Capítulo 3.

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Luego de prepararse un panecillo y una tisana, Gina se sentó a reflexionar sobre algunos asuntos personales. Y, a mitad de su merienda, vio entrar a Daliana con una mirada caída. La pequeña le ofreció una sonrisa forzada, continuó hasta la estantería de libros, tomó un ejemplar y se desparramó en su hamaca a leer. La abuela Machi entró luego y Gina no tardó en preguntar.

—¿Pasó algo? —Estaba algo preocupada.

—Reprobó un examen de pócimas —respondió la abuela—. Volverá a repetirlo dentro de dos días, y tú vas a ayudarla a hacer una buena pócima. —Miró a Gina—. ¿Está claro?

—¿Y yo por qué, abuela? Tengo cosas que hacer.

—¿Y qué es aquello tan importante como para no ayudar a tu hermana con los estudios?

—Saldré con un apuesto elfo —declaró la joven con rubor en el rostro.

La abuela rió sarcásticamente antes de dictar su demanda.

—Saldrás con ese joven después de ayudar a tu hermana.

—¡Ay, abuela, pero que cruel es usted conmigo! —expresó su disgusto. Pero una mirada amenazante le bastó para aceptar la orden.

Fue con su hermanita en ese mismo momento, pero esta insistió en que no quería su ayuda. Daliana se había percatado que las intenciones de Gina solo eran por interés, y recordando su acuerdo con la abuela, decidió frustrarle los planes. Gina mantuvo una insistencia durante el resto de la tarde. Intentó convencerla con golosinas y una tisana, y siempre obtuvo un «No» por respuesta. Durante la noche también intentó convencerla; ya casi era hora de encontrarse con su apuesto elfo, pero su hermanita volvió a porfiar que no. Y tras varios intentos, levantó los brazos al aire y dio por perdida su cita. Se sentó desalentada en una silla y dejó caer sus brazos. Daliana, quién era una niña considerada y no le gustaba hacer mal para otras personas, decidió acercarse a su hermana, diciéndole que la ayudara al otro día para que así fuera a su cita esa noche.

A la mañana siguiente Gina llevó a Daliana a un morichal. A orillas de una fuente de agua estaba preparada una mesa con muchos ingredientes, una balanza para pesarlos y un caldero de barro. Y a un lado habían armado un fogón improvisado.

—Bien, ¿cómo preparar una pócima de curación? —leyó Gina en la sección de pócimas básicas de un libro—. La pócima de curación es una bebida que... ¡Blah! ¡Blah! ¡Blah..! ¡Ajá! Ingredientes.

»Agua de morichal, alas de una mariposa azul, plumas de fénix, astas molidas de un ciervo, bigotes de un gato de la sabana, hormigas negras, harina de trigo y hematita molida. Por los dioses —susurró mientras buscaba algo entre los ingredientes—. ¿Sabes si queda algo de harina de trigo en casa? —inquirió. Dalia le respondió alzando los hombros—. Ve a casa y revisa el arca de la comida, de seguro la abuela tendrá allí.

—Está bien, hermana. —Y se fue saltando hacia la choza.

—¡Y no te tardes!

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La abuela Machi fue a ver quién llamaba a la puerta con tanta insistencia. Velozmente se inclinó hasta tocar el suelo con la cabeza.

—Divinidades, por favor, les suplico que consagren este humilde hogar aceptando algo de comer por parte de su servidora.

—Bueno, está bien —contestaron el hombre y la mujer que estaban del otro lado. Eran Frey y Aruru.

Entraron a la choza e inmediatamente tomaron asiento.

—¿Dónde está la niña que reside con usted? —preguntó Aruru.

—Salió desde temprano con su hermana. Se prepara para una prueba que le harán en la academia. —Luego, la anciana les ofreció Tumá, arroz, carne de Lapa, batatas cocidas y una garrafa con vino—. Es lo poco que les puedo ofrecer. Que lo disfruten.

Al poco tiempo, Daliana entró con apuro a la choza, fue al arca y sacó el tarro que contenía la harina. Lo destapó y se percató que no quedaba mucho. «Creo que esto servirá», pensó. Cuando quiso volver, su abuela la detuvo antes de atravesar la puerta.

