Capítulo 7.

30 10 19
                                    

«Espérame mañana antes del meridiano en la entrada del gremio de aventureros», especificaba una carta enviada por Morgana a Gina. Pero esta no especificaba a que hora, por lo que la joven elfa llegó antes que ella y la esperó impaciente.

Morgana apareció luego. Un tanto agitada, llegó hasta Gina y se llevó las manos a la cintura mientras intentaba controlar su jadeante respiración.

—Pensé que nunca vendrías —replicó Gina. A lo que Morgana respondió con una sonrisa picarona.

—¿Qué te parece si entramos? —Unió su brazo al de su amiga y echaron a andar.

Estaba muy animado dentro cuando atravesaron la puerta. Aventureros hacían competencias de fuerza y afilaban sus espadas, otros probaban abundante comida y algunos charlaban en tranquilidad; era un ambiente muy estridente pero sereno a la vez.

Anduvieron entonces hasta dar con la cartelera donde había un montón de anuncios.

—¿Y qué hacemos aquí? ¿Quieres que te ayude en una misión? —preguntó Gina a Morgana.

—Solo veo si hay alguna ideal para Daliana.

—¿Para mí hermana? ¿A qué te refieres?

—El rector está empeñado en mandar a los estudiantes a cumplir su primera misión de aventura.

—Pero apenas tienen doce —recalcó—. Se supone que esa misión deben hacerla a los dieciséis.

—Lo sé, pero no soy yo quien lo está determinando. Es un acuerdo entre el emperador y el rector. —Tomó un papel de la cartelera—. ¿Qué te parece si elegimos esta para ella? Da gracias que la mayoría de los monstruos fueron erradicado y ya no hacen misiones de recolección.

En la hoja estaba grabado lo siguiente:

°°°MISIÓN°°°
Deberán buscar y capturar (viva) a una cierva que escapó de su dueña. Tiene pezuñas de bronce y cornamenta de oro. Suele frecuentar el bosque cercano a la aldea Parakary. ¡Este animal!, es muy inteligente y veloz; no resultará fácil atraparla.

Recompensa: 150 Mercas de oro.
Nivel: Intermedio.
Abstenerse a herirla.

—Es la cierva que siempre pasa por la aldea —señaló Gina al detallar bien la descripción.

—¿Ya la habías visto?

—Sí. Desde hace unas semanas transita la aldea y después se va al bosque.

—En ese caso Daliana no tendría que viajar muy lejos. Sería estúpido no tomar esta misión —destacó. Luego la miró para preguntarle—. ¿Elegimos entonces esta misión para ella?

Gina lo meditó por unos segundos.

—Estará cerca de casa, así qué creo que está bien —respondió tras hacerlo.

—¿Estás segura?

—¡Claro! ¿Qué tan difícil puede ser?

—Entonces está decidido. —tomó de nuevo a su amiga del brazo y la llevó hacia la barra.

—No me digas que quieres beber, Morgana —reclamó.

—¡Me muero por eso! —La miró . Gina se veía algo amargada—. No seas así. Hace mucho tiempo que no compartimos. Siéntate. —Ofreció tocando el asiento a su lado. Gina aceptó y Morgana pidió una ronda de cervezas—. Solo será una. Haremos unas compras y después iremos a tu casa. Necesito que mamá Machi me firme la autorización de la misión. Así que, mientras tanto, un brindis.

—Salud, Morgana.

Chocaron sus cervezas.

🍀=========🧝=========🍀

Fuera, la temperatura aumentaba descontroladamente. Pero protegidas por la sombra de la choza, Daliana y la abuela Machi se sentían más relajadas.

Y aún no llega —recalcó la anciana mientras veía por una de las ventanas—. Esa Gina, Es que… si no llega a venir, no tendré piedad en mandarla a las minas.

Daliana, desde la mesa, no paraba de reír y esperaba que su hermana no olvidara que tenía que estar para la comida. Para intentar calmar a la alterada anciana, la pequeña quiso conversar con ella referente Serafina. Con esos novecientos años que tenía, era imposible que desconociera muchas cosas sobre ese mundo o sus dioses.

