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De mala gana fui hasta la sala que ya odiaba con apenas doce años. Papá no me buscaba, ya estaba esperándome allí.

Cuando entré fui directo a la silla de en medio colocada para mí. Sabía de memoria que hacer; entrar, sentarme, observar, y luego volver directamente a la cama.

Sin preguntas.

La mujer de esta noche era distinta a todas aquellas que antes había observado, su cabello era colorado y eso la distinguía de las demás. Me pareció bonito, con su larga trenza que se extendía hasta su trasero. Estaba desnuda, de rodillas en el suelo con su cabeza agachada mirando sus piernas. Así se mantuvo hasta que el hombre ingresó a la sala y le ordenó ponerse de pie.

Por la gran estructura que bajaba del techo supe que esa noche aprendería algo diferente.

Para ser honesto estaba cansado de esto, pero más cansado estaba de ver lo mismo por varias noches. Me intrigaba saber si había más experimentos que hacer con esas mujeres, porque los golpes con el bastoncillo negro me habían aburrido.

Colocó en sus muñecas dos grandes pulseras con un gancho en ellas, y luego las enganchó en la estructura por encima de su cabeza.

Estaba de pie, con sus brazos arriba y su cabeza gacha.

No podía levantar la mirada sin que el hombre se lo permitiera.

Él rodeó su cuerpo hasta posicionarse en su espalda, y sacó una venda del bolsillo de sus pantalones rasgados que luego colocó en sus ojos.

Estaba entregada, a ciegas, completamente inmovilizada.

El hombre fue hasta un rincón y tomó el bendito bastón negro. Por un segundo suspiré desilusionado. Comenzó por sus mejillas, rozando su piel suavemente. Bajó por su cuello, bubis, estómago y se desvió por sus piernas acariciando desde su parte exterior hasta la parte interior de sus muslos.

Esa parte solía ser la más sensible.

Ella se retorció cuando el calor del bastón se acercaba a sus partes íntimas. Quiso jadear, y entonces el golpe secó en sus piernas la tomó por sorpresa, cómo si fuera un castigo por retorcerse. Noté que se asustó al no esperarlo, pero cómo todas las anteriores, sin sentido alguno disfrutaban de ese dolor. Hizo lo mismo rotando la zona de sus golpes; estómago, bubis, glúteos y la parte trasera de sus piernas.

No estaba aprendiendo nada fuera de lo normal, hasta que me intrigó su siguiente movimiento. Fue hasta uno de los cajones donde tomó una vela y un fósforo. La encendió y se acercó a su espalda. Esperó hasta que la cera se derritiera, y quise saltar de mi asiento cuando vi cómo inclinó la vela en la parte baja de su espalda.

Eso sí que dolía, porque una vez cuando la luz se cortó quise prender una vela para mamá y sin querer un poco de cera se pegó en mi dedo índice. Lloré mientras intentaba despegarla. Después mamá me prestó una de sus cremas y me curó.

Este hombre estaba demente.

La cera cayó en su espalda y goteó por una de sus nalgas. Ella jadeó al sentirla, y arqueó su espalda.

Hizo lo mismo con la otra, pero antes dio unas cuántas nalgadas para aumentar el dolor. La cera cayó por su piel golpeada y jadeó más alto.

Luego se colocó por delante, repitió sus pasos en el hueso que sobresalía debajo de su cuello, después en sus bubis, su estómago y la parte interna de sus muslos. Cada vez que golpeaba quemaba su piel con la cera, y con cada metro que descendía sobre su cuerpo ella jadeaba más alto.