—¡Niña! Pero que grosera. ¿No vez que tenemos invitados? Ven a saludar —demandó la abuela.

Daliana estudió el semblante de cada uno antes de saludar. La mujer llevaba una melena rizada, larga y oscura, rodeada por una tiara con piedras preciosas. Sus labios eran gruesos, piel lisa, y los zarcillos que usaba brillaban al igual que sus ojos similares al oro. Para ella, a pesar de su belleza, se veía un tanto antipática. El hombre poseía facciones fuertes y delicadas a la vez. Emanaba una latente fuerza viril, pero tenía el rostro de un ser humilde y sensible, adornado con una no tan abundante barba y un brillante cabello peinado hacia atrás.

—Permítanme presentarles a Daliana Ytriagon —agregó Machi—, mi nieta.

Poco después, la memoria de Daliana evocó unas de las cosas que enfadaba mucho a su abuela.

—Oigan, señores, se nota que no agradecieron a los dioses por la comida. A mi abuela no le gusta que coman sin antes hacerlo. ¿Acaso quieren que ella los golpee con su bastón? —En Mercatrya es costumbre que, antes de comer, los habitantes coloquen una esfera de cuarzo transparente encima de la mesa como agradecimiento a los dioses por la comida. Ella vio que la pareja no lo había hecho y no dudó en advertirles, ignorando por completo que ambos eran dioses.

—¡Niña! —masculló la abuela Machi—. ¡Que desatenta! No entiendo cómo llegaste a ser tan insolente. —Miró a los dioses—.  Ella es la última de mis nietas. Discúlpenla si ha sido muy grosera. . —La acercó un poco al frente—. Discúlpese y salude como se debe —le susurró.

—¿Quiénes son estas personas, abuela?

—Son los dioses Frey y Aruru. Ahora inclínate y rinde respeto hacia ellos.

La niña se inclinó y se disculpó. Pero Conforme lo hacía la curiosidad de Aruru se activó de inmediato. La analizó de pies a cabeza y, sin notarlo, se puso muy tensa y fue invadida por una gran angustia.

El dios Frey se levantó y caminó hasta postrarse frente a ella.

—No se disculpe —dijo entonces—. Esta niña no ha hecho nada malo.

—Tal vez no aún —dijo con odiosidad Aruru, cruzándose de brazos y sin quitarle el ojo de encima a la niña.

Instintivamente, Frey se volvió y notó inquietud al verla. Había algo preocupante en su mirada y su cuerpo emanaba una fuerte energía que solo él pudo percibir.

—¿Sucede algo? —le preguntó.

—No, no es nada. Estoy bien —mintió. Lo cierto era que quería deshacerse de ella en ese preciso momento, mas no sé podía permitir eso; Frey de seguro iba a intervenir si lo hacía. Optó entonces por irse del lugar para no dar más indicios de su alteración.

—Es momento de irnos, Frey.

—Sí, hermana —le contestó. Luego se volvió hacia la anciana—. La comida estuvo deliciosa. Muchas gracias.

—Señor Frey, espere —le detuvo Daliana—. ¿Por qué yo no poseo Tarén?

Él echó un vistazo más de cerca al rostro de Daliana.

—Eso mismo quiero averiguar —le confesó —. La vida te ha tratado de una manera muy dura, ¿verdad? Pero creo que has sabido cómo manejarlo, pequeña. Sigue así. Vendré luego con una respuesta para ti.

Daliana, muy contenta, asintió tiernamente, y el dios le realzó una afectuosa sonrisa.

La pareja salió de ahí y emprendieron su viaje hacia  Glaðsheimr. En el camino, Frey permaneció sin decir una sola palabra. Se mantenía pensativo respecto a la inesperada actitud de su hermana. Con poca certeza, imaginó lo peor para la pequeña que dejaron hace un momento; fue entonces como nació cierto aire de desconfianza en él. También se culpó de su propia negligencia al no darse cuenta que una de sus hijas había vivido sin Tarén por mucho tiempo. ¿Cómo no pudo darse cuenta durante nueve años? Así que decidió investigar más a fondo ese extraño enigma. Pero si pretendía hacerlo, debía ser lo más discreto posible para no crear sospecha alguna a su padre y hermanos.

