𝙏𝙝𝙚 𝘽𝙤𝙮𝙨|| Después de años intentando rehacer mi vida, todo se fue a la mierda en cuanto nos vimos obligados a buscar un arma para acabar con Homelander. ¿De qué manera se jodió todo? De la peor forma posible, un viaje a Rusia.
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—𝙘𝙝𝙤𝙥 𝙨𝙪𝙚𝙮!
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𝘋𝘪𝘤𝘪𝘦𝘮𝘣𝘳𝘦 26, 1944
Había sido una maravillosa tarde de sexo entre Sebastian y yo, debía admitirlo, pero internamente estaba golpeándome a mí misma por haber caído nuevamente en la tentación.
Lo sé, lo he escuchado tantas veces: "Las reglas están para romperse", "Si dios puso la manzana fue para comerse", "Hombre casado sabe más bueno", e infinidad de cosas más. Y ese había sido mi problema desde hace un mes.
¿Quién es Sebastian? Rodger, su nombre es Sebastian Rodger, y llevamos cerca de un mes y medio revolcandonos. Sé lo que dije, que él no entraba en mi liga, pero era solamente sexo casual, que en un principio pensé que no le afectaría a nadie, o al menos hasta que descubrí que él estaba casado y tenía un pequeño hijo con su esposa. Llevaba casi el mes diciendo que dejaría de acostarme con él y lo dejaría para que siguiera con su esposa, pero simplemente se limitó a decirme que su matrimonio estaba mal, que era muy probable que se separara de Michelle (como se llama su esposa) antes de regresar a casa. Yo solo lo veía como diversión, algo de un rato, un simple juguete que cuando me aburra lo dejaré y eso se lo dejé en claro al comenzar con esto, no era una cosa que me tranquilizara y por esta razón llevaba diciéndome lo mismo durante cada noche de sexo: que debía alejarme.
Y por lo mismo, salí de aquella carpa, después de vestirme, para dirigirme a la mía a golpearme y maldecirme.
La cama fue el lugar más seguro para mí en este momento, así que me tiré en ella y me cubrí con la manta. Justo ahora no quería nada más.
Un par de pasos se escucharon fuera de la carpa, así como también un par de murmullos, siendo seguido por unas risas, no estaba de humor para bromas y lo que menos quería era a un par de bromistas aquí. La persona responsable de aquellas risas se hizo presente entrando a la carpa y bufé al darme cuenta que era el sargento Lord.
—¿Descansando, coronel?
—Sí, ahora largo —me cubrí la cabeza con la manta.
—Me encantaría darle el lujo de relajarse, coronel, pero me temo que no puedo hacerlo... llegó la correspondencia hace un rato y, sorprendentemente, había algo para usted —respondió con un tono de voz algo tentador.
