Capítulo 6.

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—¿Alguien nuevo entrará a mitad de curso? ¿Será una chica? —se preguntaban los estudiantes.

—¡Silencio, por favor! —pidió Morgana. Todos se callaron de inmediato—. Mucho mejor. Chicos, él es Arturo de Eitrað. Arturo proviene de Drakenfly, el país de los dragones, por lo que no habla nuestra lengua. Él será su compañero a partir de este momento; así que sean amables. —Miró a Brisa, insinuándole con un gesto que debía comportarse—. Bienvenido, Arturo. Puedes sentarte al lado de Daliana. Es la niña que está al final.

El niño caminó por uno de los pasillos hasta su asiento, no sin antes echar un vistazo a su alrededor y percatarse de los finos atuendos que la mayoría de sus compañeros vestían; en especial el de Brisa, quien era la más galante a diferencia de él, quien llevaba una camisa de seda muy sencilla y pantalones oscuros metidos dentro de sus botas altas.

Prosiguió caminando hasta llegar a su asiento. Fue entonces cuando sus ojos se encontraron con el llamativo rostro de Daliana, cautivándolo de inmediato. Quedó tan fascinado por tal belleza que simpatizó enseguida y no dudó en sonreírle dulcemente, pero esta solo lo ignoró.

Más tarde, los estudiantes disfrutaban de un receso corto antes de que fuera la hora de irse. Arturo, por otro lado, no dejaba de admirar aquel cabello rojo que se mecía gracias a una pequeña corriente de aire que se filtraba por el salón. Admirado, se armó de valor y fue a hablarle. Y Daliana se sorprendió al notar que alguien le estaba dirigiendo la palabra, y más en una lengua desconocida.

Arturo era como de su edad. En cuanto al aspecto físico, el color de su cabello era castaño, largo, y lo usaba para cubrir unos pequeños cuernos. El iris de sus ojos era completamente negro, y podía apreciarse unas difuminadas escamas cubriendo sus tostados brazos. De modo que él no hablaba a la perfección la lengua de los elfos, usaba una cacatúa como intérprete para hablar con ellos.

—¿Te molesta si me siento? —habló el animal al traducir lo que dijo el infante.

—No, para nada. Eres libre de sentarte donde te plazca —le contestó ella sin apartar la vista de sus apuntes en el cuaderno.

—Me llamo Arturo. Un placer conocerla —dijo luego de sentarse en el pupitre de enfrente—. Hace un momento la vi y me cautivé con su belleza —declaró sin apenarse.

Daliana alzó la mirada y se echó a reír al instante.

—No nos conocemos ¿y ya tienes el valor de decir que te parezco atractiva? —comentó luego—. Además, no te dirijas a mí con tanta formalidad. —Sonrió dulcemente y Arturo le devolvió la sonrisa—. Por cierto, me llamo Daliana, Daliana Ytriagon. Un placer conocerte Arturo de Eitrað.

Por primera vez, Daliana se animaba a hablar con uno de sus compañeros. Él se mostraba muy confiable y lleno de energía.

—No deberías juntarte mucho con ella, chico nuevo —comentó la joven Brisa desde un pequeño grupo de chicos—. Una campesina sin Tarén como ella solo te traerá mala suerte. ¿Por qué mejor no te vienes con nosotros?

—Muchas gracias, pero así estoy bien —alegó él sonriendo con austeridad—. ¿Lo que dice esa niña es verdad? —le preguntó luego a Daliana.

Ella asintió sin poder disimular su desánimo.

—¿También me vas a excluir porque soy rara? —preguntó inesperadamente—. Nací en un mundo mágico sin nada de magia. Gracias a eso solo me he ganado el desprecio de muchos. —comentó algo enojada

La chispa de culpa ajena se encendió de inmediato en el pequeño niño. «Si tan solo no hubiera preguntado», pensó. Luego le habló al animal.

—En lo absoluto —dijo convencido—. Con o sin Tarén, sigo creyendo que eres una chica agradable.

