Cambiando el destino (22)

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El templo estaba rodeado de curiosos.

Cuando el pueblo supo que el Emperador exigía una prueba de paternidad para su futura concubina, los rumores del por qué se regaron como la pólvora. Todos querían ver a la noble caída en desgracia que ahora estaba bajo su ala.
"El incidente" también era de dominio público, pero eran muchos más los que creían que era una mentira exagerada que los que me veían como una anomalía, por eso, lo más que obtuve fueron miradas curiosas en cuanto salí del carruaje. Les sonreí levemente y asentí como saludo antes de tomar la mano que el Emperador me ofrecía para ayudarme a bajar. No quería que creyeran que era una mujer fría sin corazón ni que los ignoraba a propósito.

Mi peinado, accesorios y atuendo habían sido cuidadosamente curados: Había elegido un sencillo vestido azul pálido, el cabello recogido en un chongo adornado con una trenza y diminutos aretes de piedras semipreciosas a juego con el vestido.
En realidad, no era como si tuviera otro estilo. Me había dedicado a lucir simple desde que había llegado al palacio, pero muchos de mis atuendos compartían el mismo problema: Los colores saturados eran una cosa exclusiva de la nobleza, y si bien tenía mil vestidos distintos prácticamente iguales al que llevaba, el tono no era el indicado.

Sabía con certeza que ponerse al pueblo en contra era una condena segura, y no quería hacerles doler los ojos y arrugar la nariz la primera vez que me vieran.

Apenas puse un pie en el suelo, volé hacia el otro carruaje donde Ser Rorkin estaba ofreciéndole su mano a Emma para ayudarla a bajar. Ían lloriqueaba.

—No le gusta viajar, Lady Rashta. —Explicó la nodriza.

Sonreí comprensivamente antes de tomar al niño en brazos y mecerlo.

—Todo está bien, cariño. Terminará pronto, lo prometo. —Lo besé en la frente y mejillas, calmándolo. Esta vez, cuando alcé la mirada hacia el grupo de plebeyos, encontré varias miradas de aprobación y cariño.

—Lady Rashta, por aquí. —Ser Rorkin me tomó levemente por el codo para guiarme otra vez junto a Sovieshu.

—Lo siento. Ían lloraba. —Me disculpé en voz baja al darme cuenta que estaba retrasando a todo el mundo.

—Lo entiendo.

El Emperador sonrió, poniendo su mano en mi espalda baja para guiarme al interior. No me dejó detenerme a mirar cuando el carruaje que traía a Alan se detuvo detrás de los nuestros.

El sacerdote se acercó a nosotros inmediatamente.

—Su Majestad, Lady Rashta. Es un placer verlos, aunque lamento el motivo. —Se dirigió a mí. —Los crímenes que han sido cometidos en su contra son atroces. Espero que este día pueda traerle algo de paz para el futuro.

—Agradezco mucho sus palabras.

Mientras seguía al hombre, observé alrededor. Había una gran cantidad de nobles y plebeyos que habían venido a presenciar el test. Una vez parada a un lado del atril donde se llevaría a cabo el asunto, comencé a ponerme nerviosa. Sabía que no había ocultado absolutamente nada y que no debería tener miedo, pero la novela se repetía una y otra vez en mi mente.

Este era el día en que la Emperatriz Rashta caía.

En ese momento, los guardias trajeron a Alan. Los grilletes tintineaban a cada paso que daba, y su cabeza estaba cubierta por una funda. Cuando retrocedí un paso de forma involuntaria, Sovieshu puso su mano en mi hombro de forma protectora.

—No tengas miedo, ya no puede hacerte daño.

Los guardias lo trajeron hasta el atril y le quitaron la cosa de la cabeza. Alan parpadeó un par de veces para acostumbrarse a la luz. En cuanto nos vio, sus ojos se llenaron de lágrimas y comenzó a gritar y forcejear.

Ayuda! Reencarné en la Rata!Where stories live. Discover now