora antes del caos que traía consigo la tripulación al levantarse.

Abrí el armario y me puse lo más corto que pude encontrar, el bochorno y la humedad eran terribles al finalizar las lluvias. Ya cambiado, tuve la osadía de mirarme en el reflejo del interior de la puerta. No me gustaba hacerlo porque la mayoría de las veces no lograba reconocerme. Mi pelo estaba más largo y oscuro, mis músculos más definidos y donde antes se encontraban unas pecas infantiles ahora había un tatuaje tribal en forma de puntos que me obligaron a hacerme al perder una apuesta. Eran muchas las cosas que habían cambiado en esos meses, solo había dos que seguían inmutables, la primera era que continuaba igual de perdido que el día en que abandoné a Rubí. La segunda prefería no recordarla.

Había tenido que madurar a la fuerza. No solo por todas las desgracias y muertes que había tenido que presenciar, sino porque me había visto obligado a robar, mentir y otras muchas cosas de las cuales no me sentía orgulloso, pero resultó que se me daba bien hacerlo. Se me daba mejor que a cualquiera de los hombres, solo por debajo de Olimpia. Así con todo, habían sido los mejores años de mi vida. Algo duros, sin duda. Sin embargo, me sentía libre pudiendo hacer lo que se me diera en gana, sin tener que ser el niño bueno que todos esperaban que fuera en casa. Ahora era un hombre.

—Ian, deja de esconderte capullo—siseó mi vecino de camarote tras la puerta—. Estoy harto de cargar con tus malditas tareas.

Me reí. Mitt siempre me cubría cuando yo no me veía con fuerzas de hacer nada que no fuera estar tumbado en la cama, era todo un obseso del orden y las normas, algo poco común ya que era un pirata y vivíamos en un mundo sin electricidad ni agua corriente. Me tiró un delantal (en algún momento había sido blanco) a través de la puerta que me dio de lleno en la cabeza. Era un hombre bajito y rechoncho, aunque lo que le faltaba de altura lo tenía de fuerza. Dejé el delantal en la cama mientras Mitt me daba un último aviso con el dedo índice levantado.

Subí las escaleras y me paré un segundo a observar la maravillosa escena que se encontraba frente a mí. Olimpia había hecho que limpiasen la cubierta con de rodillas y con la legua después de que la dejaran llena de vomito la noche anterior. En una semana habían acabado casi con la mitad de las botellas que encontraron en ese pueblo de Xilex.

Saludé a mis compañeros, que me miraron con cara de pocos amigos y me dirigí hacia el fogón donde normalmente solíamos preparar la comida si el clima nos lo permitía. Con el mar embravecido por la tormenta la pesca había sido imposible así que tendría que aprovechar las sobras para hacer un desayuno decente. Empecé por algunos huevos y los dejé cocinarse mientras mezclaba la poca leche que teníamos con algo de pan. Puede sonar asqueroso, pero el pan duro con la leche puede pasar por unos cereales si le echas imaginación. Después de probar la carne de tiburón era difícil que le hicieran ascos a algo, aunque yo me había negado a probar la sopa de tortuga que preparaban. Era uno de mis animales favoritos y prefería no comer si era lo que había de menú del día.

Cuando terminé con el desayuno de la tripulación, empecé con el de la capitana. Ella tenía su propio alijo de comida y nadie se atrevía a tocarlo a menos que quisieran perder algo más blando y preciado que el trabajo. Saqué el queso y le partí unos cuantos trozos dejándoselos en un cuenco junto a un racimo de uvas moradas.

—Me viene estupendo tener a un buen cocinero a bordo.

Las manos de Olimpia recorrieron mi delantal. Tenía una sonrisa radiante en el rostro, algo inusual cuando nos acercábamos a Birdsville. La imité, haciendo que su voz pareciera más aguda.

Luz u oscuridad [Saga centenarios II] ✅Where stories live. Discover now