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El agua del caldero hervía suavemente cuando Gina, con sumo cuidado, guio a Daliana para que preparase tal bebida de acuerdo con todas las reglas de la receta. Le enseñó como debía tomar las medidas y el orden en que debía verter los ingredientes.

—Lo primordial es estar de buen humor para que esto sea efectivo —indicó Gina—. Lo otro es que debe prepararse siguiendo estrictamente la receta; no puedes cambiar o excluir ingredientes, de lo contrario tendrá un efecto negativo y podría hacerte daño. —Le pasó los ingredientes a su hermana y esta los echó de acuerdo a cómo se lo estaban indicando:

   1 par de alas de mariposa azul.
   1 pluma de fénix.
   1/2 asta molida de un ciervo.
   7 bigotes de un gato de la sabana.
   4 hormigas negras.
   4 cucharadas de harina de trigo.
   1/2 libra de hematita molida.

Cuatro repeticiones de diez vueltas a un lado y diez para el otro, con un intervalo corto periodo de tiempo entre cada repetición.

Cocinado a fuego lento, el cocido tomó su punto después de un tiempo. La fabricación se efectuó con éxito y, después de dejarlo enfriar, vertieron el brebaje en diferentes frascos de vidrio que taparon con corchos.

Mas no podían cantar victoria sin antes probarla.

—Bébela —dijo Gina adelante.

—Bébela tú —objetó la pequeña Dalia.

—No soy yo la que tiene un raspón en el codo. Bébela tú.

Aceptando que su hermana tenía razón, Daliana tomó un frasco, con pavor lo abrió y bebió todo de un sorbo.

—¿Y bien? —cuestionó la joven elfa con una cara de asco—. Normalmente las pócimas no se caracterizan por tener un buen… —La pequeña no demoró en llevarse la mano a la boca, en apartar a su hermana y correr hacia la estancia de un moriche caído. Gina sintió náuseas cuando la vio devolviendo todo el mejunje, y fue luego a darle palmadas en la espalda—. Por lo que veo aún siguen sabiendo horrible —dijo, pero Daliana no le puso atención.

Más adelante se sentó la niña en el suelo y utilizó el agua que le dio su hermana para quitarse el mal sabor de la boca. Al final terminó riéndose por lo acontecido. Después de levantarse, notó como el raspón de su codo había desaparecido por completo. Y sintiéndose satisfechas, ambas se tomaron de las manos y brincaron complacidas.

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Más tarde, la diosa de las montañas sagradas, Aruru, caminaba decidida a la entrada de una oscura caverna. Sus uñas, víctimas de la emoción que poseía, rechinaban al brotarlas por las paredes. Con su magia convocó varias esferas de fuego para alumbrar el camino hacia una escalera de piedra caliza que conducía hasta cierto punto. Y conforme bajaba los peldaños, en el silencio que invadía el lugar, la voz de un hombre sobrevino a sus oídos. Esta venía del lugar más profundo, donde la luz nunca tuvo cavidad.

Al pisar el último peldaño, la diosa se encontró con la figura de un hombre encadenado a la pared. Este hombre mostraba una contextura anoréxica. Estaba sujetado con grilletes mágicos en los pies, manos y cuello; por lo que no podía moverse con completa libertad. Acostumbrado solo a la oscuridad, el hombre pudo sentir como la luz cegaba su vista. Pero tras apretar los ojos, el malestar desapareció y pudo, a medias, ver a Aruru, elegantemente vestida, parada frente a él.

—Hace ya cuatro mil millones de años que la oscuridad absoluta domina este entorno que por un momento creí estar loco al ver la luz bajar esas escaleras —espetó aquel hombre mientras intentaba levantarse del suelo—. De haber sabido que vendrías hubiera limpiado un poco —embromó.

Aruru se acercó despacio, se inclinó y plasmó un beso en su frente. Por primera vez había sentido lástima por uno de sus hermanos. Tenía un aspecto muy demacrado; como si de un muerto viviente se tratase. Piel agrietada, y su barba y cabello era abundante y grasiento.

—Verás, Morrigan —dijo ella luego—, padre requiere que cumplas una demanda como el dios de la muerte que una vez fuiste.

