Revelación (11)

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Sovieshu insistió en que debíamos tener un picnic, así que luego de que un sirviente nos trajera una cesta con tentempiés, salimos al jardín.
Las miradas de todos estaban pegadas a nosotros. Los invitados extranjeros cuchicheaban a nuestro paso en idiomas desconocidos con distintos grados de curiosidad.
El Emperador estaba acostumbrado a que las cabezas se voltearan cuando pasaba, pero yo quería que me tragara la tierra.
Me había habituado a pasear entre la gente nativa del palacio porque ellos ya sabían quién era, qué hacía ahí y la gran mayoría ya tenía poco interés en mí, pero para los extranjeros, ver al Emperador pavoneándose con una canasta con comida y una mujer que no era la Emperatriz era irresistible. Iban a hablar sobre eso con todos aquellos que no lo habían visto con sus propios ojos, encantados de llevar el chisme más jugoso a la reunión de té.

Pero no podía quejarme cuando Sovieshu parecía estar en la séptima nube, así que puse mi mejor sonrisa y lo seguí sin chistar. No iba a ser yo la lluvia en su desfile.

Caminamos por un rato, hacia una parte en la que casi no había gente. Uno que otro sirviente iba de aquí para allá con prisa, pero nada más.

Miré alrededor, confundida. Qué podría haber aquí? Altos arbustos, pulcramente podados, formaban una barrera que no dejaba ver absolutamente nada.

—Aquí, ven.

Sovieshu había caminado un par de pasos más hacia la derecha, saliéndose del camino. Llegué a su lado y lo miré sin comprender. Él sonrió.

Tras apartar unas matas, nos encontramos en un pequeño claro rodeado de arbustos florales. La ligustrina crecía salvaje de ese lado, y una enredadera llena de pequeñas flores blancas había hecho su hogar entre las ramas.
Todo a mi alrededor parecía salpicado de colores, como una pintura de Monet. En el centro había una fuente en la que se bañaban unos pajarillos que alzaron vuelo en cuanto nos vieron.

Más allá, un viejo quiosco que apenas se mantenía en pie había sido devorado por la misma enredadera y daba la impresión de ser el palacio de seres fantásticos.

—Su Majestad, este lugar es hermoso! —Sovieshu pareció complacido por mi reacción. Avancé sintiéndome una princesa de Disney, tocando las flores con las puntas de los dedos y deseosa de quitarme los zapatos para sentir el pasto en los pies. Giré para enfrentarlo, sonriendo ampliamente. —No sabía que este lugar estaba aquí.

—Me alegra que te guste. —El Emperador sacó el mantel de la cesta. —Ven, sentémonos.

—Permítame ayudarlo.

***

Rashta dispuso los platillos en el mantel que habíamos colocado en el suelo. Los sándwiches y canapés estaban recién hechos, y exclamó un "Hmmm!" de felicidad en cuanto mordió uno. El té frio iba perfecto con la comida, y por un momento comimos en silencio disfrutando del sol, el aroma de las flores y el canto de las aves.

Esta parte del jardín había sido diseñada por la concubina favorita de mi abuelo, y en los años anteriores lo había evitado como la peste. Nunca había pensado en llevar a nadie allí ya que su origen me parecía desagradable.

Pero tras haberlo reencontrado hacía unos días, imaginé que a Rashta le encantaría. Las flores, la fuente e incluso el inútil quiosco... Pensé que todo eso le parecería hermoso. Y yo quería verlo a través de sus ojos. Estaba contento de no haberme equivocado.

Observé su perfil en silencio. Tenía los ojos cerrados y respiraba profundamente, llevando el limpio perfume del ambiente a sus pulmones. Era hermosa. Etérea. Como un hada. Sobre todo al verla entre todas aquellas flores. Me pregunté cómo podía conservar su fragilidad intacta luego de toda una vida de abusos.

Sus ojos negros encontraron los míos, y su sonrisa iluminó el mundo.

Ayuda! Reencarné en la Rata!Where stories live. Discover now