Charla familiar

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Dieciséis años atrás...

La ciudad de Vicemir era la más corrupta que se puede encontrar en el Infierno. Se podían hacer todas las cosas sórdidas que se puedan imaginar hasta el punto de que algunos la llamaban la segunda peor ciudad de los Círculos. Sólo Ciudad Pentagrama era considerada peor a pesar de hacer todo lo que hacía Ciudad Vicemir, pero potenciado. Todos los peces gordos de la ciudad tenían algún tipo de operación clandestina ilegal en una red subterránea. Y una de las más grandes era la fabricación y distribución de armas de Acero Angelical.

De todos los metales del universo, ninguno era más temido que el Acero Angelical. El material armamentístico consagrado, que era como la radiación para los humanos, era utilizado por los ejércitos del Cielo para matar a sus enemigos demoníacos. Para los demonios, la muerte no era un gran problema, ya que la mayoría se reencarnaba en un nuevo cuerpo o, si eran lo suficientemente fuertes, se reformaban con el tiempo, dependiendo de lo complicada que hubiera sido su muerte... ¿Pero si uno era asesinado con Acero Angelical? Era una muerte permanente en el vacío del que no había retorno. Era ilegal que alguien tuviera esas armas, así fueran originales o modificadas, sin la debida autorización de la Familia Real, pero eso no impedía que los demonios lo hicieran de todos modos. Especialmente cuando se podía ganar dinero con ello.

En Ciudad Vicemir, el mayor traficante de este tipo de armas no era otro que el propio alcalde: El alcalde Heckhopps. Una escoria incluso entre las escorias cuyos oponentes en las últimas elecciones se retiraron al acercarse el día de la votación o acabaron misteriosamente muertos en 'accidentes', sólo quedando uno, de ese modo ganando Heckhopps por defecto. La mayoría no sabía cómo pudo conseguir esas armas tan rápidamente después del Día del Exterminio, principalmente porque se sabía que el material se desintegraba después de cuarenta y ocho horas de uso, a menos que uno se apresurara a estabilizarlo. Por supuesto, la repuesta vino de la mano de obra esclava: Diablillos.

Técnicamente no era 'esclavitud', pero bien podría llamarse así.

El alcalde Heckhopps encontraba diablillos pobres y desesperados que necesitaban grandes cantidades de dinero en efectivo por algún motivo (normalmente deudas o adicciones a las drogas) y que estaban dispuestos a arriesgar sus vidas para cobrarlo. Les ofrecía grandes cheques a cambio de recoger las armas de los ángeles durante las horas de matanza de los Exorcistas como después. Naturalmente, esto solía aniquilar a más de la mitad de los desesperados diablillos, ya sea por los propios ángeles o por los demonios que buscaban conseguir también los materiales. Los que traían el material, mientras aún respiraban, eran recompensados con la promesa de un pago doble si volvían al año siguiente para otro encargo, lo que la mayoría solía hacer. Sin embargo, el alcalde Heckhopps siempre se aseguraba de matar primero los que repetían, haciéndolo así cada año. Era una estratagema cruel y a la vez inteligente que nadie había descubierto, salvo los que querían dar a los diablillos su verdadera libertad.

Corriendo por los tejados y saltando de edificio en edificio, había dos figuras con trajes negros de infiltración y pasamontañas. Unas gafas de visión nocturna les cubrían los ojos, pero lo único que les distinguía eran los cuernos blancos y negros de sus cabezas. Los dos diablillos se detuvieron en el borde del edificio donde se encontraban, centrándose en el de enfrente: Era demasiado ancho para saltarlo, pero para eso habían traído el equipo necesario.

El diablillo más alto se quitó la gran bolsa de lona que llevaba al hombro, abriendo la cremallera: Sacó un gran lanzador de garfios, lo suficientemente grande como para izarse al hombro. Con un tirón del gatillo, el lanzador disparó un gancho gigante con una gruesa cuerda atada a este, aterrizando en el tejado del edificio opuesto antes de bloquearse.

Sanando a Blitzø (TRADUCCIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora