Capítulo 8

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—¿Puedes explicarme por qué demonios Glenda no está en la cocina esperándome con el café cómo todas las mañanas? —pregunté idiotizado apenas la escuché entrar.

Aún concentrado en la ridícula nota que dejó anoche para mí esperé su respuesta.

"Glenda merecía un día libre. Me encargaré de la cocina.

Atte: Lizzie"

¿Cómo demonios se encargará, y en qué momento ella adquirió la autoridad de determinar cuando mis empleados tendrán día libre?

—¿Puedes tranquilizarte? Recién estoy abriendo los ojos —dijo, arrastrando sus pies hacia aquí.

Volteé furioso.

Si había algo que podía ponerme de mal humor es no tener mi desayuno listo cuando me levantaba. O en su defecto, que alguien pretenda hacerme la vida imposible sin haber desayunado previamente.

Me di con su cuerpo a medio vestir y su rostro adormecido. Llevaba pantuflas, las cuales arrastraba por todo el lugar produciendo un ruido verdaderamente molesto, hasta llegar a la cocina y colocarse delante de mí. Continuaba con su pijama, una camiseta larga que funcionaba como mini vestido. No llevaba pantalones, y su cabello estaba suelto y revuelto. Sin poder evitarlo mis ojos se perdieron en su piel expuesta y desnuda. Cómo un idiota seguí el recorrido de sus piernas. Largas, curvadas, perfectas para su cuerpo tallado a mano. El bulto empezó a crecer en mis pantalones cuando levantó los brazos para recoger su cabello en un rodete y su camiseta se levantó cómo consecuencia del movimiento. Su ropa interior apareció rozando el vuelo de la tela, y mi maldito miembro pareció saltar de la euforia y la emoción, cómo si jamás hubiera visto anteriormente una mujer en ropa interior.

Embobado la observaba, y si no hubiera estado tan dormida estoy seguro que hubiera descifrado mis intenciones en un segundo.

—No puedo tranquilizarme —carraspee en el medio, intentando desviar la mirada de su cuerpo.

Pero algo me tenía atrapado. No podía apartar mis ojos de sus curvas.

Maldita sea.

—Ya, tu café está en camino —dijo de mala gana, disponiéndose en la cocina y apartando la imagen de sus piernas desnudas de mi vista.

—¿Se puede saber porqué le diste a Glenda un día libre?

—¿Acaso no crees que lo merezca? —soltó bruscamente la cafetera en su lugar y colocó su mano en su cintura, esperando impaciente a que esté lista.

—Si hubiera querido preparar mi café yo mismo hubiera hecho lo que tú.

—¿Y entonces porqué no lo haces todas las mañanas en vez de molestar a los demás? —preguntó odiosa, cómo si fuera mi maldita culpa que tenga que levantarse temprano a preparar lo que Glenda tendría que haber hecho.

—Yo no elegí liberar a Glenda —dije incrédulo del odio que sus ojos emanaban.

Blanqueó los ojos y vació el café en una taza.

—Café listo —arrastró la cerámica por la isla y apoyó ambas manos en ella esperando por mi reacción ante el primer sorbo.

—¿Es todo lo que prepararás? —levanté una ceja repudiando su existencia.

—Es todo lo que yo desayuno —se encogió de hombros.

—Es todo lo que desayunas.

—¿Qué quieres? —preguntó y por un segundo disfruté de lo mal que estaba pasándola.

Sabía a qué se debía todo esto. La noche anterior mencionó algo acerca de hablar en el mismo idioma, y desde ese día actúa de forma extraña con ocurrencias alocadas. Cómo modificar mi sala de estar. Sé que pretende, hacerme enfadar, comportarse cómo una idiota para darme el remedio de mi propia medicina o cómo demonios sea, pero no dejaré que lo haga. Ella no sabe que, cuando se trata de ganar, siempre soy el mejor.

TUS SOMBRAS [ + 18 ]Where stories live. Discover now