LLamada

290 73 41
                                    

Sus antepasados creían que en la tierra habitaban espíritus que dormían y que, por lo tanto, podían ser encontrados y despertados para comunicarse con ellos. Al parecer, según las tradiciones de las regiones cercanas al mar, Gammal era, en realidad,  un lugar antiguo lleno de secretos y, en teoría, mucho poder al descubrir humanos que el espíritu de la tierra en la que ellos vivían dormía en esas montañas. Por eso construyeron un templo allí, llevando a cabo ceremonias prohibidas hasta que lograron despertarlo, causando grandes desastres naturales que provocaron la expulsión de los humanos del templo primero y de la zona después, siendo sus secretos olvidados.

Era cierto que en su pueblo se contaban historias más o menos fantasiosos sobre grandes criaturas elementales de tierra o agua que arrasaban pueblos y de niño había sido divertido de niño imaginar a un enorme ser de forma indefinida fabricando golems de tierra y haciendo que arrasasen a los enemigos de su invocador como un niño jugaría con sus juguetes de barro. El problema es que él no era un niño y que aquella carpa les estaba diciendo que debían meter a las mujeres embarazadas que tenían delante dentro de un volcán para despertar al espíritu de aquel lugar y hacer que este los defendiese. Una locura. Tanto o más que el hecho de que la mujer junto a Fargla, así como todas las mujeres que estaban detrás, asintiesen mientras sonreían ante la perspectiva de ser metidas vivas en lava mientras intentaban convencerlos de que los ayudasen a abrir la puerta del templo.

Y es que, en algún lugar de aquel suelo, existía una puerta que daba a unas escaleras que bajaban al cráter el volcán sobre el que estaba construido el templo. El último elemento que faltaba: fuego. O eso explicaba Fargla llenó de orgullo. Al parecer lo de los pebeteros era falso.

Pero ¿meter a gente viva en lava? ¿Para llamar a un espíritu de la naturaleza y que los defendiese? ¿Qué tipo de locura era aquella? ¿Cómo habían podido convencer a aquellas pobres mujeres de que aquello era una buena idea? Por suerte, para abrir la puerta, hacía falta que los representantes de todas las zonas del país estuviesen de acuerdo y, por la cara de los demás, aquello no pasaría.

Estaban en una situación desesperada y morirían en un par de días a manos de los humanos. Pero no estaban dispuestos a meter a mujeres y bebes no natos en lava para intentar solucionarlo. Aquello era una maldita locura.

Miró a Giam, que, como él, era uno de los pocos que se mantenían en silencio mientras varios discutían con Fargla, el cuál sonreía tranquilo intentando convencerlos de que no había ningún problema en su loco plan cuando se detuvo.

—¿Y si os demuestro que lo que digo es real? —propuso haciendo que la habitación quedase en silencio.

—¿Demostrar? —preguntó una de las gaviotas y Fargla asintió.

—Puedo demostraros que existe el espíritu que queremos despertar. Ocurrirán temblores continuos que no cesarán hasta que sea despertado o liberado, ya que se molestará al saber que estamos intentando despertarlo, pero dada la situación, creo que tendremos que correr el riesgo.

—Tonterías —rechazó uno de los representantes de las grandes llanuras de aspecto agotado.

—Comprobémoslo los retó Fargla—. Elijan a un representante por región, seis personas en total —les dijo.

—Iré yo —dijo Giam.

—¿Está seguro?

—Quiero saber lo que planea —contestó mirándolo antes de volverse a Nalbrek y cuando este asintió de forma imperceptible, se levantó para ir hasta Fargla y poco después estaban los seis elegidos allí.

—Por favor, vayan cada uno a la pintura que representa su zona —les pidió y vio como se volvían a dispersar colocándose delante de su dibujo con desconfianza. Por alguna razón se sentía inquieto, como si algo peligroso estuviese acercándose y no le gustaba la sensación, sobre todo porque no tenía sentido—. En todos los dibujos, encontrarán un árbol que hunde sus raíces más allá de la pintura. Por favor, pongan la mano sobre él —les pidió y él vio como los seis se miraban entre sí hasta que Giam puso con precaución la mano sobre el árbol y, al ver que no ocurría nada, los demás lo imitaron—. Comencemos la ceremonia —anunció Fargla sonriente.

Cambiantes Libro III TrascendenciaWhere stories live. Discover now