Al parecer eso fue demasiado porque sus piernas empezaron a temblar. Entonces él buscó un par de broches unidos entre sí por un cordón, que colocó torpemente en sus pezones —aprendí que así se llamaba la parte puntiaguda de sus bubis—. Volvió a gemir, y fue cuándo rodeó su cuerpo hasta colocarse a sus espaldas. Se deshizo de sus pantalones y se introdujo en ella lentamente. Volvió a arquear su espalda, y él golpeó su trasero varias veces antes de empezar a moverse velozmente, haciendo rebotar su cuerpo entero y sus bubis enganchadas en esos broches. Al parecer, cuando él tiraba del cordón ligeramente aumentaba su placer, porque ella jadeaba aún más. Continuó al mismo ritmo, hasta llegar a su última embestida, dónde de un tirón arrancó los broches de sus pechos y le ordenó correrse.

Después abrazó su cuerpo desde su espalda, y sosteniéndola firmemente desprendió sus muñecas amarradas a la estructura de arriba. Su cuerpo se venció cansado, y cómo si fuera una muñeca de tela la cargó hasta una especie de camilla encorvada, dónde la dispuso boca arriba con sus piernas abiertas y sus pies descansando en una silleta aparte.

Papá estuvo de pie detrás de mí todo este tiempo, con sus manos cruzadas por detrás de su espalda observando cada detalle.

Ese día aprendí que existían velas especialmente fabricadas para que el cuerpo tolerará su calor y no doliera cómo me dolió a mí ayudando a mamá. Ese detalle lo mencionó papá de camino a mi habitación.

Todas las noches volvía de madrugada, silenciosamente para que Charlie no se despertara. Pero esa noche fue distinta.

—¿Charlie? —pregunté susurrando cuando entré a la habitación y vi una sombra sentada en su cama.

—¿Dónde estabas? —escuché su voz temblorosa susurrarme.

—¿Qué haces despierto? —me acerqué preocupado.

—¿Dónde estabas Bradley? Estaba esperándote.

—Fui al baño —mentí y tomé asiento a su lado—. ¿Qué sucede Charlie?

—Estaba asustado.

—¿Pesadillas otra vez?

Asintió silenciosamente con su cabeza.

Abrazaba con todas sus fuerzas al osito Benny y miraba fijamente la puerta del armario.

—¿Crees que hay alguien en el armario? —pregunté considerando que la noche anterior había soñado lo mismo.

—No se va —dijo, a punto de llorar.

—Sólo son pesadillas Charlie—. Me levanté y encendí la luz de la habitación. Fui hasta el armario y abrí la puerta, mostrándole que allí no había nada. Entré, giré en él y luego volví a salir—. ¿Ves? No hay nada.

Asintió otra vez.

—No tienes nada que temer Charlie.

—No te vayas otra vez.

—Sólo fui al baño.

—Llévame contigo la próxima vez.

—No puedo llevarte al baño conmigo, tonto —sacudí su cabello suavemente.

—Entonces despiértame.

—¿Cada vez que quiera ir al baño?

—Sí, así puedo cuidarte para que no te ataque el monstruo del armario.

—No existen los monstruos.

—Tú no lo sabes.

—Lo sé —tomé asiento a su lado.

—No, no lo sabes —dijo molesto.

—Está bien, no lo sé, pero jamás dejaría que un monstruo se acerque.

—¿Lo matarías? —preguntó entusiasmado.

—Con mi espada mágica.

—Yo quiero ver cuando lo mates.

—Podrás verlo sólo si te duermes.

—¿Prometes despertarme cuando aparezca?

—Lo prometo.

Asintió y bruscamente soltó su muñeco para abrazarme por la cintura.

—No te vayas otra vez —me apretó fuerte.

Rodeé su espalda con uno de mis brazos.

—Tranquilo Charlie, no me iré de aquí.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo. Yo te cuido hermanito, nadie te hará daño.

Charlie asintió con su cabeza pegada en mi pecho y estuvimos así por unos minutos hasta que lo obligué a soltarme.

—Ahora vamos a dormir.

Otra vez asintió y de mala gana se acostó con su peluche Benny. Fui hasta mi cama, pero no me dormí hasta asegurarme que Charlie lo hiciera.

TUS SOMBRAS [ + 18 ]Where stories live. Discover now