Sé que era raro

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—¿Nalbrek? —le preguntó Baem acercándose. Al parecer, había ido para ver la situación y asegurarse de que estaban bien. Como si él no pudiese hacerse cargo de un lobo lento.

—Ha salido —le explicó entrando y saliendo con un poco de carne seca que le tendió la antes de sentarse a su lado en el banco fuera de la casa. No podía ser un mal anfitrión cuando el oso se había tomado la molestia de ir a visitarlos—. Aunque es capaz de copular sin querer arrancarme la cabeza, hay momentos en los que se siente irritable, así que se marcha para correr un poco y despejar la mente —le explicó.

—¿Lo has amenazado?

—Con patear su culo gordo y tirarlo ladera abajo si se pone irritable sin motivo —asintió.

—Entonces ya falta poco para que podáis regresar.

—Eso espero. No es que me queje, pero aquí no hay nada que hacer aparte de ver los árboles siendo mecidos por el viento. Hasta ver pasar un águila es todo un acontecimiento. Más aún que en el pueblo. No entiendo cómo Nal podía estar aquí. Yo prefiero el pueblo.

—Nalbrek siempre ha sido diferente —le recordó Baem.

—Desde niño. Por cierto, he escuchado rumores —comenzó con precaución.

—¿De los humanos? —Él asintió—. No hay mucho que contar, solo que hay informes de movimientos en la frontera.

—¿Atacarán?

—Esperemos que no. Y, si lo intentan, volveremos a expulsarlos como hicieron nuestros antepasados.

—Esos humanos nunca aprenden —se lamentó—. ¿Sobre los lobos se sabe algo? —prosiguió casual.

—Nada —negó Baem—. Y he de admitir que me preocupa. Han llegado las noticias de que quemaste la ciudad, pero ni una sola queja formal ni rumores de lobos acercándose.

—Yo no quemé la ciudad, solo le prendí fuego a algunas cosas para distraerlos. No me imaginé que serían tan torpes como para no apagarlos y dejar que se extendiesen sin control. Y, en cualquier caso, es culpa suya por intentar que unas lobas fornicasen con mi pareja —añadió furioso.

—Estás molesto.

—Desde luego. Nalbrek es mío. ¿Cómo se atreven a intentar cruzarlo sin mi permiso?

—Dau, Nalbrek es un adulto, no una cosa.

—Me da igual. Es mío y no se lo daré a nadie —repitió molesto.

—Los zorros siempre sois muy melodramáticos con vuestras familias. E imagino que esto significa que, para ti, Nalbrek es tu familia.

—Desde luego que lo es —respondió ofendido porque lo pusiese en duda.

—Me alegra escucharlo. ¿Sabes? Yo estaba muy preocupado por Nalbrek. Es un lobo y un lobo necesita una manada, una familia, pero Nal nunca la tuvo, ni siquiera de niño como Hilmar. Pasaba los meses solo aquí ya que su tío apenas podía venir y su comportamiento era... peculiar. Siempre me preocupó cómo afectaría eso a su desarrollo, si podría convertirse en un adulto responsable, encontrar pareja, formar una familia y cuando regresasteis como pareja fue un alivio. Tú siempre ha sido lo que ha sostenido a Nalbrek y saber que estarías a su lado a partir de ahora me tranquilizó

—¿Por qué dices que yo lo sostengo? —le preguntó sorprendido de que se hubiese dado cuenta.

—Bueno, tú no lo sabes, pero cuando era pequeño Nalbrek era... diferente —dijo por fin.

—Eso ya lo sabía —le advirtió.

—No, no lo sabes. Aquí viene mucha gente, con todo tipo de pasados, de problemas, pero nunca había visto nada como él. Incluso, al principio, lo mantuve oculto por temor a que el pueblo lo rechazase al verlo.

Cambiantes Libro III TrascendenciaWhere stories live. Discover now