—Abuela, tú conoces todo referente a los dioses, ¿verdad? —preguntó después.

—¡¿Cómo no voy a saberlo?! Estos años no son solo de adornos. —Se sentó junto a ella y se fijó que tenía varios libros sobre la mesa—. ¿Tienes tarea sobre los dioses?

—Algo así. Es sobre una diosa llamada Serafina, Pero no encuentro nada de ella en los libros.

—¿Serafina? —Negó con la cabeza—. Conozco a cada uno de los dioses, pero nunca he sabido de ella.

—¡Entiendo! Entonces creo que tendré que investigar más —dijo apoyando la cabeza en su mano y mirando con aflicción el Grimorio de Serafina.

En ese instante, Gina entró por la puerta, y nada más verla, Daliana no pudo evitar reír. Había llegado a tiempo.

—¡Buenas tardes! —gritó Morgana, entrando después que su amiga—. ¡Uffff! Este calor si que es insoportable. Buen provecho, por cierto.

A diferencia de la abuela, quién saludo con la mano desde su asiento, Daliana se levantó para recibir al par de amigas con un abrazo.

—Pensé que no vendrías —le dijo la anciana a Gina—. ¿Quieres que comerte un bocado de comida, Morgana?

—Me gustaría, mamá.

—Toma asiento, ya les voy a servir un poco. —Sirvió un tazón con arroz para cada una, una aromática carne de lapa, frijoles sazonados y un azucarado plátano sancochado—. Tus visitas son muy escasas, Morgana. ¿Qué te trae por aquí —indagó luego de traer un poco de agua.

—Requiero de su consentimiento para enviar a Dalia a una misión. —dio un bocado a la comida.

—¿Una misión? —preguntó la niña.

—Claro. —Y volvió a dar otro bocado—. ¡Cielos! ¡La comida de mamá Machi es la mejor! ¡Incluso preparó Tumá! —dijo extasiada. Le ofreció un poco a Daliana, pero esta la rechazó porque el Tumá era una salsa muy picante.

Poco después, Daliana recordó algo muy importante.

—¡No, espera! A la abuela no le gusta que coman sin antes agradecer a los dio… —Trató de advertirle, pero fue demasiado tarde. Levantó la vista y reaccionó con un salto—. ¡Oh, oh!

Morgana, al ver la expresión de ella, comprendió lo que le esperaba.

—Está detrás de mí, ¿verdad?

Daliana asintió forzadamente.

Y un bastonazo se asestó con fuerza en la cabeza de la joven elfa.

—No has cambiado nada —espetó al momento la abuela—. Tú y Gina están a la par.

Morgana rió de su descuido mientras se sobaba la cabeza y veía como su amiga también lo hacía. Daliana también rió al ver la expresión de las dos.

—Agradezcan primero y después coman.

—Sí, abuela —respondieron las dos.

Una vez acabada la comida, Morgana volvió a relucir el tema de la misión a la abuela. De su bolso saco unos papeles y se los entregó. Por otro lado, Daliana se apartó del lugar ya que su abuela así se lo enseñó desde que estaba más pequeña; en conversaciones de adultos, los niños no deben entrometerse. Sin embargo, en esta ocasión estaba muy interesada por saber de qué hablaban que no tardó mucho en esconderse. Quería saber de qué trataba la misión a la que quería enviarla Morgana.

La abuela escudriñó los párrafos con detalle. «Autorización de misión en equipo», decía el encabezado.

—Es broma, ¿verdad? —Se dirigió con asombró hacia la joven muchacha.

—No lo es, abuela —agregó Gina al sentarse junto a ellas en la mesa.

—¿Si te has dado cuenta que tiene doce? —le recordó la abuela.

—Si, por supuesto, pero el rector ha decidido que los enviemos ahora. Deje que asista, mamá. Tal vez se divierta —aconsejó Morgana.