Seguidamente Daliana se sorprendió de lo directo y sincero que fue su compañero. Era la primera vez que alguien de su edad la aceptaba como era. Le dieron ganas de tener una amistad con él por toda la vida. Luego se le escapó un grito de asombro cuando la cacatúa revoloteó alrededor de ella, parándose luego sobre su cabeza.

—¡Oye! ¡Me despeinas! —dijo muy animada mientras la criatura jugueteaba con su cabello.

—Es una cacatúa colirroja. Parece que le caes muy bien —alegó.

—¡Así parece! —Daliana la tomó despacio. A diferencia de las distintas cacatúas que albergaban los bosques de Mercatrya, el plumaje de este era del todo negro a excepción de los laterales de su cola que son de una coloración rojiza. Y su prominente copete, moldeado por plumas negras con puntos blancos hasta las mejillas, le daba una perspectiva muy similar a un cielo estrellado. El carismático animal prendió fuego en la mecha de su inquietante interés—. Me gustaría tener una.

Arturo vio cómo la expresión de su nueva amiga cambiaba paulatinamente.

—El bosque de las noches es el habitad de estos pequeñines. Es el sitio ideal para encontrar uno —indicó—. Te propongo ir un día a explorar ese lugar, está ubicado al norte de Drakenfly, mi tierra natal. Tal vez llegues a toparte con una.

—El bosque de las noches suena como un lugar peligroso.

—Pues no lo es. El panorama de estos bosques es hermoso. —Entonces Daliana consideró que era una buena idea—. Ay, casi lo olvido —recordó—, ¿También estás interesada en investigar sobre El Grimorio de Serafina? —preguntó al ojear unos apuntes que estaban sobre la mesa.

—¿Cómo es que sabes de ese libro?

Entre uno de los gustos del joven dragón, estaba uno que lo vincularía más con Daliana.

—Mi padre tenía un depósito de libros muy antiguos en casa. Una vez leí uno que mencionaba la existencia de un grimorio con informaciones del mundo nunca antes detalladas, pero que desapareció junto a la diosa que lo escribió. Desde entonces despertó mi interés por él.

—Oh, ya veo. ¿Y si te dijera que sé dónde está? —declaró en voz baja, casi como un susurro—. Sé que el libro se resguarda en una habitación secreta de la biblioteca de este instituto. ¿Qué te parece si me ayudas a robarlo, Arturo? —Hubo una pausa y la niña se echó hacia atrás para reposar en el espaldar de la silla—. Necesito escudriñarlo y ver si obtengo alguna respuesta sobre mi falta de poder.

—¿¡Robar el grimorio!?

Daliana cubrió con sus manos la boca del chico y el pico del animal.

—¡Shhhh! Te puede oír alguien.

—¿Estás hablando enserio? -le susurró este apenas ella quitó la mano—. Tendremos problemas si nos ven merodeando cerca de la zona secreta de la biblioteca.

—Yo no planeo entrar por la puerta. —La sonrisa que mostraba era bastante maliciosa, pero a la vez reflejaba una gran determinación que Arturo no creía poder quitársela. Y, aunque él se negara a involucrarse en sus planes, ella iría de todos modos.

—Te ayudaré —decidió el niño poco después de meditarlo.

En ese entonces, las tres campanadas de la torre anunciaron el final de la clase.

—Nos vemos en el patio trasero de la academia cuando la luna alcance su punto más alto. Daliana recogió sus cosas con rapidez y, como siempre, fue la primera en salir.

Por la noche, los dos niños se reunieron a la hora acordada. Arturo vestía un atuendo completamente negro con el que pretendía camuflarse con la oscura noche, pero Daliana no parecía tener intención de eso ya que solo llevaba puesto la camisola blanca que usaba para dormir.

