Capítulo 8.

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Capítulo 8

Renoe, sorprendido por el poder extraordinario que había percibido hace un momento, llamó en privado a Aruru y le ordenó que averiguara de dónde provenía semejante ocurrencia. Su hija cumplió la orden sin pérdida alguna de tiempo. Renoe estaba intranquilo; sin duda, ese poder le causaba cierta inquietud en su ser.

Tras regresar al lado de su padre, Aruru le informó, diciendo:

—Se sorprenderá al igual que yo cuando le cuente de donde provino ese poder, querido padre —habló al arrodillarse frente a él.

—Suéltalo ya —pidió con impaciencia.

—Una niña, de orejas puntiagudas y cabellos rojos —lanzó, y la habitación fue invadida por un prolongado silencio—. El poder que lo ha molestado hace un momento, padre, provino de ella —dijo después.

—Ese es, sin duda, el poder de Serafina —alegó con toda seguridad el gobernante de Glaðsheimr—. Deshazte de ella personalmente. Yo me encargaré de Morrigan.

—Como usted ordene, padre. —Hubo una pausa antes de preguntar—. Por cierto, ¿quién es Serafina?

—Es verdad. Les hice olvidar algunas cosas —reconoció el hombre—. Enlaza tu mano conmigo.

Cuando ambos juntaron sus manos, la mente de Aruru comenzó a vagar por los dominios de sus recuerdos borrados. Un torbellino de imágenes atropellaron la razón de ambos, sus pensamientos: pilas de cadáveres, seres huyendo de un peligro inminente, niños y ancianos siendo masacrados, y al final, la imagen de aquella niña de pelo rojo.

Aruru no soportó más y soltó su mano.

—Ahí lo tienes. Ella es serafina, tu hermana.

Ella solo lo miró, estaba decidida a hacer lo que tenía que hacer. Se dio la vuelta, pero antes de marcharse, recordó algo importante que no podía dejar pasar.

—Hay algo más, por cierto. —Su rostro estaba airado—. Hallé rastros de magia oscura muy similar a la que Jaspe realizó hace miles de años cerca del poder de la niña.

Él solo gruñó y ninguna otra palabra salió de su boca. Ella se marchó tras ver la cara de enfado que también tenía. ¿Magia oscura? ¿El regreso de una diosa antigua? ¿Por qué razón querrían deshacerse de ella? Sin duda, algo inexplicable estaba ocurriendo, algo capaz de alterar a ambos.

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Quejándose por las heridas ocasionadas en sus cuerpos, el trío salió de la cueva y se percataron del crepúsculo que comenzaba a arroparlos.

—Nos cayó la noche. La cierva también escapó con todo ese estruendo que hicimos —dijo Arturo mientras traía a Daliana apoyada de su hombro.

—¿Y ahora qué haremos? —preguntó Brisa—. El camino de regreso a la ciudad se torna peligroso por las noches.

—Pueden quedarse esta noche en mi casa —ofreció Daliana, quejándose un poco del dolor.

—¿Estás segura de eso? —Arturo no quería ocasionar molestias.

—Por supuesto —le aseguró ella. Y, alcanzando de nuevo su hombro, se apoyó para mantenerse en pie. Estudió las estrellas y después señaló hacia el oeste—. La aldea está muy cerca de aquí, no nos tomará mucho tiempo a caballo.

Una vez decidido montaron a las bestias y continuaron por un sendero en dirección a la aldea.

Ya había anochecido por completo y la infinita imaginación de los tres había comenzado a fluir. Afectados aún por lo acontecido en la cueva, el chillar de ciertas aves nocturnas, el aullar de algunos monos y el crujir de las ramas, les hicieron creer que los acechaba diferentes clases de monstruos. Les costaba mucho mantener los ojos abiertos.

Al final galoparon sus caballos cuando llegaron a la vista de la aldea.

—Ahí está  —dijo Daliana con voz animada—. Ahí es donde vivo.

—¿Vives ahí? —inquirió Brisa con cierta cara de asco.

—Así es. Es pequeña pero acogedora.

Brisa se quedó quieta en su montura mientras los otros descendían de la suya. Miró la choza con gran detalle; era la única que estaba apartada del resto, y le pareció bastante anticuada. Bajó entonces de su montura y Arturo le ayudó a amarrar las riendas en el amarradero. Despacio, avanzaron a la choza.

—¡Abuela! —gritó Daliana al empujar la puerta—. Abuela, ya volví. Traje unos amigos conmigo.