La anciana comenzó a meditarlo. De pronto, el sonido de un incontrolable chillido se escuchó por debajo de la mesa. Las tres se asomaron. Era Daliana quien estaba debajo con cara de espantada.

—Muy graciosa —le dijo la abuela mientras que, con la mano, le decía que saliera de ahí—. ¿En qué momento te escondiste ahí?

—Perdón, abuela, es que había una rata blanca muy grande —le sollozó esta. Y entonces volvió a gritar al ver un celaje pasar de nuevo por debajo la mesa. Aterrada, saltó a los brazos de su abuela.

Morgana y Gina no pudieron evitar reírse.

—No es una rata —afirmó Gina al tomar al animal entre sus manos—. Es el hurón que compró Morgana hace rato. —Se lo acercó a su hermana para que confirmara que no era lo que ella decía. Acercando más al animal le aseguró que era inofensivo. Y luego, Daliana, con algo de recelo, acercó un dedo a la peluda cabeza de la criatura. La temperatura de este era muy fría. Poseía un pelaje completamente blanco, con la punta de la cola y sus patas cubiertas por una fina escarcha de nieve que se mantenía intacta a pesar del calor.

La expresión de Daliana cambió de inmediato. Admitió que era muy tierno y que le gustaba ser mimado.

—¿Cómo se llama? —preguntó eventualmente el nombre del hurón mientras lo mimaba.

—Aún no le he puesto nombre. Pero puedes ponerle uno si quieres —accedió Morgana. 

—¿Puedo hacerlo?

—Por supuesto que sí.

La abuela dio un sorbo de su vaso y, tras secarse la boca, dijo:

—Ya que estás aquí, Daliana, hija, ¿te gustaría ir a una misión? —Le mostró la hoja donde especificaba lo que debía hacer—. Solo tienes que capturar a una cierva. Irás con dos de tus compañeros.

—Puede ser —le contestó encogiéndose de hombros.

—¡Vamos, mejora esa autoestima! —Trató de animarla su hermana.

—Es que no me llevo muy bien con mis compañeros. No estoy muy segura de que alguno quiera formar equipo conmigo.

«Por supuesto que puedes», argumentaron las demás.

—¿Y qué me dices de Arturo? —La miró Morgana con ternura—. Tú y el niño nuevo se hicieron muy buenos amigos, ¿no? ¿Aceptarás si te pongo en equipo con él?

—Sería fantástico —respondió ella con una sonrisa.

—Entonces está decidido.

Pasaron el resto de la tarde charlando y bromeando. Para entonces, ya el sol se ocultaba por el lejano horizonte. Morgana recogió sus cosas y colocó al hurón sobre sus hombros. Consideró que había gozado de un día muy grato. Preguntó por última vez sobre la decisión de Daliana, y esta, carialegre afirmó con la cabeza.

—¿Por qué no te quedas a dormir esta noche? —le preguntó Gina—. El camino puede ser peligroso a estas horas.

—Me encantaría —manifestó Morgana—, pero tengo unos asuntos que atender en casa. —Se dirigió a Daliana—. Estoy impaciente por verte triunfante en tu primera misión. —El hurón saltó de sus hombros hacia los brazos de Daliana. Este se despedía de la niña con pequeñas lamidas en su rostro. Morgana rió al ver a su cariñoso amigo—. ¿Ya decidiste como se llamará?

—¡Dante!

—Es un bonito nombre —reconoció—. Vamos, Dante, es momento de irnos.

Antes de emprender su viaje, la abuela la detuvo por un momento.

—Espera un momento, Morgana.

—¿Qué sucede, mamá?

—Ten algunos casabes para que acompañes con algún guiso o sopa.

—¡Gracias! —le contestó al tomarlos.

—Por cierto, ¿te he contado la vez que me sumé a una aventura con el capi león?

—Sí, mamá, mil veces me lo ha contado —le contestó con tono irritado. Desde niña siempre ha escuchado la historia del capi león de la abuela, una y otra vez. No comprendía a dónde quería llegar. Una arrugada mirada de tristeza se perdió en el suelo justo después de la respuesta de la muchacha. Esto le causó a la joven un efecto de culpa al instante—. Bueno… —dijo temblándole la voz—. Ya se me olvidó. Aún tengo algo de tiempo para escucharla de nuevo.

El rostro de la anciana volvió a alegrarse.

—Eh… pues… creo que también lo olvide. Ya te he contado el cuento de la buena pipa.

—¡Ay, mamá! ¡Ya viene usted con sus cosas! —Respondió perdiendo la paciencia—. Cuídense mucho, mamá, Gina. Daliana, nos vemos mañana.

El hurón se lanzó al árido suelo. Morgana, recitando unas palabras y realizando un movimiento brusco de manos, hizo crecer al animal hasta obtener el tamaño de un caballo. Subió a él, estudió el camino y luego se despidió con un saludo de manos.

Daliana se despidió muy asombrada por lo que había hecho su profesora con el animal.

—Abuela —dijo la niña luego de que Morgana desapareciera en el horizonte.

—¿Sí?

—¿Cuál es el cuento de la buena pipa? —le preguntó con una inocente curiosidad.

—¿Quieres qué te eche el cuento de la buena pipa?  Preguntó con una sonrisa picarona. La cogió de la mano y entraron al calor de la choza.

—Ay, no, escolecita. Te vas a arrepentir de haber preguntado eso —se dijo Gina en su mente.

Al día siguiente, durante la hora de receso, Daliana le echaba un ojo al grimorio de Serafina. Su cabeza estaba apoyada en una de sus manos mientras pasaba, de a una, las hojas.

Arturo se acercó y se sentó en una silla frente a ella.

—¿Has encontrado algo? —le preguntó.

—Aún nada.

—¿Puedo?

Frustrada por la falta de información que poseían los escritos sobre su falta de Tarén, Daliana le cedió el libro a su compañero. Éste comenzó a escudriñar las páginas, pero no entendía nada de aquellas escrituras.

—Estuve investigando y estas son runas, letras empleadas por los dioses. Va a ser difícil descifrarlas —dijo luego.

Daliana no contestó; experimentaba una profunda frustración. Dejó caer su cabeza en la mesa y comenzó a evocar aquel encuentro con la niña que decía ser la conciencia de Serafina: El parentesco que tenían, la información sobre su Tarén desactivado… Y el sacrificio que tenía que hacer para activarlo. Sin embargo, aunque aceptara la condiciones de aquella niña, ¿cómo sería capaz de volver a aquel lugar.

De pronto, el llamado de Arturo la hizo salir de su ensueño.

—¿Qué sucede? —preguntó al verlo con una mirada confusa.

—Creo que tal vez… Tal vez deberías ver esto. —Sacó entre las páginas una hoja con una ilustración plasmada en ella y se la entregó—. Esa niña… es igualita a ti, Daliana.

Por un momento, la pequeña elfa permaneció en silencio, consternada por lo que estaba viendo. Aquella ilustración era un simple retrato de un hombre al lado de una niña muy parecida a ella. Lo observó con más detalle y pudo notar que la niña era la misma que aseguraba ser Serafina, y el hombre era algo parecido al que le dio la piedra aquella vez. «!La mejor diosa de Glaðsheimr! Nunca cambies, hermana. Con mucho cariño, tu hermano Morrigan», decía por la parte trasera.

—Así que son hermanos —susurró

🍀=========🧝=========🍀

—¿Una misión en equipo? ¿Con ella? —Inquirió Brisa cuando Morgana le planteó la idea —Me niego a formar equipo con esa campesina.

—Créeme, yo tampoco estoy de acuerdo —comentó Daliana al acercarse.

—¡¿Enserio?! Llevan cuatro años compartiendo actividades escolares —agregó Morgana—. ¿No creen qué ya es momento de que se lleven bien? —No hubo respuesta alguna—. No tienen opción —les dijo—. Todos ya formaron sus equipos y ahora mismo van a cumplir las misiones que les asigné. Además, esta actividad suma puntos a sus calificaciones y me gustaría que las tengan.

—Como tu princesa imperial, te ordeno que me asignes a otro equipo —demandó Brisa.

—¿Crees que porque eres la hija del emperador puedes hablarme así, Brisa? Si no quieres, puedes ir preparándote para la sanción que te voy a imponer. Las cuadras de la escuela están muy sucias y no hay quien ayude a limpiarlas. —Morgana la miró y le extendió la hoja de la misión.

Esas palabras hicieron que Brisa se callara la boca. Más especifica no pudo ser. Morgana buscaba que trabajaran juntas por lo menos una vez. Por otro lado, Daliana aceptó y tomó la hoja. El objetivo era capturar a la cierva de cornamenta dorada.

—Vamos, campesina. Tenemos trabajo que hacer —espetó Brisa marchándose de brazos cruzados.

—¡Ah! ¡Casi lo olvido! ¡Arturo también es parte de tu equipo, Brisa! —gritó Morgana.

«¡Ay, no!», pensó Brisa.

Al momento de dejar el salón, Brisa caminó apresurada por los extensos pasillos del edificio. Tenía intenciones de cumplir la misión, pero también de culminarla lo más pronto posible para no tener que pasar mucho tiempo junto a sus compañeros.

—Espero que sepas cabalgar, campesina —le dijo abruptamente cuando atravesaron la puerta que conducía hacia el patio trasero de la academia.

—¡Un poco! —La alcanzó para poder hablar bien—. Mi hermana me ha estado enseñando últimamente —respondió.

—No te pregunté quién te enseñó —gruñó—. Pero al menos sé que no tengo que compartir un caballo contigo.

A diferencia de otras ocasiones, Brisa se mostraba muy tranquila y serena; como si hubiese bajado un poco su nivel de egocentrismo y arrogancia. Pero ¿por qué de pronto lo hizo? Sin embargo, está Brisa le agradaba más.

Finalmente se detuvieron frente a una de las cuadras. Una vez dentro, se toparon con Arturo que, con ansias, las esperaba para dar inicio a su próxima aventura.

—¡Félix! —llamó Brisa al encargado del lugar que, con solo ese grito, soltó una pila de heno de sus manos y corrió de prisa a algún sitio; al parecer sabía lo que tenía que hacer.

—¿Tienes un caballo propio? —Le preguntó Daliana a Brisa—. ¿Cuál de estos es el tuyo?

—La mayoría —recalcó ella—. En total tengo veintidós.

—¡¿Veintidós?! —Daliana quedó boquiabierta.

—Yo solo tengo uno y es este —Comentó Arturo, montando un caballo con el pelaje corto y lustroso. Mostraba un perfil cóncavo, cuello arqueado, cabeza corta y en forma de cuña, trasero nivelado y la cola en alto.

Cuando el hombre regresó, traía sujetando en sus manos las riendas de una pura raza blanca. Esta poseía una constitución fuerte, compacta, de pecho amplio, espalda sólida, elegante melena y espesa cola; ambas trenzadas, y su cabeza siempre estaba erguida y elegante.

—Creo que es tu turno, Daliana —le comentó Arturo—. Puedes escoger uno de los de Brisa.

Daliana, se volvió a ver a su compañera, quien hizo un gesto de molestia con la boca pero a la vez asentía.

—¿Puedo elegir cual sea?

—¡Claro! —le respondió Arturo.

—Entonces aquel. —Señaló a uno de pelaje tobiano. Su cabeza era pequeña y aplanada, largo cuello, hombros robustos. El pelaje era una mezcla de un color blanco con el alazán y también poseía unas extremidades cortas que parecían muy fuertes.

Félix preparó entonces los tres caballos; colocó sillas a cada uno, amarró bien las riendas y colocó un bolso lleno de herramientas y comida a un costado de los animales. Cada quien montó a su respectivo mamífero y, con trote suave, tomaron rumbo hacia el bosque cercano a la aldea.

Durante el trayecto, Arturo no paraba de hablar, de contar chistes y tararear canciones. A diferencia de Daliana, para Brisa era muy molesto tener que escucharlo a él y a la cacatúa.

—¿Puedes callarte de una vez? —le exigió. Arturo se calló de inmediato; como si hubiesen pulsado un botón que apagaría su parloteo—. Antes de comenzar esto, quiero recalcar que yo estaré a cargo en esta misión —destacó, haciendo que su yegua realizara un pasos elegantes—. Y además…

Reglas, reglas y más reglas, no paraba de imponer. Arturo se burlaba de sus palabras a escondidas, pero Daliana solo se encontraba perdida en sus pensamientos mientras sentía el suave viento mezclándose con el olor a trébol de su caballo.

No transcurrió mucho tiempo cuando se adentraron en el bosque. Si no querían que cayera la noche con ellos dentro, debían apresurarse en buscar y capturar a la cierva. Pero ni siquiera una huella había marcada en la tierra. ¿Cómo les sería posible seguirle el paso si no sabían dónde buscar? Y Daliana ya comenzaba a sentirse incomoda por el balanceo sobre el duro lomo de su caballo. Independientemente, desmontó del cuadrúpedo, amarró las riendas a un árbol y se tumbó en el suelo, preguntándose si lograrían conseguirla antes del anochecer.

—Deberíamos descansar, ¿no crees? —aconsejó Arturo a Brisa—. No quiero terminar con las piernas tiesas. De cualquier forma, estamos buscando en vano.

—Y yo no pienso seguir sin un plan —comentó Daliana.

—¡Está bien! —Se quejó Brisa, bajando de la yegua—. Descansaremos solo un momento e idearemos un plan.

El descanso duró más de lo planeado. De hecho, se habían relajado tanto, que no tuvieron oportunidad en una batalla contra el sueño.

Al cabo de un rato, Daliana despertó tras escuchar los llamados de Arturo.

—Ven conmigo —le susurró.

Aún soñolienta, lo siguió hasta encontrarse con Brisa junto a la entrada de una cueva.

—Miren eso —dijo Brisa al instante. Estaba señalando algo en el suelo.

—Es la huella de una pezuña —agregó Daliana.

—Así es. Al parecer, la cierva entró a esta cueva.

—¡¿Y qué estamos esperando?! —exclamó Arturo—. Vamos por ella.

Apenas se volteó, Brisa lo detuvo.

—No lo sientes, ¿verdad? —le dijo.

—¿Sentir qué?

—¿Siempre eres así de despistado? —cuestionó la joven princesa—. El viento de aquí está un poco extraño.

Al momento, los tres se sintieron estremecidos debido a la salvaje emoción que los convencía de entrar, pero también el miedo los despojó de tal valentía. Luego de que transcurriera más de medio día, este era el momento apropiado para ponerle fin a esta búsqueda y captura porque, ¿quién sabe cuánto tiempo tendrían que seguir buscando si la dejaban escapar?

—Deberíamos entrar —agregó entonces Daliana.

—¿Estás loca? —La cara de Brisa expresaba preocupación; algo que no era muy común en ella—. Olvidémonos de eso y larguémonos de este lugar.

—¡No lo haré! —objetó Daliana—. No me declararé una inepta solo por una simple presencia.

—No pregunté si querías o no, estúpida campesina. —La ira de Brisa iba en aumento, al igual que su inquietud.

—¿Sabes? Ya estoy harta de que me sigan tratando como si no fuera nadie, tú y tu grupito de niños superficiales y estúpidos —restregó con enojo.

—¿Cómo te atreves a hablarme de esa manera? —Empujó a Daliana, quién tropezó con una rama hasta caer en el suelo—. No te levantes, campesina. Arrodíllate ahora mismo y suplica mi perdón por hablarle así a tu princesa.

