Una disculpa inconclusa

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Sira:

La cabeza quiere explotar me en cuanto mis ojos son capaces de abrirse.

Mis manos tientan el otro lado de la cama, en ese lugar vacío y frío donde, aparentemente, nadie durmió.

Me levanto de la cama y salgo de la habitación descalza, Roose aún sigue dormida pero el ruido de la cafetera en la cocina al igual que el olor, me hacen ir hacia allá.

-Buenos días, Lizzie-le saludo al verla buscar entre su bolsa, ella me ignora así que creo que no me ha escuchado-¿Despertaste temprano? La cama estaba fría y...

-No dormí contigo-habla con frialdad.

Entonces se que algo está mal, y trato de recordar que es lo que sucedió anoche, porque si soy sincera, lo único que recuerdo es haberle dado la idea de salir y caminar en vez de usar el auto.

-¿Pasa algo?

-¿Es sarcasmo?

-¿Que?-exclamo sin de verdad entender que es lo que pasa.

-Ya veo, no lo recuerdas- ríe para si misma-Que estúpida, Elizabeth, ¿cómo podría recorde algo tan insignificante?

-Ok, no estoy entendiendo, ¿hice o dije algo mal? La cabeza me explota y no recuerdo nada.

Obligó a mi mente a darme algo, aunque sea poco.

En cuanto lo hace y veo la forma en que me mira, se que he metido la pata en todo sentido.

«¡Sira, ¿pero que has hecho??» quiero pensar en que eso fue lo peor que pude decir, pero en realidad el flashback siguiente en donde la dejo sola, en una ciudad que no conoce, es mucho peor que las palabras.

-¿Ya lo puede recordar detective?-su sarcasmo y enojo es más notorio que la resaca estúpida que llevo.

-Lo siento.

-Un lo siento no resuelve todo, y si soy sincera, creo que nada puede resolver lo de anoche.

Toma sus cosas y sale de la casa.

Suspiro por hacer esto y por pensar en cada una de las palabras dichas anoche.

-Elizabeth, espera-corro hacia ella para que no tome ese maldito taxi que de inmediato se detiene, cuando algo se entierra sobre la planta de mi pie por salir descalza-¡Au Auch!

-¿Estas bien?-ella va hacia mí y cuando siente lo que está haciendo, vuelve a parar-Ni siquiera sé porque me preocupa, puedes sola.

-Elizabeth, por favor-ignoro cualquier cosa y voy hacia ella para tomarla del brazo-por favor escúchame.

Se cruza de brazos en cuanto el taxi se va.

-Te amo, y no es que haga las cosas fáciles, ni para ti, mucho menos para mí, porque está claro, esto no estoy ni siquiera tratar de hacer las cosas fáciles. Solo quiero estar contigo, por eso elegí un lugar donde nadie nos conoce, por eso puse la excusa de las invitaciones para la estúpida boda a la que nunca debí decir que si, porque te amo, y porque tengo miedo, Elizabeth...

Sus brazos se aflojan y vuelven a sus costados, esta vez, sin saber que hacer con ellos al igual que yo con mis manos y la ansiedad que mueve los dedos de mis pies sobre el suelo caliente.

-Trate de decirle a mi madre que me gustabas y lo hice-su rostro emana sorpresa, al igual que quiere dibujarse una sonrisa, sonrisa que no quiero quitarle pero debo para ser sincera con ella-al final le dije que era una broma de mal gusto por como reaccionó, pero quiero que sepas que de verdad lo intente. Lo intente por ti, para ser una persona digna para ti, porque vamos Elizabeth, no mereces esto y lo sé y es lo que más miedo me da.

-¿El que?-interviene.

-El que te des cuenta y me dejes.

Si hablamos de miedos, mi madre siempre decía cuando le preguntaban, que su hija no tenía miedos porque era su hija, y sus hijas nunca experimentarían tal sentimiento. Porque el miedo es para débiles, y los débiles no son dignos de ser sangre de su sangre.

Lo que mi madre nunca supo, y nunca sabrá, es que su hija tiene más miedos que años, y eso, es mucho si contamos.

-Empecemos de nuevo, Lizzie-sugiero al acercarme a ella-Lo siento, por todo, en especial por dejarte.

-¿Volverás a hacerlo?

Miedo, ella también tiene miedos. Que estoy segura, si le cuenta a su madre.

-Voy a mentir si digo que no-admito-pero de verdad intento no hacerlo. Porque es lo que menos quiero hacer contigo.

-¿Y que quieres hacer?-su respiración cambia al sentir como mis dedos sienten sus mejillas.

-Volver adentro-pongo detrás de su oreja ese mechón de cabello castaño que siempre escapa y pega en su cara-a la cama.

-Sira...-susurra al sentir mis labios dejar un beso pequeño sobre la punta de su nariz.

-Solo quiero que me perdones, Lizzie.

-Juegas sucio.

-¿Lo hago?-hablo bajo, casi con la voz ronca por traer la garganta seca por la resaca que por primera vez tengo y ya odio.

-No puedo seguir teniéndote tan cerca-se rinde y toma mi mano para caminar dentro de la casa.

«Lo se» me respondo mentalmente al caminar hasta la habitación y cerrar con cuidado para no despertar a Roose.

Sus manos tocan mis mejillas al besarme con tal impaciencia y deseo, que odio el alejarme para quitarme la pijama negra de seda.

-¿Jugamos?-ella sonríe sin poder apartar la vista de mi.

-¿A que?

-Un escondite para dos-ella ríe negando porque sabe de dónde viene aquello.

-De acuerdo, pero debes dejar de hablar a solas con Louis.

-Anotado querida-voy hacia ella para enredar mis manos sobre su cintura y tocar su piel cálida y suave.

¿Cómo es que estaba permitido sentir tanto?

Porque yo la sentía, la sentía en todo momento aún cuando no me tocaba como ahora lo hace.

Cómo ahora con sus manos recorre el contorno de mi cuerpo pegado a la puerta.

Voy a besarla de nuevo mientras meto mis manos sobre la ropa que trae puesta, cuando el sonido de los pies pequeños de Roose y el toque a la madera me detienen.

-¿Mami?-su voz se escucha ronca y chillona como todas las mañanas.

-¿Si cielo?-Lizzie me mira con picardía y diversión.

-¿Podemos ir a ver la torre?

Elizabeth se hace a un lado tomando la pijama del suelo para dármela, ponérmela rápido y abrir la puerta.

-¿La torre?-pregunta ella al cargar a Roose sobre sus brazos.

-Si, la torre de Paris de la que habla la abuela.

-Oh Rosi-aparto su cabello desordenado de su rostro-no estamos en París cielo, es New York.

-Oh-hace una mueca decaída y triste para las dos-¿Podemos ir a París, Lizzie?

-Claro-yo niego para que no le dé demasiadas esperanzas a Roose, porque si algo no podrán quitarle de la cabeza después será eso-un día te llevaré a ver la torre.

-¿Lo prometes?-ella le enseña su meñique y Lizzie lo sostiene, para apretarlo con el suyo.

-Lo prometo.

Las dos salen de la habitación, mientras yo aún trato de mantener mi respiración y los latidos de mi corazón por la disculpa inconclusa.

Cartas A La Edad © | [Completa]Where stories live. Discover now