Capítulo 15.

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Gina, Darren y la abuela Machi esperaban sentados en la mesa del comedor con una expresión funesta. Al poco rato bajó Beatriz del segundo piso y les informó que los niños estaban estables. Los tres habían sufrido de varios cortes graves en su cuerpo, costillas rotas, brazos y piernas astilladas, y algunas conmociones. Pero la más grave de todos era Daliana, quien había perdido parte de su vitalidad. Sin embargo, con ayuda de algunos doctores del país, lo peor ya había pasado.

—No deben preocuparse más —les aseguró Beatriz—. Tendrán que guardar reposo por una semana, mínimo.

Al pasar los días, Daliana fue la última en despertar. Estaba bastante confundida y aún le sangraba un poco la nariz. Se vio la mano y notó que la tenía un poco hinchada.

—Por fin despertaste. —Era su hermana quien le habló desde la puerta. Estaba parada y con los ojos llorosos.

—Se está haciendo costumbre ver a alguien en la puerta cada vez que abro los ojos —bromeó la pequeña.

Enseguida Gina se le lanzó encima, cubriéndola con sus brazos y sin evitar llorar.

—Gracias a los dioses ya estás bien, escolecita —le dijo.

—¡Auch! —expresó Daliana al sentir un poco de dolor tras el abrazo.

—Ay, lo siento.

—No te preocupes. —Gina le pasó un pañuelo por la nariz para limpiarle la sangre—. Por cierto, ¿Brisa y Arturo están bien?

—Lo están. Despertaron antes que tú y Bea los tiene en chequeo médico .

—¿Y la abuela? ¿Dónde está la abuela?

—La abuela está en cama. Su enfermedad ya no le permite caminar mucho. —Suspiró—. Ninguna medicina le hace efecto.

Daliana, agitada, comenzó a buscar algo entre sus sabanas.

—¿Y la flor? —preguntó.

—¿Qué?

—La flor… La Strelitzia que fuimos a buscar. Yo la tenía conmigo.

—No, tú no traías ninguna flor.

—¿Cómo que no? Nosotros traíamos la flor de la inmortalidad para la abuela. —Comenzó a moverse con más desespero entre la sábana.

—Intenta no moverte. Tus heridas aún no han sanado por completo.

—Dime, hermana, ¿cómo fue que llegamos hasta aquí?

—Esa cosa negra y alta los trajo entre sus brazos.

—¿Y no trajo consigo una flor con espinos? —Gina, perpleja, le negó con la cabeza—. ¡Maldición! —Se golpeó las piernas repleta de frustración.

—Tranquilízate, escolecita. Dime, ¿de qué flor estás hablando?

Daliana dejó su mirada abajo y prefirió no contestar. Al instante se acostó y cerró los ojos. Después de que Gina saliera algo triste, lloró en silencio por un buen rato.

Daliana siguió guardando reposo por unos días más mientras Beatriz se encargaba de comprobar constantemente su recuperación. Brisa y Arturo iban a diario para hablar con ella, y cuando se enteraron de que habían perdido la flor, ambos se sintieron incompetentes; sintieron que habían luchado en vano. Gina también iba a verla y le comentaba lo mucho que quería verla su abuela.

Y uno que nunca acudió a ver como progresaba fue Darren.

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—¡Es sorprendente lo rápido que te has recuperado! —Exclamó Beatriz al quitarle las ramas cubiertas con tela que le inmovilizaba la pierna. Sus costillas también se habían recuperado por completo—. La princesa Brisa aún debe usar el de ella que tiene en el brazo, pero tú ya no.

—¿Ya puedo salir a ver a mi abuela?

—Por supuesto que sí, pero no hagas mucho desarreglo.

Daliana asintió agradecida y salió de la cama para cambiarse.

Al momento en que Beatriz salió de la habitación, se topó con Darren del otro lado. Su compostura atlética, la mandíbula definida y sus ojos aguarapados, provocaron que ella se sonrojara. Apenada, no pudo evitar que era apuesto. Hubo entonces un silencio incómodo mientras él la miraba desconcertado.

—¿Cómo se encuentra? —preguntó entonces él.

—Se puede decir que ya le di de alta, pero aún necesito hacerle unos chequeos.

—Muchas gracias… —Se detuvo a pensar.

—¡Beatriz!

—¿Eh?

—Mi nombre es Beatriz.

—Bien. Muchas gracias, Beatriz.

—No es nada —dijo ella antes de marcharse ruborizada.

Darren iba a abrir la puerta para ver a Daliana, pero esta se abrió antes de que él lo hiciera, dejando ver el cándido y pálido rostro de ella.

—Hola, Darren. —Fue lo único que dijo al verlo y continuó su camino.

—¡Oye! —le dijo con algo de brusquedad, deteniéndola antes de que bajara las escaleras—. Que esta sea la primera y última vez que haces algo estúpido y arriesgado. Por poco mueren tú y esos niños.

—¿Perdón? —Volteó a verlo—. ¿Y quién eres tú para decirme que hacer o no?

—Soy tu hermano.

—¿Mi hermano? —se expresó con incredulidad—. ¿Se hace llamar hermano el hombre que nunca vino a verme estos días? ¿Se hace llamar hermano el hombre que me abandonó por doce años? Si hubieras muerto, lo entendería. Pero no, estuviste vivo todo este tiempo y nunca supe de ti.

