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La lluvia afuera era tan espesa que apenas podíamos ver unos cuantos metros más allá del lago, parecía poder cortarse con un cuchillo.

Adentro del cobertizo solo se escuchaba el furioso golpeteo constante de las rápidas gotas de lluvia en la chapa del techo, así descubrimos la infinidad de goteras que el descuidado lugar tenía. Mi cuerpo temblaba y mi ropa escurría, sin embargo, no pude sacarme la pequeña sonrisa, según yo imperceptible, del rostro. Eddie estaba sonriendo sin inhibiciones, sin importarle si lo veía feliz o no. Cruzamos miradas, la descarga volvió. Todo mi cuerpo tenso y la necesidad de liberar energía acumulada dieron como inevitable resultado una sonora carcajada que el chico pudo escuchar por sobre el ensordecedor sonido metálico que prevalecía. Mi risa desencadenó la suya también y solo pudimos reír por un rato.

— ¿A quién se le ocurre bailar en la lluvia? — pregunté sin dejar de reír esporádicamente.

— ¿A quién se le ocurre seguir al rarito que baila en la lluvia?

— Supongo que los dos somos raritos — hablar de nosotros como un conjunto, me puso los pelos de punta.

Eddie me regaló una de sus hermosas sonrisas. Con la poca luz que entraba de afuera pude ver el brillo tan especial que sus grandes ojos reflejaban, la adorable pelusa que se le había formado en la barbilla con los días de encierro y los hermosos pliegues que se le formaban cuando sonreía. Estamos cerca, sus exhalaciones se sentían pesadas, como si dejara ir todo el aire de sus pulmones en cada una de ellas. Me hubiera gustado poder congelarnos en ese momento; quedarnos así tal cual estábamos. Sería lindo despertar y poder verlo, verlo como sea. Si hubiera podido lo habría hecho...

El aterrador sonido de las llantas rodar por las pequeñas piedras del camino y el rugido del motor enfurecido nos hicieron volver a la realidad, la cruda y espantosa realidad. Un trueno resonó con fuerza,  casi como si quisiera acentuar el momento.

Nos agachamos casi al mismo tiempo, las manos me temblaban y el corazón me latía con ferocidad, ya no porque estuviera nerviosa, ahora estaba aterrada.

— Seguro son los chicos — afirmé, aunque más bien sonó como una duda. En el fondo sabía bien que esos no eran los chicos, ni siquiera tuve que mirar por la ventana para saberlo, pero de todas formas lo dije, supongo, para hacerlo real. Creo que soy un poco supersticiosa después de todo.

Del auto se bajaron tres chicos en traje. Para mí desgracia, reconocí a uno de ellos. Un chico rubio y dentro de todo alto, el mismo chico del que Eddie se había burlado en el comedor aquel primer día de clases. Para empeorar las cosas aun más, los tres llevaban armas y las caras desfiguradas de la rabia, la peor combinación.

— Mierda, mierda, mierda — dijo el pelilargo entre dientes.

Solo pude quedarme callada, temblando y observando lo poco que podía a través de la espesura de la noche. Los sujetos entraron por la puerta que, estúpidamente, habíamos olvidado abierta. Recordé los platos sucios que probablemente seguirían tibios; estamos acorralados, pensé, es solo cuestión de tiempo.

Eddie, a diferencia mía, no se paralizo en lo absoluto, daba vueltas agarrándose la melena con desesperación mientras balbuceaba. Arrebató el Walkie-talkie de la mesa con un movimiento rápido — Oye, Dustin ¿Estás ahí? — su voz sonaba igual de inestable que todo su lenguaje corporal — Es Eddie. ¿Te acuerdas de nosotros? — solo escuchamos estática — Hola ¿Alguien está escuchado? Tenemos un pequeño problemita — otra vez lo mismo — ¿Wheeler?, ¿Peter? ¡Quien sea! — lo último lo dijo golpeando el aparato y apretando los dientes a más no poder.

𝕁𝕦𝕤𝕥 𝕝𝕚𝕜𝕖 𝕄𝕦𝕤𝕚𝕔 | 𝙴𝚍𝚍𝚒𝚎 𝙼𝚞𝚗𝚜𝚘𝚗Where stories live. Discover now