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Mi despertador sonó a las siete menos veinte de la mañana, pero yo ya estaba despierta, de hecho ni siquiera había dormido.
Me levanté de la cama, me vestí procurando cumplir con mi objetivo principal, pasar lo mas desapercibida posible y coloqué en mi mochila de siempre unos cuadernos, mis útiles, los libros teóricos de clase y mi novela favorita. La había leído más de cuatro veces y cada vez se ponía mejor. La maldición de Hill House fue el primer libro que leí enserio a los diez años y es una de las pocas cosas en este mundo que me hacen sentir como en un lugar seguro
¿Es extraño sentir eso con una novela de terror? Espero no ofender a Shirley Jackson con ese comentario, no soportaría hacer enojar a mi muerta favorita… ahora estoy ofendiendo a mi madre. Que buen día ¿No?

Cuando estuve lista me dirigí a la cocina para desayunar. Mi padre tomaba su café en la mesa mientras leía el periódico. Miré el reloj de la cocina solo para martirizarme, las siete y cuarto, solo faltaban cuarenta y cinco minutos para que tuviera que estar en la maldita escuela.

— Buenos días, pequeño saltamontes — le sonreí como pude — ¿Sigues preocupada? — Aterrada diría yo.

— Un poco — contesté.

— No te preocupes, ya tienes amigos, es la parte más difícil

— Lo sé, pero… me terra terminar la escuela. Este es mi último año y todavía no sé qué haré en el futuro. Me estoy quedando sin tiempo — la habitación quedó en silencio —. Ya sé, estoy exagerando

— Cielo, tus problemas sean lo que sean son importantes. Perdóname si te hice creer que no — se levantó de su silla para abrazarme.

Me dieron ganas de llorar, mi padre no solía hablar demasiado de este tipo de temas conmigo. Creo que tenía miedo de que sacara el tema mamá.

— Te quiero, papá — fue lo único que me salió.

— Yo también te quiero, Alice — dejó un beso en mi cabeza.

Nos quedamos en esa posición un momento, su abrazo me relajaba, me hacía sentir segura.
Otra cosa más que me hacía sentir así, los abrazos de mi padre.

— Creo que deberías desayunar, ya son casi las siete y media — me dijo con una sonrisa.

— Si. Que me recomiendas ¿Tostadas o cereal?

— Como doctor tengo la obligación de decir tostadas, pero como padre amoroso te digo cereales. La comida dulce siempre ayuda en los momentos tristes

Solté una pequeña risa nasal mientras bajaba los cereales de la alacena para empezar el día por lo menos con un poco de alegría.

— ¿Sabes que materias vas a tener hoy? — preguntó.

— Si. Matemática, Historia y supongo que hoy van a hacerme elegir las materias optativas

— Tuviste suerte, imagínate tener educación física el primer día, horrible — dijo frunciendo la nariz — Otra vez habla el padre amoroso, el doctor te diría que hacer ejercicio es necesario.

— Dile al doctor que debería hacer ejercicio él antes de dar el sermón

— El doctor no tiene idea de que estás hablando — contestó volviendo la vista a su periódico. Me reí sonoramente esta vez.

Cuando terminé mis cereales ya eran las ocho menos cuarto, debía irme si no quería llegar tarde el primer día.

— Creo que debería irme — mi padre volteó a ver el reloj y se paró de inmediato.

𝕁𝕦𝕤𝕥 𝕝𝕚𝕜𝕖 𝕄𝕦𝕤𝕚𝕔 | 𝙴𝚍𝚍𝚒𝚎 𝙼𝚞𝚗𝚜𝚘𝚗Where stories live. Discover now