—Bueno, ya estamos aquí. Hagamos esto lo más rápido posible. No quiero que mi abuela despierte y se dé cuenta que no estoy —declaró Daliana al llegar a un punto en especifico de una de las paredes externas del edificio—. Y no me mires así, no podía cambiarme de ropa si pretendía salir a escondidas de la casa.

—¿Y cómo vamos a entrar? —indagó Arturo.

—Ahí lo tienes. —Le señaló esta un pequeño agujero en la base de la pared.

—¿¡Tú hiciste eso!?

—¡Claro! -contestó como si nada. Arrojó un bolso hacia el interior y se acostó para pasar por el agujero—. No puedes quedarte afuera —le indicó a su compañero al notar que este seguía de pie.

Luego, intranquilo, él también cruzó.

—¡Daliana!

—¿Ah?

—Creo que esto no es una buena idea —comentó asustado entre la oscuridad.

—Aceptaste ayudarme, así que no te quejes.

—Sí, pero no veo nada.

—Ya sé. Ayúdame a buscar unas lámparas.

Torpemente caminaron, apoyándose de las paredes y estanterías hasta localizar un par de lámparas, las encendieron y, para sorpresa de ambos, la imagen de cinco extensos pasillos se extendían junto a un sinfín de estanterías y más estanterías llenas de libros.

—Bueno… esto no me lo esperaba —confesó Daliana moviendo la lámpara de un lado a otro.

—¿Todos esos son libros prohibidos? —El joven dragón no podía creer que una biblioteca albergara una gran cantidad de libros secretos y prohibidos.

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—¡Esto es muy frustrante! —refunfuñó la niña al ver que el centésimo libro que abrió, no era el que buscaba.

—¿Puedes tener más cuidado? —imploró Arturo tras ver a su compañera arrojando con brusquedad los libros al suelo—. Podrían descubrirnos si haces tanto ruido.

—No hay de que temer. Aquí nunca queda nadie después de… —Entonces, el rechinar de una reja la interrumpió de inmediato—. ¡Oh, rayos!

Segundo después, oyeron el ruido de pisadas. Por la impresión, estaban completamente tiesos. Apagaron las lámparas y, a tientas, empezaron a andar entre los oscuros pasillos.

Al cabo de un momento lo dos estaban corriendo hasta que se toparon y escondieron debajo de una mesa. Los pasos se acercaban y ralentizaron hasta, finalmente, detenerse justo en frente de ellos. Por la manera en que arrastraba los pies, Daliana pudo darse cuenta que se trataba del anciano encargado de la zona común de la biblioteca. Aterrados, se llevaron la mano a la boca para no delatarse con su jadeante respiración. Ella miró a su compañero, que parecía nervioso y asustado. Le hizo señas para asegurarle que todo iba a estar bien.

Para alivio de ambos, el anciano se marchó luego de dar un recorrido entre las estanterías. Por poco y eran descubiertos. Daliana echó un vistazo rápido y salió de su escondite.

—Sigamos buscando —susurró.

—¿Estás loca? —dijo Arturo al salir también, victima del miedo aún—. Salgamos de aquí.

—Me niego —objetó Daliana, determinada a seguir con su búsqueda. Volvió a encender una lámpara, y se fijaron en un atril que se manifestó gracias a la luz. Era de grandes dimensiones y sobre él reposaba un libro abierto por la mitad. La curiosidad de la pareja se activó de inmediato que no tardaron en ir a echar un vistazo. Arturo fue el primero en acercarse; era un libro pequeño y poco voluminoso, lo cerró y se percató del tipo de escritura que conformaba el título.

—No puedo leerlo —declaró entonces.

—Déjame ver —pidió Daliana. Echó un vistazo más de cerca. Este era, de seguro. El color vino tinto con encajes dorados y la particular escritura que marcaba: «ᛊᛖᚱᚨᚠᛁᚾᚨ». No era un libro  común. Alargó la mano para tomarlo y, apenas lo hizo, sintió como una descarga eléctrica recorrió todo su cuerpo en segundos, y el iris de sus ojos se movieron exageradamente hacia atrás que solo la blanca esclera era lo único que se mantenía a la vista.

