Súplica de un mensajero (24)

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—Firme aquí, Vizcondesa. —Puse mi nombre al pie del contrato de concubinato. Así se sentía hacer un pacto con el demonio..? El hombre levantó la vista del papel y sonrió. —Felicitaciones, Vizcondesa Rashta.

Le dvolví el gesto antes de girar el rostro hacia Sovieshu, cuya expresión mostraba una profunda felicidad.

—Gracias por hacer esto por mí. —Susurró al abrazarme.

Correspondí el gesto torpemente por culpa de mi nerviosismo. No podía evitar pensar que pasaríamos la noche juntos y el asunto me tenía tan al borde del colapso que casi no había podido dormir el día anterior.
Bueno, en realidad, también estaba Ergy. Había hablado con el Barón Langt sobre la escenita que había causado, y el anciano me había aconsejado profusamente que me mantuviera alejada de él. Cuando le expliqué que ya había oído sobre su reputación, y que tales compañías me parecían desagradables, el Barón había sonreído con orgullo.

—De verdad no quieres que hagamos nada? Puedo pedir que nos preparen algo especial en las cocinas...

La voz de Sovieshu me sacó de mis pensamientos. Tardé un segundo en procesar la pregunta y negar.

—No, Su Majestad. Tal vez para la cena? No quisiera que descuide su trabajo, y como yo no quería nada muy grande seguramente no hizo espacio en su agenda, verdad? —El Emperador frunció el ceño y abrió la boca, pero pareció darse cuenta de que mis palabras eran ciertas, así que sonrió con gesto de culpa. Le palmeé las manos suavemente. —Está bien, fue mi decisión. Puede acompañarme hasta mis aposentos. —Tomé su brazo de antes de salir hacia el pasillo. El gesto fue tan natural que me sorprendió.

—Ah..! El Profesor Rethall hizo un pedido extraño... —Mencionó.

—Si? Había comentado que quería pedir prestado el campo de entrenamiento...

—Tú quieres eso? Aunque solo sean ustedes dos ahí, no puedo sacar a todos los soldados de los barracones. Va a haber muchos pares de ojos indiscretos. —Me encogí de hombros antes de contestar.

—No se me están dando bien los ejercicios pequeños y precisos. Si el Profesor cree que me irá mejor en un lugar más grande, estoy dispuesta a intentar. No puedo mantener la cabeza en la tierra por siempre, o sí? —Sovieshu asintió con una media sonrisa de comprensión.

—Es ver- —Pasos. Pesados, rápidos. Susurros desesperados. Miré hacia atrás para ver quién venía.

—SOVIESHU! HIJO DE PU-

Un destello metálico en las manos del hombre que gritaba llamó mi atención. Alguien quería herir a Sovieshu.

—NO! —Chillé antes de darme cuenta.

Sin pensarlo, giré el cuerpo para ponerme frente al Emperador y alcé una mano, proyectando una feroz llamarada hacia el desconocido y obligándolo a detenerse de golpe o ser engullido por el fuego.

—RASHTA! —El grito desesperado de Su Majestad rompió mi concentración. Las llamas que habían brotado de manera controlada por primera vez desde que había empezado a hacer magia se apagaron.

Bajé la mano, abriéndola y cerrándola. La miré. Se sentía algo caliente pero estaba bien. La piel no parecía quemada ni nada.
Y sobre todo, no estaba mareada ni a punto de desmayarme. Alcé la mirada al fondo del pasillo, preguntándome a quien había intentado convertir en kebab.

Una sorprendida pareja rubia nos observaba.

'Oh. Definitivamente no son pareja. Esa es...'

Navier sostenía el brazo armado del tipo, tirando de él hacia atrás. Estaban congelados en el lugar, como en una mala sitcom.

Ayuda! Reencarné en la Rata!Where stories live. Discover now