Epílogo.

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Gina Gastrell consiguió convencer a los dioses que le dieran el cuerpo de su hermana para hacerle un funeral digno en a aldea donde se criaron. Sentada sobre la mesa, tomó las quinta copa de vino con las manos temblorosas. Sus ojos estaban hinchados de tanto llanto y su corazón estaba roto. Se sentía triste y frustrada por no haber podido hacer algo para salvar a su hermana. Dentro de aquella pequeña choza, había pasado un día entero buscando el poder traerla a la vida, el volver a ver su mirada tan dulce. Pero nada encontró. Incluso Morrigan no pudo. Miró el cuerpo inerte que yacía sobre una cama, pensando en todo lo que había perdido, y sintió una ola de tristeza y amargura. Pensó en todos los momentos que había compartido con ella, y en todas las cosas que nunca más harían juntas.

Ya era momento de realizar el funeral. Dejó la copa en la mesa, se levantó y cerró la puerta tras de sí. Ayudó a los demás a juntar troncos y cortar ramas para armar una pira.

Todo estaba tranquilo y silencioso dentro de la choza. Y de pronto, una voz se escuchó en el silencio. Era una voz extraña que no parecía provenir de ningún lugar en particular.

—Pobre Gina. Está devastada —dijo esa voz—. No me gusta ver a mi mejor amiga así. —Hubo una pausa—. Todo iba de acuerdo a como lo ideé, pero nunca imaginé que te sacrificaras por ellos. Debías morir, sí, pero no de esta manera. Aunque… creo que eso ya es imposible para ti.

»¿Recuerdas aquella flor que buscaste para salvar a tu abuela? Al momento que te pinchaste la mano con ella, no solo te la inflamó, sino que también te transmitió su esencia. Y eso es algo muy bueno.

»Abre los ojos, Daliana, y ayúdame a eliminar el mal de este mundo.

En eso, Daliana abrió los ojos.

Evangelio CarmesíWhere stories live. Discover now