—No me interesa lo que quiera padre. Dile que acataré sus órdenes el día en que muera.

—Me ha dicho que te informara que es a cambio de tu libertad.

Una risa incrédula salió de la boca de Morrigan.

—Ay, hermanita, será mejor que regreses por dónde viniste... ¡¡¡Y te vayas directamente a la mierda, tú y el imbécil de nuestro padre!!! —aulló encolerizado, agotando por completo la poca energía que tenía.

Aruru se sobresaltó un poco.

—Si que te gusta hacerte el difícil, ¿eh? —Materializó una afilada daga y se la acercó a la boca. Metió sus dedos hasta exhibir su lengua y le acercó el frío acero hacia ella—. Así es como yo lo veo, hermanito: ¡Aceptarás la demanda de padre para evitar que yo te arranque esa maldita lengua que tienes! —Al soltarlo, Morrigan le hizo saber su decisión escupiéndole la cara—. Así la tenemos, ¿eh? —Comenzó a tener un súbito ataque de ira.

Morrigan trató en vano de liberarse mientras su hermana se acercaba. Forzó su cuerpo con movimientos bruscos. Sus músculos atrofiados le impedían defenderse, y los grilletes, cubiertos con magia, le impedían usar la suya. Aruru no solo corto su lengua sino que también arrancó los ojos de sus cuencas y cortó sus dedos; uno por uno. El dolor era insoportable para Morrigan. Estruendosos y ensordecedores gritos no paraba de vociferar durante los primeros segundos. Gemía de la ira mientras que al suelo caía, hasta que ya no se escuchó otra cosa más que un extenso silencio.

—Aparte de apuesto eres muy resistente, hermanito. Muchos abrían suplicado clemencia —dijo la mujer mientras le sobaba la mejilla—. Ahora quiero saber si aceptarás colaborar con nosotros.

La mujer parecía divertirse mucho torturando a su hermano. Morrigan sabía que tenía que aceptar si no quería seguir siendo torturado. Su hermana tenía el poder de regenerar las partes del cuerpo, y seguro lo haría con él; cortaría y reformaría hasta que aceptara.

Hubo un largo silencio. Morrigan, temblando, aceptó con la cabeza para luego caer inconsciente.

Despertó luego de un día y notó que sus dedos, lengua y ojos habían sido restaurados. En seguida percibió en la distancia el leve sonido de una cascada. Por el panorama que se abría ante sus ojos, pudo darse cuenta que se trataba del Salto de la creación. No era consciente de a dónde ir o qué hacer, pero de algo si estaba seguro; era libre nuevamente y deseaba echarle un vistazo al mundo que le oprimieron ver durante años. Tomó la figura de una corneja negra, aleteó antes de alzar vuelo y, al lanzarse al vacío, una inexplicable alegría vino a él gracias al viento que lo abrazaba.

Repentinamente escuchó una voz en su cabeza. Era la voz de la diosa Aruru, intentando tomar el control para que cumpliera su propósito. Mas Morrigan pudo evadir el control; pues solo deseaba surcar los cielos en paz. Súbitamente sintió una fuerte punzada en la cabeza. Su reacción fue de fastidio ante el castigo psíquico infligido por su hermana. Las voces comenzaban a proliferar, y esta vez no pudo suprimirlas. De repente, notó que sus pensamientos comenzaban a desaparecer. Volvió a transformarse en hombre, y a la vez en corneja, sin su consentimiento. En menos de un segundo perdió la conciencia y se precipitó. Sin embargo, justo antes e tocar el suelo, abrió los ojos y volvió a alzar el vuelo. Pero está vez, no era él quien se movía.

El dios, siendo controlado contra su voluntad, viajó a cada región de Mercatrya. Con bastante destreza, se deshizo de cada niña y mujer de cabellos rojos sin ser visto. En su interior, mantenía una lucha constante por volver a tomar el control de su cuerpo, pero le resultaba en vano. Y por cada una que mataba, Morrigan sufría. Finalmente se topó con aquella choza ubicada a las afueras de Mercatrya; donde pensó que tendría que acabar nuevamente con un objetivo. Pero lo que nunca imaginó fue que ese encuentro reavivaría un inquebrantable recuerdo de su niñez.