La angustia que cargaba Gina y la abuela desapareció cuando la vieron entrar por esa puerta. —¡Por los dioses! ¿Se encuentran bien? —preguntaron luego de verlos heridos. Rápidamente los sentaron y trataron sus heridas con un hechizo de curación. Gina y la abuela estaban tan preocupadas por atender las heridas de ellos que no notaron un cambio repentino en Daliana sino poco después de haber terminado.

—¿Y a ti qué te pasó en el ojo? —Se le acercó Gina para apreciar con detalle el efecto que este tenia. Una mitad era de color rojo y la otra de color azul.

—¡Si les contáramos! —contestó con una sonrisa picarona.

—¡Esa sonrisa no me gusta! —Giró a ver a la abuela.

Entre los tres se tomaron el tiempo suficiente para platicarles lo sucedido. Incluso Daliana se levantó para darles una demostración de su magia recién obtenida. Pero como en las ocasiones anteriores, nada salió de sus palabras conjuradas. Insistió sin cesar, pero solo se decepcionó al final.

—Pero… si yo los obtuve. —Las miró entristecida—. Lo juro.

—¿Por qué no descansas y comes un poco? Mañana puedes intentarlo de nuevo —le aconsejó la abuela, buscando reanimarla—. Tal vez agotaste toda tu energía mágica en aquella cueva.

Daliana, secándose las lagrimas de su rostro, asintió, aceptando el consejo de su abuela.

Poco después, los niños ya estaban bien aseados y con ansias de comer alguna cosa.

—Así que ustedes son los compañeros de equipo de Daliana. —Se deleitó la abuela al verlos, trayéndoles leche tibia y pan—. Tenemos a un apuesto dragón y a nuestra princesa imperial —la miró e inclinó su cabeza—. Me honra mucho tenerla aquí, princesa.

—Gracias por ofrecernos su hospitalidad —le respondió ella con formalidad.

—Se parece mucho al emperador  —comentó Gina.

—Es idéntica —afirmó la abuela—. Por cierto, ¿también eres tan rebelde como lo fue Franklin a tu edad? —disparó de repente.

—Por supuesto que no —respondió indignada—. ¿Y cómo osa hablar así de mi padre con tanta confianza?

—Yo misma fui su tutora de pócimas mágicas en la academia. —Carcajeó—. Era un niño muy terco, y siempre tenía que estar arreándolo para que entrara a clases.

—¿Mi padre era así?

—En efecto.

Gina se acercó y le hizo entrega de algo un tanto peculiar para ella. Lo estudió con sumo interés. Era un objeto oblongo, verde y cubierto por una capa pulverulenta. Tras no saber de qué se trataba, preguntó al fin:

—Muchas gracias, pero ¿qué es esto?

—Es copoazú —le contestó la muchacha.

—¿Copoazú? —Volvió a buscarle sentido al objeto—. Esto no puede ser. El copoazú es blanco y gomoso.

—Eso es porque aun no hemos extraído la pulpa —respondió la abuela, manteniendo una sonrisa en el rostro—. Permíteme. —Lo cortó por la mitad con un cuchillo y le hizo entrega de una de ellas con la pulpa.

Más tarde, después de todo lo que comieron y conversaron, era ya momento de dormir. La abuela colgó una hamaca para cada uno, pero antes de mandarlos a acostar, los envío a echarse un baño. Cuando por fin se acomodaron en sus hamacas, la abuela se acordó de los caballos que estaban afuera.

—!Gina! —le habló a su nieta, quien ya estaba desparramada en su hamaca—. ¿Le diste de comer y de beber a los caballos?

—Sí, abuela —respondió con una actitud indolente.

—¿Y los llevaste al corral? —Aquel silencio le bastó a la abuela para saber que no lo había hecho—. Vamos, levántate de ahí y ayúdame a llevarlos al corral.

—¡Ay, abuela!

—Ah, conque esa tenemos, ¿eh? Daliana, pásame el bastón. 

—No, no, no, no, abuela —Se levantó enseguida y la acompañó al patio.

Desde las hamacas, los niños sólo se reían, pues la abuela no se quedó con las ganas y le dio una palmada en las nalgas a su nieta.

—Tú hermana y abuela son muy graciosas —comentó Arturo—. ¿Siempre son así?

—Todos los días —le afirmó Dalia.

—Oye, Daliana. —Brisa se dirigió a ella con voz baja, casi como un susurro—. Tus heridas no fueron obra del elfo oscuro de la cueva. ¿Por qué no me delataste cuando tu abuela te pregunto como fue que te las hiciste?

—¿Ah? ¿Eso? Pues… no creo tener el corazón para ocasionarte un problema con tu padre.

En ese momento, Brisa leyó la sonrisa prodiga y abierta que mostraba el rostro de su compañera. Descubrió que Daliana no era una niña que acostumbraba a tomar represalia con aquellos que le hacían daño, y que su actitud la había conllevado a ser una mala emperatriz. No tenía palabras para expresar su profundo arrepentimiento. Y sin dudarlo, le tomó la mano.

—Asumo mi responsabilidad. Los integrantes de la familia Rymer tienen que ser mejores personas cada día, así que te ofrezco una disculpa. Todo este tiempo te he tratado muy mal y lo lamento —recitó con tal arrepentimiento que no pudo contener que una solitaria lágrima saliera de sus ojos.

—Como mi corazón no guarda rencor alguno, voy a aceptar tus disculpas. —tomó sus dos manos con las de ella—. Seamos buenas amigas, ¿sí?

Brisa asintió y después se secó las lágrimas.

—Por cierto —comentó luego—, estuvo increíble lo que hiciste en la cueva. Felicidades.

—Los tres lo estuvimos, ¿verdad que sí, Arturo? —No hubo respuesta alguna—. Hala, ¿ya se durmió?

—Parece que sí. —Buscó una posición más cómoda en la hamaca—. ¿Por qué no habrás podido realizar un hechizo hace rato?

—Ni idea. Tal vez esté agotada como dijo la abuela.

—Tienes razón. Creo que deberíamos dormir. Mañana debemos seguir con la búsqueda de la cierva.

—Sí. Buenas noches, Brisa.

—Que descanses, Daliana.

Una hora después, cuando lograron conciliar el sueño, la abuela Machi y Gina se reunieron en la mesa para conversar de algunos asuntos. La muchacha la miró. Machi se encontraba escudriñando el grimorio de Serafina. Y rompiendo el silencio que las invadía, Gina por fin preguntó:

—¿Creé que de verdad fue posible?

—Me hubiera gustado que no —le respondió la anciana luego de un gruñido—. Ese pulso mágico de hace rato tuvo que provenir de ella. Y me temo que ellos ya se percataron de eso. De seguro vendrán por ella en cualquier momento.

Alarmada, Gina la miró, imaginándose lo peor para su hermana.

—¿Y qué haremos? —preguntó luego—. Se suponía que ellos nunca poseyeron Tarén. Darren nos lo dijo.

—Ni yo sé que está pasando. —Cerró el libro y se levantó de la silla. Entonces buscó los implementos para escribir una carta y se sentó a escribirla—. Ten. —Se la entregó a Gina apenas terminó—. Envíasela ahora mismo a Darren.

Gina acató la orden sin objetar. Miró en dirección a la hamaca de su hermana y los ojos se le aguaron enseguida. «Tú tranquila. Vamos a hacer lo posible para protegerte», pensó.

La noche avanzó y la choza fue invadida por un profundo silencio. En ese entonces, desde el exterior, un personaje surgió desde las sombras. Aquel personaje era la diosa de los ojos brillantes, Aruru, acompañada por tres lobos gigantes. Los salvajes animales, inocentemente, seguían sus órdenes. Se acercaron a la puerta y la echaron abajo sin esfuerzo alguno, entraron lentamente como ladrones nocturnos, pero la choza ya se encontraba deshabitada. Mientras, por la puerta del fondo, Machi apresuraba a todos a correr hacia el bosque.

—¡Rayos! —dijo entonces mientras pensaba como salir a salvo de la situación.

—¿Qué está pasando? ¡Abuela, tengo miedo! —se preguntaban los niños llenos de pánico.

—No se preocupen, todo estará bien —les susurró al mismo tiempo que, junto a Gina, los jalaban de la mano. Y entonces, una de las bestia dio un aterrador aullido—. ¡Por los Dioses!  —exclamó al ver como estas se acercaban a ellos.

—¿Por qué nos persiguen hijos de Fenrir? —cuestionó Gina con una jadeante respiración.

—Esos no son hijos de Fenrir —le aseguró la abuela cuando se percató de quien los acompañaba—. Son invocaciones de la diosa Aruru.

Tenían que correr lo más rápido posible si querían salvar sus vidas. Pero en una ocasión, un fuerte dolor en la rodilla dejó caer a la anciana. Esta pensó que todo sería asequible si alguien viniese en su ayuda; si tan solo Darren estuviera ahí. Pero solo podía contar con ella misma, pues la carta que envió de seguro no había llegado a manos de él. Gina cargó a su abuela sobre su espalda, pero la huida se alentó un poco más. Debido a la circunstancia, ella pidió a su nieta que se detuviera para bajarse.

