Alejarse de Narg

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Después de que Nalbrek se tranquilizara, regresó al río para encontrarlo en la orilla tumbado bocarriba con los ojos cerrados mientras respiraba con pesadez y, nada más verlo, supo que iba a necesitar tiempo para recuperarse de aquello, así que cogió la ropa sin decir una palabra comenzando a lavarla antes de regresar junto al lobo, el cual parecía dormir, agotado.

Una parte de él se regañaba por haberse precipitado y haberlo sacado antes de tiempo de la cueva, pero, a la vez, sabía que no tuvo elección. Con los lobos cada vez más cerca, permanecer allí más tiempo era una invitación al desastre. Debían comenzar a moverse por más que Nal aún no estuviese en condiciones, de igual manera que debía darle de comer por más que supiese que eso, más que ayudarlo, lo perjudicaba al hacer que los afrodisiacos se activasen. En ambos casos, no tenía más remedio que hacerlo mientras rezaba para que Nalbrek aún tuviese fortaleza suficiente para soportarlo y poder sobrevivir a aquello.

Ojalá pudiese salir de la zona de los lobos y pedir ayuda. Pero como no era posible, solo podía sacarlo mientras recordaba lo que le dijo Sarnat y su propia experiencia a la vez que se aseguraba de estar en condiciones de protegerlo.

Sacó un poco de carne de una de sus bolsas comenzando a comerla mientras miraba distraído las estrellas cuando el estómago de Nal protestó.

—¿Tienes hambre? —le preguntó divertido.

—Sabes que sí, pero no quiero comer —añadió abriendo los ojos.

—Eso lo entiendo —asintió y es que él se había sentido igual, cuando su cuerpo le pedía carne, pero sabía lo que pasaría si accedía—. Lo bueno de todo esto es que puedo comer toda esta carne sin tener que compartirla.

—Te estás divirtiendo —lo acusó.

—Desde luego. Pero si me lo pides con amabilidad, te daré un poco.

—No —rechazó Nalbrek.

—Así no es divertido —le advirtió—. Pero por esta vez, lo aceptaré.

—¿Hay alguien cerca?

—Siempre hay alguien cerca, pero, por ahora, estamos a salvo. Y espero que siga así hasta que te recuperes y podamos seguir.

—Deberías dejarme aquí. Lo sabes, ¿verdad?

—No, no lo sé —negó—. De hecho, eso es lo contrario a lo que se supone que debo hacer.

—No vas a poder sacarme de aquí.

—¿Apuestas algo?

—Dau, estamos en la zona de caza de Narg y tú estás solo. Yo no soy de ninguna utilidad.

—Cierto, no eres de ayuda en estos momentos —admitió guardando la carne. Aún tenía hambre, pero sabía que Nal también la tenía y él entendía mejor que nadie lo que era tener carne tan cerca y no poder comerla.

—Entonces déjame aquí.

—No —se negó en redondo—. Nadie me va a creer cuando cuente que, tras quemar la ciudad de los lobos, conseguí llevar yo solo a mi compañero herido hasta mi pueblo. ¿Sabes cuántas cosas podré ganar en las apuestas hasta que todos lo sepan? No pienso renunciar a unas ganancias tan fáciles —le advirtió.

—Siempre supiste ver las oportunidades —asintió Nal divertido a su pesar.

—Desde luego. Apuestas seguras, poder callar a cualquier marcador solo mencionando este incidente, no tener que deberte ningún favor por haberme salvado de los humanos...

—Yo te salvé de los humanos porque eres mi pareja.

—Que casualidad, porque yo te salvé por la misma razón.

Cambiantes Libro III TrascendenciaWhere stories live. Discover now