Capítulo 5

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Cuando llegué a casa Glenda ya estaba esperándome con la cena preparada.

Amaba la sensación de llegar y que el aroma a comida casera me envolviera, impregnando cada centímetro, absorbiendo todas esas malas energías que traía del trabajo.

Siempre fui alguien complejo, eso es cierto, pero hay una sola cosa que podría cambiar mi día drásticamente, tanto para bien cómo para mal. Sí, me refiero a la comida. Y Glenda sabía exactamente cómo mimarme, aunque fuera ya demasiado adulto.

—¿Mal día Señor Brad? —preguntó ella, luego de contemplar como inhalaba profundo y disfrutaba de su aroma.

—No se da una idea.

Rodeé la isla y fui al refrigerador por una botella de agua.

—Para su suerte la cena ya está lista, y con su comida preferida para cambiar los ánimos.

Me acerqué a ella y destapé la olla para husmear por un segundo.

—Glenda —dije seriamente, mirándola a los ojos—. Eres lo más perfecto que tiene esta tierra.

—Lo único perfecto —corrigió y pinchó mi mejilla cómo solía hacer para hacerme enfadar a propósito. Achiné mis ojos al instante—. No puedes enfadarte con abu Glenda.

—Tienes suerte de que cocines extremadamente bien.

—Nada de amenazas conmigo —llevó ambas manos a su cadera— Ahora al baño a lavarse las manos y luego a cenar.

—Sabes que no tengo dos años y que soy yo el que da las órdenes ¿verdad?

—Sabes que es de cariño.

—Lo sé —sonreí a medias.

—Llamaré a Elizabeth —informó, mientras se limpiaba las manos con su repasador guardado en el bolsillo de su delantal.

Elizabet —recordé, y toda la calma que me había llenado en sólo unos minutos desapareció—. Asentí con la cabeza y me alejé hacia los lavabos.

Respiré hondo sabiendo que tenía que llenarme de paciencia después del largo día que tuve, y una vez sereno fui al comedor dónde ella ya estaba esperándome.

Aún lucía el vestido que llevaba esta mañana, suelto y corto hasta por arriba de sus rodillas. Se trataba de una de sus prendas. Era simple, me gustaba.

—Buenas noches —saludó cortésmente.

—Buenas noches —repetí y en silencio tomé asiento.

Mientras Bastian se movía de un lado a otro sirviendo y trayendo platos, yo aproveché para quitarme la corbata y desprender prolijamente algunos botones de mi cuello.

Aguantaba el traje hasta cierto punto.

Noté de reojo cómo ella mordía su labio, igual que esta mañana y en la cena de ayer. También identifiqué que era algo que hacía cuando deseaba decir algo y por algún motivo se contenía.

Lo dejé pasar y me dediqué a la comida. No tenía ánimos de aguantar sus comentarios, aunque no pudo resistirse por mucho tiempo.

—Te gusta el silencio.

—El silencio es bueno —dije, afirmando sus palabras.

—Pienso igual, aunque lo odie en ciertas ocasiones.

Levanté la mirada y entendió a través de mis ojos cómo en silencio preguntaba ¿cuándo?

—Por ejemplo, ahora.

—¿Estoy incomodándote? —pregunté confundido.

—No —reaccionó al instante—. No, no me refería a eso. Sólo... odio escuchar masticar a otros—. Cerró los ojos fuerte y se retorció del asco al imaginarlo.

TUS SOMBRAS [ + 18 ]Where stories live. Discover now