Capítulo 16.

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La siguiente mañana fue demasiado desanimada para todos en la cabaña. El desayuno, que acostumbraba ser alegre los días anteriores, hoy ya no era igual. Todos comían en profundo silencio, no sonreían y sentían como al sol le costaba tanto salir. Daliana y Gina, desde sus habitaciones, no paraban de llorar. Se negaban a desayunar o hablar.

Tras llegar el mediodía, Morgana, en compañía del emperador de Mercatrya, llegaron tan pronto como pudieron. Habían recibido una carta por parte de Brisa la noche anterior, informándoles sobre la pérdida y pidiéndoles que asistieran al funeral.

—No quiere hablar con nadie —le dijo Brisa a Morgana luego de que esta llamara a la puerta para hablar con su mejor amiga.

—¿Y Daliana? —le preguntó.

—Mucho menos. —Suspiró—. Es la que está más afectada.

—Vaya —susurro apenada.

La tarde estaba a punto de menguar y era momento de realizar el rito funerario. Tras salir por fin, Gina y Daliana lavaron el cuerpo de la abuela, lo perfumaron y revistieron con el mejor vestido que tenía. Luego de llamar tres veces su nombre como se acostumbraba a hacer, la nieta menor tomó una de sus manos y se la llevó a la boca, sellando el arreglo con un beso prolongado. Soldados del emperador llegaron después, levantaron el cuerpo de la piltra y lo subieron a una féretro para llevarlo hacia el patio trasero a la cabeza de una comitiva; y seguían detrás Gina y Daliana vestidas de negro y con un velo. A parte de los que ya estaban, Útgarða-Loki, el emperador de los gigantes también asistió al funeral para expresar sus condolencias.

—¿Ya viste a Daliana? Sus orejas dejaron de ser puntiagudas —le comentó Brisa a Arturo cuando esta pasó frente a ellos.

—Si, ya lo vi.

Junto a los presentes estaba una pira hecha con troncos y paja. Cuando llegaron, los soldados dejaron reposar el cuerpo sobre esta. El cielo estaba nublado y la brisa era fuerte y seca. El tañido de unas campanas se escuchaba a lo lejos, anunciando el triste acontecimiento. Las lágrimas saladas de Daliana no paraban de caer sobre el reposado cuerpo; se sentía totalmente culpable por no poder prevenir su muerte. Tan sólo pensar en eso, le produjo la sensación de tener un nudo atado a su garganta. Quería calmar ese vacío en su interior. Y tras dar una mirada de reojo a todos por unos segundos, vino a su mente una de las muchas características de la abuela Machi que hicieron plasmarle una sonrisa en el rostro; era la forma en la que ella era capaz de hacer amigos fácilmente. «Nadie era un extraño para ella», pensó. Secó sus lágrimas y exclamó enérgicamente:

—Creo no tener palabras para describir por completo la riqueza y belleza de mamá Machi. Su perdida es el proceso más difícil que existe para sus seres queridos; pero estoy segura que ella no hubiera querido vernos así. Le agradezco mucho por enseñarme todo lo que sé y todo en lo que debo mejorar. Nos ha dejado demasiado pronto, pero todo lo que nos ha ofrecido quedará grabado dentro de nosotros. Y hoy… —Gimoteó junto a una lágrima caminando por sus mejillas—. Hoy es un día para recordarla. Hoy… —Se contuvo un poco para tragarse el nudo de la garganta.

Enseguida, y sin decir palabra alguna, Gina la tomó entre sus brazos mientras lloraba. Era un día triste, y más para las hermanas. Pero lo que habitaba en el cuerpo de Daliana no era solo tristeza. También había ira, una que no iba a apaciguarse con un simple abrazo. En silencio miró como el fuego cubría a su abuela y juró en su nombre que vengaría su muerte, que iría por aquella diosa que la maldijo.

Cuando el cuerpo se incineró por completo, recogieron las cenizas en una urna y la guardaron en un lugar de la cabaña.

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