Las situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas (32)

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—El Duque Claude Ergy solicita audiencia, Emperador.

Ergy? Así que al fin iba a explicarme por qué llevaba semanas alojado en mi palacio.

Con un gesto de la mano le indiqué al guardia que le permitieran pasar. Moví el cuello de un lado a otro, tratando de deshacerme de la tensión por estar tanto tiempo con la nariz entre papeles. Justo en ese momento, el Duque se detuvo frente al escritorio.

—Su Majestad Sovieshu. Es un placer por fin hablar con usted. —El hombre sonrió humildemente.

—Espero que su temporada en el Imperio esté siendo de su agrado, Duque. Cómo se encuentran sus padres? —Y por qué no está allí con ellos? No lo extrañan?

Hasta ahora había mantenido un perfil más o menos bajo, pero los escándalos no tardarían en surgir. El Duque era igual de popular que nuestras propias mariposas sociales, pero a diferencia de la Duquesa de Tuania, por ejemplo, no tenía ninguna consideración por las apariencias, y las mujeres a las que cortejaba tampoco tenían reparos en tomarse de los cabellos en público, presa de los celos.

—Excelentemente, Emperador. Pero no son mis padres el motivo por el cual estoy aquí. Quería pedirle disculpas personalmente. —Contuve la necesidad de alzar una ceja.

—Sucedió algo que las merezcan? —Cambió su peso de un pie al otro nerviosamente.

—Es mi culpa que el rumor sobre la Vizcondesa Rashta se haya reavivado, Su Majestad. —Agachó la cabeza apresurándose a añadir en voz más baja. —No debí haber aceptado su invitación a la biblioteca aquel día.

Eh?

—Está diciendo que es usted con quien la Vizcondesa terminó encerrada en la biblioteca? Y que ella fue quien lo mandó a llamar? —Me observó con expresión dolida y murmuró.

—Se suponía que su sirvienta se quedaría en el pasillo... —Alzó la voz. —Si. Una de sus sirvientas vino a mi habitación a buscarme ese día. Pero le prometo que no pasó nada entre nosotros. Jamás podría traicionar la confianza del mismísimo Emperador, así que ignoré sus avances.

La risa salió como un gruñido de cerdo por mi nariz antes que me diera cuenta. Me aclaré la garganta con la esperanza de que pareciera haber sido tos.

Este tipo tenía el descaro no solo de jugar con las nobles de mi imperio sino que ahora quería manchar el nombre de la concubina del Emperador. Y de forma tan infantil, además.

Rashta, mi Rashta, la que se petrificó de los nervios ante la posibilidad de yacer conmigo, la que llevaba el corazón en la manga y debía aún entrenar mejor su rostro para evitar mostrar exactamente lo que pensaba, la misma que me contó toda su vida el día en que la conocí pese a que podría haberla devuelto al mismo infierno sin miramientos, la que evitaba a toda costa relacionarse con los demás nobles a no ser que fuera obligatorio y pasaba sus días con sus sirvientas, su hijo y rodeada de libros.

Este hombre estaba diciéndome que esa mujer lo llamó en secreto y se encerró junto con él para "hacer avances". No necesitaba de Ser Rorkin informándome de su agenda todos los días para saber que esa era la mentira más grande que alguien se había atrevido a decirme.

No se lo dije, por supuesto.

—Agradezco que haya traído este asunto a mi atención, Duque. Tomaré las medidas necesarias. —Parecía que quería continuar hablando, así que tomé cualquier papel del escritorio. Con una sonrisa, se reverenció y se fue sin más palabras.

Suspiré. Qué había hecho que, de todas las damas, eligiera a Rashta como receptáculo de sus mentiras? Sea como fuese, debía comentarle esto para que se cuidara aún más las espaldas.

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