—Escuchen con atención. Quiero que corran lo más que puedan y no miren atrás. Yo me encargaré de esos lobos.

—¡No! No nos iremos sin ti —insistieron todos.

—¡Deben irse! —les gritó —. Los acompañaré luego.

—No te voy a dejar aquí. No dejaré que te sacrifiques —exclamó Gina llorando.

—Es tu momento de protegerlos, querida Gina. Lárguense ya.

Gina, presa por la insistencia de su abuela, tomó a los niños y arrancaron a correr lo más que pudieron.

En un repentino momento, Daliana escuchó estruendosos sonidos que provenían de algunos hechizos que la abuela conjuraba. Entonces miró atrás y observó como las feroces bestias se acercaban y rodeaban a la desarmada anciana. Una de estas se abalanzó a ella desde atrás y pudo derribarla. Dominada por una funesto sentimiento, Daliana se detuvo y corrió a gran velocidad hacia su abuela, con la esperanza de salvarla, pero Gina, al darse cuenta, regresó por ella.

Cuando por fin Gina pudo alcanzarla, perdió el equilibrio y cayeron tendidas en el suelo. La respiración de Daliana era agitada y las lágrimas no paraban de brotar mientras intentaba liberarse de su hermana.

Entonces ocurrió lo peor.

Una de las bestias, con su poderosa mandíbula, mordió las piernas de la abuela. Aquellos ojos pardos llenos de dolor, se encontraron con los de su nieta. Se acercó, pues, Aruru y ordenó a los lobos a matarla. Estos agacharon su cabeza, en señal de no querer hacerlo. Estaban asustados por lo que sucedía en su en torno, pero con una mirada de la diosa, volvieron a ser forzados.

Exhibiendo sus afilados dientes, se lanzaron hacia la anciana. En ese momento Daliana empezó a sentir temblores, una sensación de ahogo y aumento en su frecuencia cardíaca. Tras un silencio absoluto acompañado de una jadeante respiración, Daliana tiró un grito tan desgarrador que Gina sintió que sus oídos iban a explotar.

—¡¡¡Abuela!!! —vociferó—. ¡Levántate, por favor! —Comenzó a sollozar y a realizar movimientos bruscos para que su hermana la soltara—. No puedes… ¡¡¡No puedes morir aquí!!!

El tiempo pareció congelarse.

Los sonidos en el ambiente cambiaron.

De la nada, una tormenta de humo salió violentamente de ella. Fue como una detonación. Repentinamente, unos ojos brillaron desde el origen la humareda; como si este se hubiera transformado en una forma de vida.

Una figura estirada comenzó a surgir entre el humo; una criatura con brazos y piernas anormalmente largos, y dedos muy afilados. Su piel era lisa y brillante de un color negro, con par de ojos grandes, brillantes y muy aterradores.

Los lobos percibieron la presencia de esa cosa y se alarmaron. La niña, llevada por la ira y la tristeza, escrutó una mirada sombría en ellos. Con solo señalarlos, la criatura corrió velozmente haciendo un sonido ronco y gutural.

El primer lobo soltó un aullido, pero la silueta negra apareció delante de él muy rápido. Está agarró al animal y lo lanzó contra el suelo con una fuerza descomunal, muriendo ipso facto.

El segundo lobo intentó huir, pero la criatura lo capturó en la carrera. Este aulló de agonía al sentir aquellos largos y afilados dedos atravesando su corazón.

El tercer lobo atacó a la criatura desde atrás, pero esta se giró y, con movimiento veloz, lo decapitó.

Aruru se sorprendió al notar que la entidad tenía cierto aire de misterio. Esta fijó sus brillantes ojos en la diosa y se precipitó a atacarla. Pero movida por sus reflejos, la diosa creo un campo de fuerza en el último segundo.

—¿Un Tulpa? —se preguntó en suspenso al verlo más de cerca.

Este Tulpa alteró sus manos hasta afilarlas y comenzó a golpear aquel campo de fuerza que los separaba. Una, otra, otra… y otra. Pero lo que Aruru nunca se esperó fue que, después de aquel sin número de golpes, la criatura pudo penetrar el campo de fuerza y alcanzar su ojo izquierdo.

