Heridas

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Encontrar a los niños fue bastante fácil, casi como si alguien se hubiese asegurado de que los niños no se separaban, de que él pudiese encontrarlos. Hallar al padre y al resto de la familia también fue sencillo, ya que encontraron a unos gorriones, los cuales se encontraron con el padre, así que les dijeron donde se encontraba.

Explicarle al padre el destino de su esposa y su futuro hijo ya no fue tan fácil.

Después de eso, él habría preferido ir a buscar a Nalbrek, pero en su huida con aquella familia, se encontró con un numeroso grupo lleno de padres cansados, personas mayores y niños que entendían lo que ocurría o lo entendían demasiado bien, así que, como uno de los pocos cazadores allí, los acompañó camino a Gammal, el único lugar que parecía algo seguro.

Por suerte para su paz mental, Nal llegó ileso al anochecer al campamento.

Y desde entonces los días se repitieron. Avanzar hasta Gammal, llegar a él tan solo para darse cuenta de aquel lugar no era una alternativa, ayudar a la gente a marcharse de allí en busca de un lugar seguro que, en realidad no existía, mientras los marcadores iban a luchar como sacrificios ofrecidos para ganar tiempo y permitir huir a los demás a pesar de ser inútil.

Ellos estaban huyendo, pero no se podía huir de manera indefinida. Desde luego, los humanos mandaron embajadores para negociar, pero todos sabían que aquellos seres eran traicioneros, por lo que solo recibieron una respuesta: encontrar los cadáveres de los embajadores colgados de los árboles, pero no solo eso. Cada vez que encontraban un humano o grupo de ellos, no importaba su edad, el motivo por el que estaban allí, eran asesinados y sus cuerpos expuestos.

El problema era que aquello, en realidad, no servía de nada. Era solo un pequeño desquite que no cambiaría el destino de la guerra. Aquellos tubos de hierro eran imbatibles. Iban a perder y la desesperanza se extendía por el campamento, por el país, ya que solo tendrían dos opciones: ser mascotas de los humanos o morir y él tenía claro cuál era su elección.

Removió la sopa perdido en sus pensamientos. Aunque en aquella primera batalla él lucho codo con codo con Nalbrek, desde entonces se quedó en retaguardia con los supervivientes ya que sus instintos como marcado le impelían a hacerlo. Los que se quedaban atrás, se sentían más seguros con un depredador cerca por si algún grupo de humanos conseguía acercarse, así que permaneció allí, protegiendo a los que huían mientras ignoraba el nudo en el estómago que sentía cada vez que pensaba que aquel podía ser el día en el que Nalbrek no volviese. Aunque, si pensaba en la situación, morir en la batalla era la mejor opción. Muchos depredadores habían escogido ya ese camino, por más que Nalbrek siguiese regresando a él una y otra vez. Pero cada vez que veía su expresión...

Apartó aquella imagen de su cabeza obligándose a pensar solo en el ahora antes de dejar que la situación lo aplastase. La gente que estaba en Gammal llegaba allí para plantearse qué hacer: quedarse allí y esperar su final y elegir otro lugar para morir y él no era una excepción dudando entre regresar a su pueblo, el lugar donde creció, donde vivió con su pareja y acabar su vida allí o enfrentarse a los humanos y llevarse a algunos consigo antes de morir.

Siguió removiendo la sopa. Desde niño siempre pensó que quedarse atrás era de cobardes, pero ahora que estaba allí, en aquel lugar, rodeado de gente que había perdido la esperanza y que se preguntaban si deberían matar ya a sus hijos o darles un día más de vida, preferiría mil veces estar luchado. Al menos así no tendría que mirar a la realidad a los ojos y verse obligado a aceptar que todo aquello era inútil mientras fingía lo contrario por el bien de los demás.

Cogió un poco de sopa y la echó en un cuenco antes de dirigirse hacia Baem.

—Toma —le dijo ofreciéndole el cuenco.

Cambiantes Libro III TrascendenciaWhere stories live. Discover now