Sira

129 25 8
                                    

Elizabeth:

—¿Que dijiste?—volteo con los ojos aguados.

—Te necesita, Elizabeth...—murmura despacio, como si intentará soltar las palabras con delicadeza.

Como si tiempo atrás, él no hubiera sido cruel con ninguna de nosotras dos.

Con Roose...

—No no, ¿que dijiste hace un segundo atrás?

—Solo...—me mira y suspira señalando el auto— quizá quisieras acompañarme, ella... Ella te espera.

Iba a dar la vuelta, a ignorar aquello por los años ya pasados.

Intentaba ya no amarla, olvidarla y seguir, ¿pero como podía?

—Espera a su Lizzie—suelta sin sentido.

¿Cómo podía después de aquella mención absurda que soltó esa idea del olvido?

No pude dejar de pensar durante todo el camino en ella, en ese apelativo tan banal y que me provocaba querer llorar. Pero era peor, lo demás lo ignoraba y lo hacía a un lado.

Ella está muriendo...

Y yo, yo fui totalmente estúpida.

—Sus cartas...—susurro inconscientemente, aún creyendo que estoy sola cuando siento su mirada sobre mi.

Sus cartas eran para mí y yo no respondí ninguna.

Porque nunca las abrí...

|

Elizabeth...

No sé qué hora es, estoy totalmente perdida y lo único que me ha podido sacar de donde sea que voy cuando...

Lo siento, estoy paranoica.

Y ya dan igual todos los gritos que he dado, o las lágrimas que he expulsado, después lo olvidaré y yo... Mierda, Lizzie, tengo tanto miedo y tú no estás.

No escribes, ni siquiera abres mis cartas y te odio, te odio tanto por ello. Que quiero gritarte, quiero golpearte por hacerme esto, por abandonarme y dejarme sola. Pero lo sé, yo lo hice primero y también me odio por ello cada maldito segundo.


No debí conocerte, pero tú llegaste y no debías. No debías Elizabeth, eras joven, eras tan malditamente joven que podías ir a otro lado pero ahí estabas, con esa estúpida sonrisa que desde el inicio me hizo odiarte.

¿Por qué? Quiero que respondas esa tonta pregunta.

¿Por qué yo?

Había tantas mujeres, tantas más atractivas y de tu edad.

Mierda, ¿por qué yo?

|

Es la carta más corta, y la que ahora me daba la razón de todo.

Ella me necesitaba, y yo, ¿donde estaba yo?

¿Donde estaba la Lizzie que podría decirle que todo estaba bien?

Que no sintieras miedo, que yo estaría a su lado. Pero ese es el problema, yo no estaba ahí, con ella, a su maldito lado sosteniéndola.

Cartas A La Edad © | [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora