Infierno (16)

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Más tarde ese día, luego de arreglarme, me dirigí al salón donde se reunirían el resto de los invitados que no participarían del banquete. Luego de que el Emperador callara al noble que había mencionado el concubinato, nadie parecía dispuesto a seguir con el tema. La comidilla de los aristócratas era el amigo de cartas de Heinrey, lo que me permitió sentarme en un rincón y relajarme un poco, escuchando de lejos las teorías conspiranoicas de la gente.

Luego de un rato de simplemente amebar, comiendo y bebiendo lo que las chicas me alcanzaban, escuché que me hablaban.

—Buenas tardes, Lady Rashta!

Le sonreí al Barón Langt y me puse de pie, dispuesta a ir hacia él. Hacía varios días que no podíamos tomar el té juntos por culpa de las festividades, así que me alegraba verlo. A medio paso de distancia, otra voz a mis espaldas envió un torrente de adrenalina por todo mi cuerpo. Mis músculos se tensaron, listos para correr o morir peleando. El tiempo a mi alrededor se detuvo.

—Qué? Estoy viendo bien? "Lady Rashta"? —El hecho de no haber escuchado nunca en mi vida aquella voz no me impidió reconocer a quién pertenecía. —Qué es esto? Tú... Tú no puedes estar aquí! —Sentí, más que vi, a los nobles a mis espaldas abriéndose como el Mar Rojo para darle paso a mi interlocutor. —Te escapaste? Eso fue lo que hiciste!? Te hiciste pasar por muerta para escaparte, esclava!? —La ira reemplazo la confusión. Una mano me tomó por el hombro y me obligó a voltear. Allí, frente a mí, estaba el Vizconde Rotteshu. —No sé cómo llegaste aquí ni qué mentiras dijiste, pero si estás viva, aún me perteneces! —Gritó.

En ese momento, perdí la consciencia.

Cada molécula de mi cuerpo despreció su toque. Lo único en lo que podía pensar era en todo lo malo que ese hombre había hecho y en todo lo malo que me haría si lograba ponerme sus garras encima. Cada vello de mi cuerpo se erizó, pero no en pánico, sino con una ira ancestral y primitiva. Sentí que Rashta, la Rashta original, aún vivía en mí, y su memoria celular despertó para transmitirme todo el odio, negro y pringoso, que sentía por ese tipo.

Y de pronto... Todo estalló en llamas.

Los gritos de los nobles que corrieron desesperados para alejarse del círculo de fuego salvaje que nos rodeó sonaban a lo lejos, amortiguados. Chasquidos eléctricos restallaban entre las llamas y los rayos que los provocaban danzaban como serpientes que querían escapar del incendio. El aire a nuestro alrededor comenzó a girar, helado, como si de una tormenta invernal se tratase. En mis manos se arremolinaban los mismos elementos, en una especie de tornado imposible.

Rotteshu gritó aterrorizado y cayó al suelo, retrocediendo en manos y pies, buscando dónde esconderse.

—No vuelvas a tocarme, bestia. —Siseé con una voz que no sonaba a la mía.

Los guardias se apresuraron a rodearnos, apiñándose fuera del muro de llamas sin entender qué pasaba o de dónde provenía la amenaza.

Entre el apocalipsis que se había desatado en el salón, escuché los gritos de Sovieshu. A su lado, Kaufman, Heinrey y Navier me observaban con emociones indistinguibles. Era horror? Era sorpresa? No había tiempo de pensarlo. Los demás invitados especiales salieron del comedor, llevándoselos por delante en su huída desesperada fuera del salón.

—Rashta!?

Su mirada se clavó en la mía, y así como había comenzado, todo terminó. El mundo se apagó y caí como si fuera un títere al que le cortaron los hilos.

***

Luego de que Rashta se desmayara, ordené la detención inmediata del Vizconde Rotteshu.

Cómo había tenido una maga tan poderosa como si fuera una esclava cualquiera? Debía actuar rápido.

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