No obstante, experimentó una sensación relajante. Miró a su alrededor y pudo notar que se encontraba frente al imponente océano. La brisa, el olor, su color, la temperatura y la inmensidad de la superficie se sentían tan reales que se recostó sobre la arena, obviando así el «por qué» y «cómo» es que se encontraba ahí. Próximo a esto, una niña apareció de la nada y acercó su rostro a unos pocos centímetros del de ella. Ambas se miraron asombradas. «Eres igual a mí», dijeron en unísono.

—Eres un ser muy peculiar, nunca ante había visto a alguien como tú en mis dominios —comentó la extraña niña.

—¿Acaso eres yo? ¿Qué es este lugar?

—No soy tú —le aclaró—. Soy una parte de la conciencia de la diosa que una vez fue dueña de este libro.

—Entonces, ¿eres Serafina?

—No del todo. —Hubo una pausa—. Por cierto, ¿por qué dentro de tus signos espirituales, tu Tarén está larvado?

—Por eso es que estoy aquí —anunció Daliana—. ¿Puedes otorgármelo?

—No puedo.

—¿No puedes? —Confundida, movió la cabeza a un lado.

—Existen dos motivos —explicó—. Número uno, no poseo la autoridad para otorgar Tarén a otros seres. Y número dos, no puedo otorgarte algo que ya tienes.

—¿Cómo así? No comprendo. Creí que yo…

—¡Sabía que eras diferente! —La niña comenzó a saltar sobre un pie hasta dar una vuelta alrededor de Daliana—. Deja te explique —dijo después—. Dispones de un poder muy privativo, solo que no está activado… Pero puedo hacer que sí… Claro, tendrías que pagar un precio por él debido a que es muy singular y me costará mucho estimularlo.

—¿Qué clase de precio?

—¡Aceptar un destino para nada feliz! ¿Crees poder tener el valor para hacerlo?

—¿Sacrificar mi felicidad? —La sonrisa de su rostro se borró de inmediato.

La otra niña asintió.

Apenas salió a relucir el tema, una gran tensión se formó en Daliana. El precio que tenía que pagar era demasiado para ella. Se quedó mirando fijamente a la niña completamente abrumada. Si ese fuera el caso, no aceptaría ningún trato, por más que quisiera hacer magia. Aquella niña se percató de eso por lo que decidió no continuar. Chasqueó sus dedos luego de suspirar, y para sorpresa de Daliana, ya no se encontraba en aquel lugar. Sus ojos parpadearon. Por alguna razón ahora estaba tendida en el suelo bajo un cielo estrellado. Buscó con la mirada hasta dar con Arturo, quién estaba sentado a su lado con cara de preocupación.

—¡Daliana! —dijo él a verla levantar el torso—. Menos mal que estás bien.

—¿Cómo es qué estamos fuera de la biblioteca? —preguntó ella con ojos de sorpresa.

—¿No lo recuerdas? Te desmayaste allá dentro y tuve que arrastrarte hasta aquí. Estaba muy aterrado. No sabía que hacer así que te saqué de ahí.

—¿Y dónde está el libro?

—Lo tengo aquí conmigo.

Daliana se levantó.

—Dámelo y larguémonos de aquí cuanto antes —agregó—. Ya lo leeremos luego.

Se despidieron y Daliana aceleró el paso. Tenía que estar de vuelta en casa antes del amanecer si no quería dar una disculpa o inventar una excusa convincente del por qué su desaparición por la noche. En cuanto caminaba hacia la salida de la ciudad, iba recordando la visión que tuvo hace un momento; se preguntaba si era algún tipo de alucinación, un sueño o un delirio de su mente. Tampoco se creí que había conseguido el grimorio. Estaba muy emocionada, pero a la vez no comprendía lo que había sucedido. ¿Sería real todo lo que había presenciado?

Evangelio CarmesíWhere stories live. Discover now