Fargla

288 79 45
                                    

—¿Estás bien? —le preguntó a Nalbrek ofreciéndole agua. Habían sido invitados de forma cordial a dejar el templo después de lo ocurrido para que pudiesen limpiar y todos salieron sin decir nada demasiado sorprendidos por lo que acababa de pasar.

—No creo poder comer ni beber nada por el momento —rechazó algo pálido mientras sus manos temblaban a pesar de los obvios esfuerzos que hacía por controlarlo.

—¿Qué has visto? —le preguntó, pero este se limitó a negar con la cabeza—. Nalbrek, ha... —se detuvo al ver a los niños correr cerca—. Han pasado muchas cosas ahí dentro —prosiguió recordando todo lo ocurrido, lo que descubrieron al salir y es que los elegidos para tocar las pinturas parecían haber perdido la voz, aunque nadie sabía si era algo temporal o permanente—. Si pudieses decirme algo que me ayudase a entender lo que ha pasado, te lo agradecería —admitió.

—Hemos llamado a algo —le dijo por fin—. No es eso, allí había algo y nosotros lo hicimos real. —Se detuvo frustrado cuando suspiró—. El templo es algo, la montaña es algo, en realidad todo lo es, solo que nosotros no nos damos cuenta —le explicó mirándolo.

—¿El espíritu de esta tierra? ¿Drej?

—Imagino que sí, después de todo no creo que la manera de llamarlo importe. Ese ser, por más que esté aquí, está más allá de nuestro alcance. Nosotros no podemos llegar hasta donde se encuentra, aunque él si puede venir hasta aquí. Con esa ceremonia han llamado a una parte, o nos han metido dentro de él —añadió más bajo—. Ahora sabe que estamos aquí, que queremos que venga, y está muy molesto. Todo eso fue para alejarnos, pero no ha funcionado y ahí dentro han creado algo parecido a un vínculo con él. Ahora pueden encontrarlo cuando quieran.

—Y por eso has podido verlo —comprendió.

—No lo sé, no sé si es porque también es un vínculo, aunque uno que no he visto nunca, o es porque ese Drej está hecho de lo mismo que los vínculos o... No lo sé. Lo que sí sé es que está molesto y que esa gente parecer creer que el dolor y la sangre lo calman, aunque yo no estoy tan seguro.

—¿Nos vamos? —le preguntó serio.

—¿A dónde? —replicó Nalbrek y él asintió al recordarlo. Que aquel lugar se hubiese vuelto loco no cambiaba el hecho de que estaban siendo invadidos por los humanos—. Además, no puedo marcharme —añadió mirando a su padre que descansaba a su lado. Dado que no quedaba nadie de su grupo, eso les dio la oportunidad de encargarse de él sin despertar sospechas.

—Eres el único que puede ayudarlos —concordó.

No hacía falta ser muy inteligente para saber que la gente de Gammal no dejarían que ninguno de los elegidos se marchase antes de que abriesen la puerta y, con lo locos que estaban, eran capaces de cortarle el brazo con una sonrisa a cualquiera que intentase irse antes. Al menos con Nalbrek allí, tenían una oportunidad, ya que estaba claro que aquellos locos no les ayudarían.

—Te diría que debemos detener esto, pero la verdad no sé cómo cuando todos parecen estar locos.

—Y no solo eso, ¿los escuchas? —le preguntó Nal y él prestó atención, dándose cuenta de que todos hablaban de lo mismo, de que el templo parecía tener una manera de echar a los humanos, de salvarlos—. Al parecer, aunque están locos, saben muy bien lo que hacen —le dijo y él asintió disgustado.

Al parecer la gente del templo estaba haciendo correr el rumor de que tenían la manera de deshacerse de los humanos, de salvarse, dándoles así a todos lo que más deseaban en esos momentos: esperanza y al ver a varias aves que se alejaban volando suspiró. Solo había una cosa que se extendiese aún más rápido que la desesperación; la esperanza, y una vez que esta germinaba, era muy difícil arrancarla y la gente estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por ella. Incluso sacrificar a mujeres embarazadas, sobre todo cuando estas se ofrecían voluntarias.

Cambiantes Libro III TrascendenciaWhere stories live. Discover now