Las galletas te salvan

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Sira:

—No coman nada, ahora vuelvo—les advierto al salir de la cocina para poner música en la radio.

Al regresar despacio, veo por la orilla de la puerta el como las dos están comiendo de la mermelada para las galletas. Se ven tan tiernas, como unas pequeñas niñas escondiéndose de su madre que les prohíbe comer más de lo permitido.

Tomo mi teléfono y con cuidado para que no se den cuenta les tomo una foto, y entrar casi gritando para atraparlas con mermelada en la boca.

—¡Corre!—Elizabeth carga a Roose para correr fuera de la cocina y esconderse de mi.

Les sigo el juego y salgo corriendo a perseguir las, encontrando las más rápido de lo que ellas esperaban por la forma tan contagiosa y chillona en que ríe Roose, detrás de la regadera de mi habitación.

—¡Las encontré!—las dos no paran de reír cuando hago a un lado la cortina para verlas paradas sobre la tina.

—¡Huye capitana, sálvate!—ella saca a la pequeña de la ducha para que salga corriendo fuera del baño.

—¡Ey ey!—le obstruyó el paso cuando ella también va a salir corriendo—Te atrapé, Lizzie.

—¿Eso crees?—ladea su cabeza sosteniendo una sonrisa.

«Una maldita sonrisa» pienso al no poder apartar mi mirada de esa curva.

—Eso hice...—susurro al ver como inconscientemente humedece sus labios.

Maldita forma de mirarme, ¿por qué no puedo solo apartarme?

—Yo creo que no—me reta.

Maldito lenguaje corporal.

«¡Te odio Elizabeth!» es lo único que logro exclamar en mi cabeza antes de inclinarme y besarla.

Besarla con deseo, deseo que no sabía que tenía.

Besarla como si me muriera de ganas de hacerlo.

—¡Mamá, las galletas!—grita Roose desde la cocina.

Besarla, oh dios, la estaba besando.

La idea me llega lo más rápido que puede como para obligarme a alejarme para salir con prisa y vergüenza acumuladas en un solo instante.

Odiaba decirlo, pero a veces hasta lo más estúpido, como las galletas, te salvan de seguir cometiendo errores como estos.

¿Que te ha pasado por la cabeza, Sira?

Trato de pensar en cuantos golpes mentales debo estarme dando ahora mismo.

Saco las galletas del horno y las pongo en la barra para observar como me juzga con la mirada mi hija.

—Lo siento...—susurro al ver todas las galletas quemadas—¿Quieres ir a dormir?

Ella siente decepcionada arrastrando la cobija del sofá por todo el pasillo hasta su habitación.

—¿Quieres que te cuente un cuento? Prometo que esto no va a quemarse—trato de bromear pero ella solo me da la espalda.

Roose estaba creciendo demasiado rápido, y yo envejecía mucho más.

—Descansa—beso su frente antes de ir a la puerta—Te amo.

Ella se voltea, haciéndome creer que responderá, cuando lo único que dice es:

—¿Y Lizzie?

—Ella...—voy a decir algo cuando Elizabeth se acerca a la puerta con un plato con galletas en la mano.

—Solo una y las demás para desayunar—se acerca a su cama para inclinarse y besar su frente—¿Lo prometes?

Roose asiente y toma una de las galletas para comérsela y después acostarse por completo para cerrar sus ojos.

Ahí las dos salimos, siempre tratando de no tropezar la una con la otra por la vergüenza que seguramente, las dos compartimos.

—Lo siento—es la primera en disculparse.

Pero no debía, yo la había besado.

—No no, yo lo siento, es solo que...—era tan difícil de explicar.

—No importa, yo debo irme—toma su saco y camina a la entrada.

—Elizabeth—la llamo antes de que salga.

—¿Si?—me mira.

¿Que carajo debo decir ahora?

—¿De donde sacaste las galletas? Es que todas se quemaron.

Ella ríe negando para después apretar sus labios con cuidado.

—Buenas noches detective—sale de la casa cerrando consigo la conversación.

—Buenas noches, Lizzie...—susurro antes de suspirar e irme a dormir.

Parezco una adolescente, no sé qué hizo conmigo.

Cartas A La Edad © | [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora