Capítulo 34

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ERICK

Volver a Maternas había sido...difícil. No solo porque me sentía fuera de lugar en mi propia casa, También porque había vuelto sin ninguno de mis amigos. Sin ella.

Había conseguido que mucha población de Lavender me siguiera a Maternas, sobre todo familias con niños que no se sentían seguros en una tierra descabezada. Al menos las madres y los padres habían prometido luchar en nuestro favor a cambio de que mantuviéramos a sus hijos a salvo. Les juré que haríamos lo que pudiéramos, pero que nadie estaba a salvo en una guerra y menos en una de estas dimensiones.

Los tres primeros días fueron los peores. Fill y yo nos encerramos en el salón para inscribir a todos los nuevos miembros y les asignamos una tienda o una casa si había libres. Después tuvimos que hacer recuento de todos aquellos que podían luchar para hacer repartición de armas y protecciones. La comida era lo que más nos preocupaba. Emma lo había hecho bien todos estos años y gracias a ella teníamos un nivel de margen mayor, no obstante, al ritmo al que consumíamos la comida se acabaría en unos pocos meses.  Para que eso no ocurriera pusimos en marcha unas cuantas partidas de caza y de recolección dentro de los límites de la cúpula, que ahora nos limitaba a la hora de encontrar animales o plantas comestibles.

Muchas más personas se fueron sumando a la lo largo de los días. La mayoría no habían cogido una espada en su vida y muchos otros ni si quiera podían luchar por su edad o condición física. Algunos eran mercenarios e incluso soldados y guardias renegados de los dioses. Con estos últimos debíamos tener más cuidado. Las traiciones podían venir de cualquier lado, pero era más probable viniendo de alguien que se había pasado toda su vida sirviéndoles.

Aproveché el único momento que tenía libre para ir a visitar la tumba de mi madre. Me senté en la hierba junto a ella y le expliqué todas y cada una de mis preocupaciones. No sabía por qué, pero el lugar ya no tenía el encanto de antes. No parecía tener un halo alrededor ni que nada lo protegiera. Rechacé esos pensamientos. Era consciente de que su alma había sido castigada después de salvar a Rubí. Por suerte no conocía los detalles.

—No se si vamos a superar esto—me sinceré con libertad—. No están preparados para enfrentarse a ellos. Les igualan en número, pero Cassandra sigue sin poderes (Si es que logran rescatarla) e Ian no ha conseguido devolver la vida a un humano aún. Nikolái cuenta con eso y además experiencia en combate.

Sacudí la cabeza. El panorama no era muy esperanzador.

—La gente acude a nosotros, pero los dioses siguen contando con la mayoría en números y entrenamiento. Esta gente no son soldados.

Sentí la brisa nocturna acariciándome la espalda. Me imaginé todas y cada una de sus respuestas. Si quería soldados tendría que entrenarlos y si quería parar los ciclos antes de que la guerra estallase tendría que seguir investigando.

Las opciones eran no eran sencillas. Alguno de ellos debería que matar a su ascendiente o tendríamos que hacer el ritual de absorción del que me había hablado Rubí antes de irse. Pero si lo hacían antes de devolver el equilibrio entre la vida y la muerte seguiría habiendo sobrepoblación, la gente seguiría sin morir. Así que debíamos vencer, después unir el lazo y finalmente realizar el ritual. No. No era nada sencillo.

—Vendré a verte lo antes que pueda—dije para despedirme.

Inicié mi vuelta al castillo. Fill me esperaba pasa seguir con los números, pero yo tenía otra idea en mente.

—Coge a tus mejores luchadores y reuníos conmigo dentro de media hora—él asintió con el entrecejo fruncido.

En esos momentos echaba de menos a Astrid. Ella hubiera entendido a la perfección lo que le estaba pidiendo. No es que Fill fuera un idiota, pero al haber nacido con el don de la magia su visión práctica quedaba mucho más reducida.

Más tarde tenía frente a mi a un grupo considerable de mujeres y hombres. Algunos los conocía y otros eran nuevos. Les pedí sus nombres y les fui apuntando en una hoja. Esperaron en silencio, mirándose unos a otros hasta que por fin levante la cabeza y me dirigía a ellos directamente.

—Se que muchos de vosotros no me conocéis lo más mínimo e incluso sentiréis cierta desconfianza—no hicieron ningún gesto que indicara desacuerdo—, así que vamos al grano. Sois los mejores de Maternas y por eso a partir de ahora se os asignará un grupo enorme de personas al que deberéis dedicaron en cuerpo y alma para su entrenamiento.

Hubo algunos murmullos. Levanté la mano para que volvieran a prestarme atención.

—Se acerca una guerra. Una que dividirá el mundo en dos, si no estamos preparados nos aplastarán a todos. Seguiremos siendo esclavos de los dioses, se vengaran de nuestros insultos hacia ellos y mataran sin piedad a cualquiera que ose contradecirles—proseguí—. Muchos de vosotros, incluida la gente de ahí fuera ya habéis visto lo que son capaces de hacer. Lo que os pido es que deis una oportunidad a los demás de defenderse. De poder proteger a su familia cuando la ira de sus dioses caiga sobre ellos.

Recolecté los papeles que tenía desperdigados sobre la mesa y les miré un momento antes de proceder.

—Ahora, todos aquellos que quieran hacerlo que pasen por aquí y les asignaré una lista de personas.

Fill fue el primero en moverse. Los demás dudaron si seguirle. Poco a poco la gente que me conocía también se fue acercando y más tarde todos habían recogido su lista.

—Empezaremos con los entrenamientos mañana. Mi grupo tiene el primer turno y como veréis he apuntado el vuestro en una esquina de la hoja.

Asintieron, conformes. Cuando se liberó la tensión inicial algunos se atrevieron a hablar conmigo y otros muchos comentaron lo buena que les parecía la idea. Puede que no se me diera bien ser rey, pero sabía como llevar una batalla y siempre las ganaba todas.

Repartieron bebida que rechacé educadamente. No tenía tiempo para emborracharme. Subí al refugio, donde sabía que ninguno de ellos me encontraría. Me llevé algunos papeles para seguir con las cuentas y la repartición de comida. Me tumbé en el colchón del suelo varias horas después y observé lo poco que se veía del cielo desde mi posición. No debía preocuparme. Rubí me había dicho que si pasaba algo ella me lo haría saber y la cúpula seguía en pie por lo que al menos tenía la certeza de que seguía respirando.

Cuando mi mente no estaba ocupada con números y guerras elucubraba sobre mi decisión había sido la correcta. Si quedarme era lo mejor o debía haberme ido con ella. Me necesitaban aquí, si, pero yo necesitaba estar con Rubí. Era la primera vez que nos separábamos desde hacía dos años. Por mucho que intentara evitar esos pensamientos, volvían todo el tiempo para martirizarme. No solo tenía el peso de controlar un reino con una guerra por llegar, sino que además tenía la constante sensación de que les había beneficiado que nos separásemos. Daba la impresión que esa era otra de sus trampas.  

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Luz u oscuridad [Saga centenarios II] ✅Where stories live. Discover now