No puedes poder

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—Un águila —repitió.

—Sí —confirmó Nalbrek

—Tu padre es un águila.

—Sí.

—Y tu madre un lobo.

—Sí

—¿Pero es que no lo entiendes? Eso es imposible. Eso es ser una quimera y las quimeras no existen, mueren al poco de nacer por las deformidades, eso en caso de que lleguen a nacer. No puedes ser una quimera, mucho menos tener dos formas animales y poder cambiar de una a otra.

—Pues yo sí puedo —le explicó Nalbrek.

—No. No puedes. No puedes poder. ¿Te das cuenta de la frase tan absurda que acabo de decir? —le preguntó pasándose las manos por la cara.

Desde niño le enseñaron que los cruces estaban prohibidos, que de ellos solo nacían seres deformes condenados antes de nacer en donde siempre moría el hijo, en la mayoría de los casos la madre también. ¿Y ahora tenía que creer que una quimera no solo había logrado llegar a la edad adulta, sino que tenía dos formas animales entre las que elegir? ¿Y qué más? ¿Ríos que corrían del revés? ¿Árboles que daban frutos todo el año? ¿Un dios de la tierra que los protegía de los enemigos? Aquello era una locura.

—Esto es demasiado —se lamentó—. Muy bien, explícamelo para que tenga sentido.

—No hay nada que explicar. Solo puedo cambiar a lobo —le explicó haciéndolo— y a águila —prosiguió cambiando también.

—Aunque es imposible —puntualizó él.

—Para mí no lo es.

—Así que mi pareja no solo es un fiel que puede ver la unión de las personas, sino que es una quimera como en los cuentos. Necesito eola para asimilar esto —se lamentó—. ¿Cómo pudo pasar algo así?

—Creo que la mejor manera de explicártelo es contándote lo que ocurrió —intervino Gail—. O al menos lo que yo sé. ¿Sabes que los lobos vinieron hace años a nuestro pueblo? —Él asintió.

—Fue la causa de que ahora está prohibido que los lobos vivan aquí.

—Pues la culpa de esa prohibición es de los tres. Gerna, yo y, en menor medida, Nalbrek. Cuando yo tenía once años, el consejo de mi ciudad recibió una petición de asilo de la ciudad de los lobos, era muy imprecisa, pero dado que no teníamos motivos para rechazarla, aceptamos y poco después llegó una comitiva con un "invitado" al que no se nos permitió acercarnos.

—Gerna —adivinó.

—En ese momento no lo sabíamos, pero, al parecer, al acercarse el primer celo de Gerna, algunos alfas decidieron no respetar las normas y arriesgarse a obligarla a mantener relaciones con la esperanza de que el celo comenzase y quedase embarazada. No sé lo que pasó, solo sé que un grupo fue elegido con sumo cuidado y Gerna traída aquí, un lugar sin lobos, siendo encerrada en una cueva donde era vigilada día y noche.

—¿La encerraron? —Gail asintió de nuevo.

—Pero nosotros no sabíamos nada, sobre todo los niños. Solo sabíamos que los lobos habían traído a alguien y en seguida comenzaron las teorías. Que si era un monstruo sediento de sangre que acabó con su familia, que si era una chica muy hermosa, alguien terriblemente deformado, un humano raptado por los lobos... y los guardias se divertían contándonos historias cada vez más extrañas para burlarse de nosotros, hasta que mis amigos y yo decidimos resolver el misterio.

—¿Y qué hicisteis? —lo azuzó.

—Bueno, aunque en teoría aquella cueva solo tenía una entrada, en realidad había un agujero en una pared que caía al vacío. Imposible acercarse a él, salvo que pudieses volar. Y nosotros podíamos. Así que empezamos a ir, descubriendo que dentro de la cueva había una niña como nosotros. Para ser sincero, descubrirlo fue una decepción y mis amigos perdieron el interés en seguida, pero yo no. A pesar de tener nuestra edad aquella niña hablaba como si estuviese cansada de todo, tan solo había oído esa manera de hablar en gente muy mayor y, cuando le preguntaba a mi madre, esta siempre me decía "le han pasado demasiadas cosas". Yo no podía entender como a alguien de mi edad podían haberle pasado "demasiadas cosas", así que seguí visitándola. Comenzamos a hablar y me contó cosas sobre ella, sobre cómo pasó toda su vida encerrada en una casa dentro de una montaña con su hermano, que ya no la dejaban verlo, que debía tener hijos para la manada a pesar de no querer. Y mientras ella me contaba cosas de su vida, yo le contaba cosas del exterior, del bosque, de cómo era poder salir, volar, incluso le llevaba las presas que cazaba para que las viese. Nunca las comía, solo me las pedía, yo se las pasaba por el agujero y ella las estudiaba antes de devolvérmelas. Varias veces le dije que comiese, pero ella siempre me decía que no podía.

Cambiantes Libro III TrascendenciaWhere stories live. Discover now