Enseguida ella soltó un grito de dolor tan desgarrador que todos en el lugar se llevaron las manos a los oídos. Daliana, desde el otro lado, fuera de sí, controlaba a la criatura con sus manos. El Tulpa poseía una ira incontrolable gracias al efecto psicológico que le transmitía Daliana mediante la sincronización que poseían.

Aruru, luego de llevarse una mano a su ojo, se percató que no podía curarlo. Intentó atacar al Tulpa mientras se retorcía, pero el no le dio oportunidad; con dedos afilados comenzó a cortarla, en venganza por que le había hecho a la abuela machi.

El Tulpa dio un aterrador grito al conseguir su victoria. La diosa Aruru yacía en un charco de sangre. Pero entonces la criatura se volvió hacia Gina, quien estaba junto a Daliana, Arturo y Brisa. Los tres pudieron sentir una energía abrumadora proveniente de él.

—Él nos va a atacar —avisó Arturo.

—¿Daliana? —Gina comenzó a preocuparse—. Daliana, por favor, detenlo.

—No lo hará —alegó Brisa—. Miren a Daliana. Está en un trance. Eso ocasiona que la inteligencia de esa cosa se reduzca al nivel de los instintos animales. No sabe quién es aliado o enemigo.

Los tres retrocedieron asustados. El Tulpa continuó sin darle importancia a Daliana, quien estaba inmóvil, como una estatua. Gina no sabía que hacer. Ella se mantenía con los brazos a los laterales para hacer de escudo a los niños. El miedo, sin duda, la cubría al igual que la noche más oscura cubría a la sabana, mas ella no podía darse el lujo de perderse en él. Pensó en su abuela, en Daliana y los niños. Era su momento de protegerlos, tenía que.

En ese momento un celaje pasó junto a ella, y de pronto un lobo negro se lanzó a la criatura, buscando cerrar las mandíbulas sobre el cuello de él. Al mismo tiempo que el Tulpa gritaba de dolor por la mordida, Daliana también comenzó a hacerlo y a retorcerse. Aquellos dos comenzaron a pelearse sin cuartel. Gina aprovechó la oportunidad para ir por su hermana y abuela. Entre Arturo y Brisa cargaron a Daliana mientras que Gina se encargó de curar a su abuela. Miraron después la batalla de aquellas dos criaturas. Pero con cada mordisco que daba el lobo al tulpa, Daliana era la que se retorcía del dolor.

—¡Por favor! —le gritaron Arturo y Brisa al lobo cuando se percataron que Daliana recibía el mismo daño—. Le estás haciendo daño a ella también.

—¿Qué? —preguntó Gina extrañada—. ¿Cómo es eso posible?

—En resumen, esa cosa y la niña tienen una conexión más allá de una mental y espiritual—dijo una voz masculina de pronto. Aquella voz era del dios Frey.

—¿Y cómo podemos desvincularlos —le preguntó Gina.

El dios se aproximó al Tulpa como un celaje. Cuando lo hizo, lo toco y la este dejó de moverse. Soltó un suspiro y sus ojos se apagaron.

El lugar ya se encontraba calmo. El Tulpa había desaparecido ya y todos pudieron dar un suspiro de alivio.

O tal vez no…

Aruru se levantó del suelo y, enfurecida, dirigió su mano a la inconsciente Daliana. Comenzó a dictar una maldición, pero al lanzarla, la abuela Machi también tomó fuerzas para levantarse e interponerse entre la niña y la diosa, recibiendo por completo aquella maldición.

Frey apareció de repente atrás de su hermana y la arrojó al suelo, asegurándose de que no volviera a levantarse.

—Los pondré a salvo llevándome a Aruru —les dijo a todos—. Ey, tú, Varulv. —Miró al lobo—. Será mejor que los lleves a Jötunheim. Ve al castillo de Útgarða-Loki e infórmale que yo, el dios Frey los envié. Allá estarán a salvo. Mi padre no se detendrá hasta deshacerse de ella.

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En una cueva situada en la isla de Myjið se encontraba Rea, la diosa soberana, en compañía de su último hijo. Aunque ese lugar no era su hogar, ambos hacían vida ahí dentro, pues era el hogar de la cabra que ayudó a Rea a criar y alimentar al chico durante los últimos dieciocho años.

Esa noche, luego de celebrar que el muchacho ya se había hecho adulto, la diosa salió desde el interior de la cueva hasta toparse con su hijo, un muchacho atlético y muy sensual, meditando en la entrada.

—Madre… —dijo él al verla llegar.

—¿Qué pasa?

—¿También sentiste ese poder?

—Por supuesto que sí, Zeus.

Evangelio CarmesíWhere stories live. Discover now