Capítulo 33

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IAN

Examiné el interior del carromato. Olía fuerte por la comida en conserva, pero había el suficiente espacio para los dos. Me giré hacia el hombre que estaba terminando de preparar uno de sus pedidos.

—¿Está seguro de que quiere hacer esto? —le pregunté por décima vez. El hombre me dedicó una mirada de exasperación.

—Si.

—Estarás traicionando a tus dioses—insistí.

—Ellos me traicionaron primero.

Ató la cuerda de la bolsa y la metió en el carro. No había extendido su historia más allá de eso. Él mismo se había presentado voluntario para ayudarnos y al principio me había parecido sospechoso. Las heridas en sus brazos y cuello me despejaron cualquier tipo de duda. Odiaba a los dioses puede incluso que más que nosotros. Coincidimos en que reunirnos de madrugada era la mejor opción para que nadie nos viera partir. No necesitábamos un chivatazo. Subí las pocas pertenecías que había conseguido reunir a la parte trasera, junto con las de Rubí. No había habido manera de convencerla para que se quedara, incluso Erick había cedido (aunque no de buena gana)

Me despedí de los demás y esperé a que ella hiciera lo mismo. Erick y ella murmuraban por lo bajo. Se abrazaban y volvían a besarse. Se acercaron al carro. Erick la ayudó a subir. Me senté dentro con uno de los sacos de cereales como almohada. A esa distancia pude oír la última frase que Rubí le dijo.

—Si algo sale mal, te lo haré saber. Tienes que estar atento a las señales.

Estiró los brazos para darle un último abrazo antes de dejarse caer a mi lado. Los dos observamos como sus siluetas se iban difuminando con la distancia. Rubí solo apartó los ojos de ellos cuando ya no fueron visibles. Noté que aún tenía dificultades para hacer movimientos bruscos, se encontraba en mejor forma física que hacía unas horas.

—Duerme un poco—le propuse—, iremos más rápido ahora que tenemos transporte, pero aun así tardaremos unos días en llegar a Xilex.

Rubí asintió. Vi como se le escapaba una lágrima antes de que se la limpiara rápidamente con la mano. Se tumbó de cara a la pared del carromato así que no podía saber si dormía en realidad. Intuí que no al ver que su pecho temblaba cada pocos minutos. El mío se contrajo como respuesta. Quería estar con ella y hacerle saber que todo iba a ir bien. No soportaba estar así. Todavía la guardaba rencor, si, aunque el dolor comenzaba a disiparse con el tiempo. Me había costado, pero entendía sus motivos. A pesar de ello me quedé en mi sitio. Ya habría momento para hablar de nuestra discusión y el motivo por el que se originó. Ahora dejaría que se desahogara en silencio y sin mi intervención.

Me desperté con un golpe seco en la madera del carro. La luz del día me cegó por unos instantes. Estaba desorientado.

—Supuse que querríais comer algo y asearos un poco—la voz del hombre me devolvió al momento presente.

Busqué a Rubí. Parecía que no había dormido más que un par de horas. Tenía los ojos hinchados y la piel más pálida de lo normal.

Asentí al notar la presión en la vejiga y el hueco en el estómago. Hinché los pulmones y estiré los músculos. Dormir sobre madera dura y raída no era lo mejor para la espalda. Me di cuenta de que el paisaje había variado desde anoche.

—¿Cuántas horas hemos dormido? —pregunté. El hombre estaba encendiendo un fuego y colocando un pequeño caldero encima.

—Ocho, creo. Me gustan los caminos por la noche, hay menos gente—miré a nuestro alrededor esperando encontrarme a más comerciantes—. Me he desviado un poco.

Luz u oscuridad [Saga centenarios II] ✅Where stories live. Discover now