Morrigan cayó hincado a los pies de Daliana. El control mental infligido por su hermana desapareció por completo y quedo plenamente pasmado, haciéndosele imposible apartar sus ojos de ella.

—Señor, ¿le sucede algo? —preguntó ella con humanidad.

Él, con una lágrima surcando una de sus mejillas, respondió.

—Hola, señorita, soy Morrigan. ¿Cómo te llamas?

—Lo siento, pero mi abuela me dijo que no hablara con extraños.

—Tu abuela hizo bien en decirte eso. Y sabios obedecer lo que dicen los mayores. Pero también es muy descortés no ser cordial con alguien que ya lo ha sido antes, ¿no lo crees?

—Creo que tiene razón —reconoció ella—. Me llamo Daliana.

—Daliana... —Exhaló—. «Así que aquí es donde has estado», pensó. Ahora que te veo... Una vez conocí a una niña muy parecida a ti. Me llena de regocijo saber qué eres su viva imagen.

—¿Y dónde está esa niña ahora, señor? ¿También era bonita cómo yo?

Ahora, apretando los labios en una línea, Morrigan asintió muchas veces.

—De seguro se encuentra en un lugar increíble. —Le sonrió luego.

Aquel parentesco de Daliana con la niña que alguna vez conoció el antiguo dios, produjo en él el deseo de protegerla. Sin embargo, una complicación surgió; si Aruru se llegase a enterar, de seguro acabaría con ambos. Se mantuvo preocupado por un momento, pero luego de una meditación corta, tomó la decisión que creyó ser la correcta para el bien de los dos.

—Como puedes ver, estoy muy contento de haberte conocido —le dijo. Del suelo tomó un puñado de tierra y la apretó con fuerza entre sus manos—. Hay algo que quiero darte; algo muy especial. Ven aquí, sin miedo, acércate. —Abrió sus manos, y sobre estas reposaba lo que aparentaba ser un trozo de carbón, alargado y con múltiples caras transversales que le daba un aspecto llamativo—. Tómala, es una turmalina negra. Esta roca tiene un pequeño hechizo que te protegerá a donde quiera que vayas. Por favor, prométeme llevarlo siempre contigo.

Daliana tomó la roca con sumo interés antes de aceptar la petición del hombre.

—Está muy bonita. —Agradeció para luego mirarle a los ojos—. Señor, se ve que no ha comido en días. ¿Tiene hambre? Puedo traerle algo. —Pretendía darle un poco de comida que sobró en la cocina.

—No, gracias. Yo ya me tengo que ir.

Aquel hombre volvió a transformarse en una corneja negra y emprendió vuelo hacia algún lugar.

«Pobre señor», pensó la pequeña. Miró la roca de nuevo y le gustó mucho. Su color negro y forma eran increíbles. Y cuando volvió a la choza, su abuela estaba aguardando del otro lado de la puerta. Enfurecida, le arrebató la piedra de la mano.

—¡No, abuela, por favor..! —suplicó la pequeña.

—¿Por qué ese hombre te ha dado esto? ¿Qué te he dicho de hablar con extraños?

Daliana bajó la mirada y optó por no contestar. Sabía perfectamente cuales eran las advertencias de su abuela y no acató una de ellas.

—Lo siento mucho, abuela —declaró. Caminó con la mirada aún baja hasta su hamaca, se acostó enseguida y ahí estuvo hasta que llegó el momento de cenar.

Aquella misma noche, poco después que la luna había alcanzado su punto más alto, todas dormían en sus hamacas a excepción de Machi. La notable anciana caminó hasta la cocina, tomó una lámpara de aceite, buscó varias mantas de lana y, de puntillas, fue hasta la puerta del fondo y salió en dirección al fogón que allí tenía.

Y fue en ese momento cuando lo vio llegar. La figura de lo que parecía ser un lobo, majestuoso y de grandes proporciones, se acercaba a ella de manera pasiva. La anciana acercó la lámpara para distinguir con claridad a la bestia.

—¡Vaya! Hasta que por fin lograste dominarlo... Ytriagon Darren.

Evangelio CarmesíWhere stories live. Discover now