Dar la espalda a tu pareja

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Avanzó entre los árboles volviéndose de forma regular para asegurarse de que Nalbrek estaba allí. Este había regresado a su forma humana y lo seguía con paso vacilante abrazándose a sí mismo mientras temblaba de una manera más que evidente apretando los dientes, corriéndose solo por la insistente estimulación que le producía el andar, pero dudaba mucho que fuese consciente de aquello ya que solo pensaba en una cosa: Nalbrek quería tocarlo, más que quererlo, lo necesitaba hasta el punto de que hasta para él era doloroso a pesar de que su parte lógica sabía que este lo mataría en caso de copular.

Pero aquel lobo cabezota se negaba a ceder a aquella necesidad, a los afrodisiacos, usando cada fibra de su ser para contener aquel impulso y aquello le impedía prestar atención a cualquier otra cosa. De hecho, no lo seguía de manera consciente, solo su instinto lo empujaba a no dejar que él se alejase y lo perseguía a ciegas, pero estaba seguro de que ni siquiera era consciente de su presencia y lo sabía porque, cuando lo secuestraron los humanos, fue él quien siguió a Nalbrek a través del bosque en ese estado y, de repente, entendió por qué Nalbrek no se acercó a él ni una sola vez para ayudarlo: era imposible hacerlo.

En aquel momento un sudor frío lo recorría cada vez que el afrodisiaco afectaba a Nalbrek haciendo que este quisiese despedazarlo, pero se obligaba a ignorar aquella amenaza y estar pendiente de lo que le rodeaba ya que si aquellos lobos locos los encontraban no sería divertido. Su parte animal y humana estaban aterradas por la situación en la que estaban, por lo que sería de ellos si los encontraban y, aun así, el celo que sentía a través de su conexión era tan fuerte que le costaba trabajo pensar en cualquier cosa por la excitación.

Lo que estaba pasando era una locura. Y, para colmo, no solo las feromonas de Nalbrek lo afectaban, sino que su vínculo lo hacía sentir lo mismo que su pareja mientras su celo insistía en que debía ayudar a Nalbrek, aliviar su situación de alguna manera. Mantener aquello bajo control y obligarse a ser la parte racional estaba acabando con su cordura. Acarició la idea de masturbarlo de nuevo, para ver si se tranquilizaba, pero la rechazó. Ni tenían tiempo ni era seguro para él con Nalbrek suelto y sin anulador.

Se volvió por enésima vez y al ver que estaba detenido un poco más atrás mirando a su alrededor desorientado, se acercó a él.

—Nal —lo llamó tendiendo la mano, pero este retrocedió gruñendo.

—No —le advirtió con voz gutural.

—Está bien —asintió estremeciéndose a su pesar al sentir su deseo. Si lo tocase, lo despedazaría—. Pero te estás quedando atrás y eso es un problema, ¿entiendes? —le preguntó, pero Nalbrek no lo escuchaba, demasiado ocupado intentando no saltar sobre él como para prestarle atención.

Respiró hondo obligándose a centrarse para analizar sus opciones. En esos momentos podía alejarse dejando a Nal solo hasta que se tranquilizase lo suficiente para dejar de ser un peligro tan grande, lo cual significaría que su pareja vagaría por el bosque y no sabía que era peor, si que lo encontrasen los lobos y lo capturasen o que lo persiguiese a él como a una presa al notar que se alejaba hasta encontrarlo y matarlo. Desde luego podía atarlo a un árbol, pero dejarlo indefenso e inmovilizado en el bosque no era una alternativa.

La única opción era llevarlo con él, no lo había sacado de la ciudad para abandonarlo, pero ¿cómo? Nalbrek no era racional, dudaba mucho que los afrodisiacos lo dejasen, siquiera, entender lo que estaba pasando. En esos momentos dentro de aquel lobo solo existían dos cosas: el celo fuera de control y el instinto de protección de su familia. Una mezcla explosiva que no los ayudaba a salir de esa situación, sino todo lo contrario. La única manera de asegurarse de que Nalbrek lo seguía a buen ritmo sin perderse era sujetándolo, pero, en su estado, aquello sería un suicidio... 

Cambiantes Libro III TrascendenciaWhere stories live. Discover now