Un trato

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         Miró el cuerpo suspendido con cadenas, con la cabeza caída hacia delante, incapaz de moverse mientras la lava subía con lentitud cubriéndolo como una segunda abrasadora piel.

Dolía tanto que solo quería que todo acabase.

       El cuerpo en el que pretendían atraparlo aquellos seres.

Su cuerpo.

      Estúpidas criaturas. Patéticas criaturas. ¿Por qué lo llamaban? ¿Acaso no habían aprendido la lección todavía? ¿Por qué seguían pensando que le importaban sus insignificantes vidas? Irritantes. Seres irritantes que solo la molestaban con sus ruidos, llamándolo una y otra vez cuando solo quería dormir.

Dolía, pero no podía desaparecer. Algo lo sujetaba.

      Sintió algo. Algo irritante que la pinchaba, molestándolo. Se volvió hacia el origen de la sensación encontrándose con uno de esos seres que repetía unas palabras, como si esas palabras tuviesen significado. Levantó las piedras a su alrededor y lo aplastó logrando que cesase el sonido. Mucho mejor. Sintió como aquellos molestos seres entraban en pánico. Todos menos uno. Se volvió hacia este descubriendo que solo una cosa llenaba su cabeza. ¿Dawi? ¿Qué era Dawi? ¿Otra palabra sin sentido de aquellos seres?

Conozco esa palabra. Es un nombre. Mi nombre.

       Vio la conexión entre aquella criatura y la que había sido sacrificada. Así que aquel ser era Dawi.

Me está llamando.

       Se dispuso a cortar el lazo cuando, en el último momento, se detuvo. Por un momento se miró a sí misma irritada. ¿Por qué no podía cortarlo? Intentó hacerlo otra vez, pero, de nuevo, no pudo, cuando sintió algo dentro de él.

No.

      ¿Por qué no podía cortarlo? Lo intentó de nuevo con el mismo resultado, así que cambió de estrategia. Sino podía cortar el lazo, destruiría a aquel ser. Se centró en las piedras a su alrededor, pero una vez más, no pasó nada. ¿Por qué?

No.

      ¿Por qué no podía destruirlo?

No.

      ¿No? ¿Por qué no? ¿Porque el sacrificio se negaba a que le hiciese daño a aquella criatura? Se acercó a ella examinándola. Solo era un lobo. Un águila. Carne y huesos que desaparecerían enseguida. ¿Por qué sería importante algo así?

Es mi compañero.

         Se volvió hacia el sacrificio acercándose. Aquel ser pendía en esos momentos atado del centro de la cueva con un cuerpo de varios metros de lava de donde solo sobresalían los hombros y la cabeza, con el pelo y los ojos rojos como la lava que se entreveía por la cubierta ennegrecida cuando se agrietaba. Aquel cuerpo... ¿Él?

       Miró a la quimera. ¿Por qué seguía llamando? ¿Por qué sujetaba al sacrificio? Sin esa conexión, este habría desaparecido consumido por todo lo que había pasado, pero aquella quimera insistía en sujetarlo a pesar de todo el dolor y de que ya no había nada dentro de aquel cuerpo.

¿No había nada? Aquello no era posible. No podía desaparecer. Lo prometió. Se lo prometió. Dijo que sobreviviría y él siempre cumplía sus promesas. Un zorro siempre cumple sus promesas.

         Regresó a la quimera, que seguía llamando. Criatura molesta.

—Lobo ruidoso —murmuró con voz pastosa.

—¿Dau? —respondió la quimera intentando levantarse, pero los dos osos que lo custodiaban, lo redujeron.

—Te dije que te portases bien —le recordó mirándolo antes de dejar caer la cabeza sin fuerza, pero volvió a levantarla mirando a su alrededor furioso.

Cambiantes Libro III TrascendenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora