Amenazas y lágrimas de detective

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Elizabeth:

Los toques bruscos de la puerta principal me hacen levantarme, Louis se ha ido hace unos minutos, quizá se le ha olvidado algo.

Voy hacia la puerta descalza y abro, la sorpresa del hombre es la misma que la mía.

Quizá porque ya nos hemos visto y no en buenos momentos.

—Así que todo esté maldito tiempo has sido tú—frunzo el ceño y me hago a un lado para ver hacia el auto estacionado.

No hay nadie más, solo él y... Esa pequeña niña que saluda desde el coche con una sonrisa.

—¿De que hablas?

—Deja de hacerte la ilusa, me has estado viendo la cara acostando te con mi esposa.

Así que es eso... Suspiro y voy a cerrar la puerta cuando él la detiene.

—Oye, los problemas que tengas con tu esposa a mi me dan lo mismo, si ella está con alguien y eso te duele, deberías darte cuenta que estás haciendo mal.

—¿Te burlas de mí?

—Oh no—digo con sarcasmo—solo digo que eres un imbécil y la detective ya se dio cuenta de ello. Aunque no sé qué haces aquí, ya lograste que se fuera.

Me río en cuanto caigo en cuenta.

—Ah claro, es que no puedes tenerla, ¿cierto?

—Aléjate de mi esposa y de mi hija, es la única advertencia que haré para ti, Elizabeth.

—Claro—le doy una sonrisa de lo más falsa y le cierro la puerta en la cara.

«¡Que intenso!» me deshago de todo el miedo que de verdad tenía y no hice notar.

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Otra vez los toques bruscos en la puerta, esta vez más repetitivos y desesperados que los anteriores.

—Oye de verdad, llamaré a la policía...—abro la puerta con el bate en la mano cuando ella se abalanza sobre mi para abrazarme con fuerza.

—Se la llevo—llora con desesperación.

—¿A quien?—suelto el bate para hacer que me mire.

Tiene el rostro hinchado por seguramente, haber llorado horas atrás.

—A Roose, se llevó a mi hija.

—Ey, calmate y ve más despacio—hago que pase y cierro la puerta antes de verificar que nadie la haya visto o seguido.

Ni siquiera sé porque lo hago si ya da igual si nos ven o no.

—Estás helada, ponte esto—le doy uno de mis suéteres favoritos y ella se lo pone.

La puerta al abrirse nos hace voltear al mismo tiempo, Louis nos mira y se acerca furioso para señalarle la puerta.

—Quiero que se vaya—la mira—ahora.

—Louis—susurro.

—Esta bien, Elizabeth—dice ella dejando el suéter sobre el sillón—lo siento.

Ella sale y cierra la puerta.

—¿Por qué lo hiciste?

—¿Por qué? ¿De verdad vas a preguntar? Date cuenta, Elizabeth.

Tomo el suéter y abro la puerta, cuando él toma mi brazo para detenerme y obligarme a mirarlo.

—¿A donde vas?

—Ella me necesita, Louis.

—¿Y ella te necesita?—me hace cuestionarme.

—Da igual si no lo hace, yo quiero estar para ella.

—Volverá a hacerte daño.

«Lo se...» doy la media vuelta soltando me de él y corro para buscarla.

Cartas A La Edad © | [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora