Cartas a la edad

118 22 13
                                    

Elizabeth:

El aire fresco volvio en cuanto entre a aquella casa con olor a viejo.

No eran las paredes llenas de humedad o la sala con espacios sin coser, era ella.

Esa mujer sentada sobre una silla, mientras mece despacio su cuerpo.

De inmediato lo miro, negando, porque esa mujer no puede ser ella. Pero él asiente y me insiste para que me acerque.

-No puedo-le susurro aunque quizá no me ha oído.

-Sira-la llama-querida, alguien ha venido a verte.

-¿Roose?-ella voltea un poco su cabeza para mirarlo, y después mirarme a mi.

-Es Elizabeth-menciona Dean-Lizzie.

No se porque ha mencionado ese absurdo diminutivo, pero lo único que me desconcierta es la forma en la que ella reacciona y me mira con odio.

-¡Vete!-grita-Vete, no quiero verte. ¡Llévatela, sácala de aquí ahora!

Él me mira acercándose a mi, pero lo alejo para yo ir hacia ella.

-Lo siento-es lo primero que logro decir- debí, debí estar siempre. Lo siento tanto.

-¿Donde estabas?-solloza indefensa, tan débil, dejando notar cada arruga leve que ciñe de la piel suave de su rostro.

-Lo siento...

-¡¿Donde estabas, Elizabeth?! ¿Tienes idea de cuántas cartas escribí?-lo sabía, porque todas las había mandado, quizá -Cuantas veces llore por ti, por tu cobardía.

-¿Cobardía?-frunzo el ceño al alejarme-¿Debo recordarte que la primera en huir, fuiste tú? ¿Y ahora yo soy la cobarde?

Me río por tal estupidez.

-Te necesitaba.

-Y yo te necesite en New York dos veces, te necesite después, ¿donde estabas tú ahí, Sira?-le suelto dejándola callada-Huiste, también te volviste cobarde y yo regrese, siempre regrese a ti.

-¿Entonces por qué te fuiste?

-Porque me cansé-exclamo cansada-me cansé de esperar que hicieras lo mismo por mi. Hasta que al final me di cuenta que no lo harías, porque ese era mi papel, ¿cierto? Tú debías estropearlo y echarme en cara todo, yo debía perdonarte y regresar como una estúpida niña.

-Nunca te vi así, lo sabes.

-¿En serio?-suelto una risita-vamos, Sira, nunca pudiste verme de otra forma. Por eso te ibas, por eso siempre tenías en la cabeza que yo era una niña y tú una mujer adulta, por eso me lastimaste la primera, segunda y tercera vez.

-Para, Elizabeth -advierte.

-Y por ello estás aquí-suelto frente a ella.

-Quiero que te vayas-dice después de dejarme enderezar mi cara después de la bofetada.

-No vuelvas a escribir otra carta, Sira-digo al tomar mis cosas y mirarla quizá por última vez-porque terminarán en la basura como las demás.

Abro la puerta y salgo reteniendo ese nudo en la garganta que me asfixia tanto, como el llanto que se oye al bajar las escaleras.

Pongo mi mano sobre mi boca tratando de callarme, pero siento que entre más me quedo en aquel escalón para oírla, más las lágrimas salen y comparten su dolor.

¿Cómo llegamos a este punto?

Habríamos jurado amarnos, quizá no siempre, pero nunca hasta lastimarnos.

Cartas A La Edad © | [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora