Lo siento como esa canción

230 36 24
                                    

Sira:

¿De verdad estaba negándolo?

Había pruebas, y no solo eran las que había recolectado Olivia, Roose, nuestra hija los había visto.

¿Cómo se atrevía a negarlo en mi cara?

—Vete—señalo la puerta.

—Pero cariño—trata de acercarse cuando Lizzie toma mi arma del escritorio para apuntarle.

Estúpida, ya había olvidado que ella estaba ahí.

—¿Que carajo hace tu secretaria, Sira?— él la mira casi riendo.

Lo que me hace recordar una de las cosas que hacen a Elizabeth, Elizabeth.

1. Nunca te rías de algo cuando ella se muestre fría o sería, eso significa que no está jugando y que no lo hará.

—Baja el arma niña, no sabes con quién te estás metiendo—da un paso hacia ella cuando yo me pongo en medio de los dos.

—Creo que el que no sabe con quién se mete eres tú, Dean—lo miro con seriedad—Cuando llegue a casa no quiero ver nada tuyo, vete.

Abro la puerta tomando de la mano a Elizabeth, la cual todavía lo mira como si quisiera matarlo.

Yo quería matarlo, y a ella también.

¿Cómo se le ocurría hacer eso?

—¿Estas loca, Elizabeth?—la suelto al llegar al último piso, en la azotea del edificio.

—No, no estoy loca Sira—al fin me llama por mi nombre—Estoy celosa.

Si tuviera agua de inmediato la hubiera escupido, o peor aún, me hubiese ahogado con ella.

—¿Que, que estás diciendo?— quería haber escuchado mal.

Quizá...

—Lo que escuchaste, estoy celosa—lo dice tan segura que da miedo—y tú tienes la culpa.

—¿Perdona?—me echo a reír—No es mi culpa que estés enamorada de mi, Elizabeth.

«Si lo era, ¡maldición! claro que lo era» me golpeó en la cabeza mentalmente.

—¿No es tu culpa?—tensa la mandíbula y se acerca a mi—dime mirándome a los ojos que no es tu culpa, Sira.

«Ah carajo, debía alejarse o no podría contenerme»

—Dilo—ordena sin dejar de mirarme.

Seguro que nadie lo siente, pero yo si.

Siento como el aire se tensa al igual que los músculos de mi boca.

No quería pensar, no debía, no podía.

—¿Que estás haciendo me, Elizabeth?—no dejo que conteste mi pregunta estúpida, porque está más que claro que hace, y tomo sus mejillas para besarla.

Dejo de contenerme, retengo el aire lo suficiente y pegó mis labios a los suyos para darle de mi oxígeno, del poco oxígeno que tengo porque ella se lleva lo demás.

Siento como si el piso girará mientras mis labios siguen tocando los suyos, tomándolos como si fuesen desde siempre suyos.

Siento lo cliché y lo inexperto.

Siento que me eleva, y tengo miedo, miedo al caer más rápido de lo que deseo.

Sus besos dejan de ser míos un momento y me siento con la necesidad, con la sed de volver a sentirlos pegados a mi.

Y ahí aparece el momento.

Lo siento como esa canción que me hizo volar mientras ella me pedía cerrar mis ojos y girar en medio de la sala.

Maldita sensación que me hace sentir inexperta. Y solo porque ella me hace sentir viva, viva de nuevo, viva de verdad.

Tenía que odiarla de más antes de seguir besándola.

Lo cual era imposible, por eso habíamos llegado al punto de no darnos cuenta de que no solo éramos ella y yo.

O peor aún, de que en ese momento, alguien más nos estaba viendo.

—Olivia...—me alejo en milímetros de segundo al escuchar su nombre.

—Yo, lo siento—sale asustada, confundida.

—Yo, lo siento—se disculpa otra vez por mi.

Quiero decirle que eso no arreglará el que nos hayan visto. Pero eso es aún más estúpido.

—Ey, deja de disculparte por algo que no necesita disculpas.

Hago que me mire de frente y afronte esto como yo lo estoy haciendo.

—El amor no es un crimen, Elizabeth, y nosotras no somos criminales. Al contrario querida, nosotros los investigamos y los atrapamos, ¿entiendes la diferencia?

—Si...

—El amor no se atrapa, ni tampoco se retiene—le doy un poco de valor—no lo retengas, porque yo no quiero hacerlo.

Cartas A La Edad © | [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora