Capítulo 32

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CASSANDRA

El corazón casi se me sale de la garganta cuando oí que aporreaban la puerta. Había colocado el tocador contra ella. Sabía que no le impediría pasar, pero al menos se le haría más difícil. En los días que llevaba encerrada, Nikolái había hecho de mi vida un infierno. No había parte en mi piel que no tuviera un tono morado o verduzco. Un minuto se mostraba amable y encantador y al siguiente te destrozaba sin pestañear. Le eché un vistazo a los trozos de tela rajada que decoraban ahora la habitación y que antes habían sido un vestido. Lo habían dejado esa misma tarde con la nota de ir a cenar obligatoriamente con él puesto. No pensaba ir a esa cena y mucho menos con un vestido blanco y pomposo.

Volvieron a aporrear la puerta con más insistencia aún.

—Creía que te había quedado claro la cita de hoy—berreó desde el otro lado de la puerta.

El mueble se movió unos centímetros por su empujón.

—¡Tienes diez minutos para bajar o te juro que entraré a por ti!

La puerta se abrió del todo, destrozando el mueble y los ganchos que la anclaban al marco. Nos miramos fijamente. Yo todavía seguía en la cama con los brazos rodeándome las piernas. Dos soldados entraron acompañados de las mujeres que habían asignado para mi cuidado. Me resistí todo lo que pude. Grité y pataleé para que me soltaran. Nikolái me sonrió antes de marcharse.

—No hay tiempo para el baño, recógele el pelo en un moño—indicó una de las mujeres.

La otra traía una copia exacta del maldito vestido que había hecho girones unas horas antes. El soldado me mantenía fija a la silla mientras me peinaban y después me sujetó para que pudieran vestirme como si fuera una muñeca nueva. Me llevaron a rastras hasta el comedor. Estaba perfectamente decorado para que el paisaje pareciera un cuadro al que admirar mientras disfrutabas de la cena. Había por lo menos otros siete soldados, así que no había posibilidad de fuga. Sin contar con los sirvientes que harían cualquier cosa por complacer a su señor. Lo había aprendido por las malas cuando a los dos días de estas aquí una de las mujeres me clavó una pinza del pelo en el muslo por insultar a Nikolái. Todos le adoraban y querían meterse en su cama. Los afortunados que lo conseguían desaparecían al día siguiente.

—Espera aquí—me ordenaron empujándome hacia la silla.

El comedor se quedó en silencio y todos interpretaron su papel de estatuas para cuando apareciese Nikolái. Jugué con el borde del vestido hasta que oí unos pasos pesados y pausados acercarse.

—Hola cariño—me saludó.

Hizo como si no hubiera reducido a polvo el tocador hace quince minutos, como si esa fuera la primera vez que me veía en todo el día. Quería que pareciese que había cumplido su orden a la primera.

Se sentó a un lado de la mesa, junto a mí y me acarició el brazo con los dedos.

—Estás preciosa—la galantería con la que lo dijo se me atragantó.

No le dirigí ni una palabra, me limité a observar el mar que teníamos en frente. Su expresión se endureció un poco. No había nada que odiara más que hiciera como que no existiera. Nos sirvieron los platos con unos ensayados y rápidos desplazamientos. Nikolái tiró de mi silla para que me fuera imposible ver nada que no fuera mi comida o a él. Me centré entonces en la comida. Era algo de pescado con patatas servido en la misma piedra en la que lo cocinaban.

—Veo que también estas callada esta noche—prosiguió hablando, con un tono menos cordial que antes.

—No me apetece hablar.

Luz u oscuridad [Saga centenarios II] ✅Where stories live. Discover now