—Lo hice para…

—¿Para protegerme? Sí, claro. —Se volteó y comenzó a bajar las escaleras—. Y si no te importa, “hermano”, debo ir a ver a mi abuela.

Al pisar el último peldaño, Daliana se dirigió al patio trasero de la cabaña. Al cruzar la puerta se detuvo maravillada por la espléndida vista que tenía. Su abuela estaba sentada de espalda a ella, viendo el paisaje y hablando con Gina, quien estaba de pie a su lado. Podía ver cómo ambas sonreían. Ella también sonrió complacida por lo alegres que se veían. Continuó caminando hacia ellas y apenas se encontró con el rostro de su abuela, comenzó a llorar. Se disculpó numerosas veces por no haber conseguido la forma de salvarla de su maldición. Para este punto, la abuela Machi tenía pocas fuerzas para moverse. La tomó con dificultad de las manos y le regaló una dulce sonrisa, como queriéndole decir: “No te preocupes”.

—Te prometo que encontraré la forma de salvarte, abuela, solo resiste un poco —le aseguró.

—¿Por qué no olvidas eso por un momento y me acompañas a ver el atardecer?

—Está haciendo un poco de frío, abuela —comentó Gina—. ¿Está segura que quiere quedarse aquí hasta el anochecer?

—Por supuesto que sí. —La anciana tomó fuerzas para darle con el bastón en la cabeza. Luego de haberse sobado, Gina se percató que su abuela se había quedado en completo silencio. Miraba fijamente al horizonte y luego le dijo—. ¿Puedes darme otra mandarina?

—Por supuesto. —Tomó un pedazo y se lo dio en la boca.

Enseguida la anciana arrugó la cara.

—Está muy ácida. ¿Quieres una? —le preguntó a su nieta menor.

Daliana asintió y dejó que su abuela le diera un pedazo en la boca.

Desde la puerta del patio trasero estaban Bea, Arturo, Brisa y Darren viéndolos.

—Estuvo resistiendo todo este tiempo solo por este día  —comentó Bea.

—¿Qué quieres decir? —Arturo preguntó.

—Que hoy es el último día de la abuela Machi —le contestó Brisa con una lágrima en la mejilla.

—Poco a poco, abuela —rió Daliana al ver que su abuela comía la mandarina con prisa.

—¿Te estás divirtiendo, mi niña?

—¡Sí! Me gusta mucho estar aquí contigo.

—Gina, querida, ¿te acuerdas la vez que Daliana llegó a nuestras vidas? —La miró.

—¿Cómo olvidarlo, abuela? —le respondió—. Era muy llorona cuando estaba chiquita —Daliana enseguida se quejó y Gina y la abuela rieron. Después de hacerlo, Gina miró a su abuela y pudo darse cuenta de lo que estaba pasando—. «Abuela…»

—Me gustaría poder jugar a las escondidas con ustedes. —Volteó la abuela a ver a Daliana—. ¿Quieres jugar?

—Pero, abuela. —le sonrió—. ¿Cómo vamos a jugar si casi no puede caminar?

—Ah, es verdad. Ya lo había olvidado. —Enseguida parpadeó varias veces y cabeceó; como si estuviera a punto de quedarse dormida.

—¿Abuela? —preguntó Gina—. ¿Quiere que la lleve a su cama?

—Estemos juntas siempre, ¿está bien, Gina… Daliana?

—¿Qué pasa, abuela? —Daliana veía como su abuela luchaba por no quedarse dormida—. ¡Oye, abuela!  —Le levantó un poco la cabeza con la mano—. Abuelita… —Ya comenzaba a tener una idea de lo que estaba pasando.

La abuela Machi volvió a abrir los ojos. Cansadamente le dijo:

—¿Puedo verte sonreír una última vez? Sonrían las dos para mí, por favor. —Aunque les dolía, ambas le sonrieron con lagrimas en los ojos—. Así me gusta. —Suspiró—. No lloren. Ambas son tan hermosas. —Les acarició la mejilla.

—Abuela, por favor, no nos dejes. —Gina le colocó el bastón en las manos—. Vamos, abuela, se que aún tienes la fuerza para golpearme como siempre lo haces.

La anciana solo sonrió y le dio unas palmaditas en la mejilla.

—Abuela… —Daliana gimoteó y también recibió una palmadita en la mejilla.

—Prometan que no harán muchas travesuras. —suspiró—. Gina, cuida muy bien de Daliana. Daliana, por favor, se un poco más considerada con Darren. También recuerda lavar tus orejas. —Sonrió—. ¿Ya les dije que son tan bellas?

Y a los pocos segundos, los ojos de la abuela Machi se cerraron, y su último suspiro salió a viajar con el viento.

—¡¡¡Abuela!!! —gritaron tan fuerte ambas que estuvieron a punto de desgarrarse la garganta.

Desde la puerta, los demás lloraron a moco suelto. Era la escena más triste que podían llegar a ver. Y desde el cielo, Wannadi, el dios del sol, lloró la perdida.

Evangelio CarmesíWhere stories live. Discover now