Capítulo 14

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No pude evitar mi risa sarcástica.

—Siempre es un placer hablar contigo ¿no? —Ni siquiera lo miré a la cara.

—¿Y ahora qué es lo que se supone que dije? —preguntó exhausto, como si fuera yo el constante causante de todos sus problemas.

—Podrías comenzar preguntando cómo me encuentro ¿no crees? —solté histérico— Digo, considerando que es la primera vez en años que volvemos a hablarnos.

—¿Acaso fue por decisión mía?

—Por las consecuencias de tus decisiones para ser más exactos.

—No creo apropiado hablar del tema en estos momentos. Menos cuando tenemos a un invitado tan especial como Elizabeth.

Esa estúpida sonrisa que aparecía en su rostro cuando se dirigía hacia ella estaba sacándome de quicio.

Es lo que quiere, lo que está buscando. No le des con los gustos —me repetía una y otra vez—. Ellos sabían a la perfección cuál era mi debilidad; enloquecer con la primera chispa. Por ello, a pesar de las enormes ganas de golpear su rostro, respiré profundo y me contuve.

—Jamás será el momento —susurré tan bajo que Elizabeth fue la única en oírme.

—Tiene una casa hermosa, Sr. Hardwell —intervino ella, sabiendo de antemano que mi comentario sería para más discordias.

—Richard, por favor.

Noté de reojo que asintió en silencio.

—¿Por qué no nos cuentas más sobre ti, Elizabeth? —propuso Nataly, luego de unos minutos de silencio incómodos en los que sirvieron las bebidas y los platos de entrada.

—¿Qué es lo que quieres saber?

—¿De dónde eres? Por ejemplo.

—Kenosha. Chicago precisamente.

—¡Oh, Chicago! ¡Amo Chicago! —exclamó de repente con una sonrisa genuina que nos tomó a todos por sorpresa, pero que, después de un codazo del imbécil de mi hermano por debajo del mantel, se apagó al instante.

El aire se sentía tan punzante que sólo el hecho de respirar dolía.

—Dicen que las mujeres de Chicago son las más hermosas de todo Norte América —escupió con su mirada mal intencionada.

Sabía perfectamente lo que estaba pensando.

—Oh, no había escuchado eso antes—. Las mejillas de Lizz se sonrojaron ante las palabras de Richard, y cómo instinto bajó su mirada a sus manos.

—Porque no lo es —intervino el idiota de Charles.

—No lo escuches —dije simplemente, concentrándome en cortar a la perfección el pedazo de carne en mi plato para no golpear a ciertos imbéciles.

—¿Y qué fue lo que te trajo a Nueva York, querida Elizabeth? —cuestionó Richard con su ridículo tono de voz.

Y era una pregunta que no recordaba haber ensayado. "¿Cómo se conocieron?" "¿Dónde lo hicieron?" "¿Cuándo?" "¿Por qué?" Todas aquellas estaban perfectamente memorizadas, ¿pero por qué demonios Elizabeth terminó aquí? Esa sí que era una interesante pregunta.

Mi cuerpo se tensó al detectar que no compartíamos ese pequeño dato, y en ausencia a mi medallón del estrés, mi pierna empezó a rebotar una y otra vez bajo la mesa.

—¿Qué mejor ciudad que Nueva York para ir en busca de nuevas oportunidades? —respondió al instante, cómo si no le hubiera costado un segundo planificar la respuesta.

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