—¡Brisa! —tartamudeó Arturo—. Tranquilízate, por favor.

Daliana, esta vez no pretendía dejarse dominar. En menos de un segundo se lanzó hacia ella, tirándola al suelo. Arturo corrió para apartarlas, pero no fue suficientemente rápido. Con su magia, Brisa tiró por los aires a Daliana. Se oyó un sonoro gemido cuando la espalda de la niña chocó contra un árbol. Brisa, entre tambaleos, se puso de pie y caminó hacia su compañera. Tenia el labio ensangrentado y no parecía detenerse hasta hacerla pagar por eso.

Daliana cogió un palo para ayudarse a levantar y comenzó a andar en dirección hacia la cueva. Brisa apuntó su mano hacia su lastimada compañera, pero en esta ocasión Arturo se lanzó a ella para detenerla.

—¡Detente, Brisa! ¡Para ya! Estás estropeando la misión —sollozaba Arturo.

Daliana partió como pudo al interior de la cueva para refugiarse. Brisa apartó a Arturo y la persiguió al mismo tiempo que la maldecía y vociferaba obscenidades en su contra.

—¡Que patética! Te lo diré de nuevo, campesina: La academia no es el sitio adecuado para ti —gritaba Brisa mientras caminaba por la oscura cueva.

La atención de Daliana se centraba más en los minerales que adornaban las sedimentarias paredes que en los gritos de su agresora. Al igual que el brillo de estos minerales, la luz comenzaba a perderse y el camino se tornaba más sombrío con cada paso que daba.

—¡Rayos! No veo nada —dijo, apoyándose de la pared.

Por otro lado, Arturo también entró para detener a su compañera. Buscó por todos lados, pero solo veía caminos intercomunicados. Se encontró después en medio de una galería de piedra. Rodeado de algunos caminos, no estaba seguro si lo llevarían a sus compañeras o no, así que tuvo que optar por su olfato y tomó uno de los caminos.

Daliana seguía en silencio, chapoteando entre los charcos de agua que cubría parte del suelo cuando una fuerte punzada en su espalda le hizo quejarse un poco. Pensó que tal vez se había roto algún hueso. Caminó un poco más hasta encontrarse en una enorme galería. Era un inmenso salón, adornado con diversos minerales de cuarzo, amatista, diamantes, jaspes verdes y algunas piedras semipreciosas que iluminaban el lugar en conjunto con el rayo de luz que se filtraba por un orificio que conectaba con la superficie. Qué lugar más maravilloso, se dijo mientras daba pasos cortos sobre el bandeado color anaranjado del suelo.

Cuando pensaba que había finalizado de detallar todo el alrededor, enfocó su vista hacia el centro de la galería y la vio; tan tranquila y serena. La cierva yacía a los pies de una estatua cubierta de hongos y líquenes. Con sumo cuidado, para no asustarla, se acercó al animal, quien se veía majestuosa con el resplandor de su cornamenta.

—¡Vamos! ¡Ven! —dijo, tratando de animarla para que se acercara, pero esta hizo caso omiso.

Daliana suspiró frustrada e intentó acercarse un poco más. Y, a mediados de su traslado, una voz masculina vociferó.

—¿Quién es? ¿Quién está allí? —repetía constantemente aquella voz—. Por favor, ayúdame —suplicó.

Curiosa, Daliana se dirigió hacia la estatua. La miró de arriba abajo, de izquierda a derecha, le limpió un poco el rostro e intentó introducir su dedo en la nariz de esta. Pero luego retrocedió llena de pánico debido a la inesperada sorpresa que le ocasionó cuando habló.

—¡Libérame, por favor! Ayúdame a salir de aquí!

—¿Qué? ¿Y cómo hago eso? —le preguntó ella al recobrarse de su asombro.

—¿Ves esos hongo? Producen una cobertura extraña que me hace dar el aspecto de una estatua. —aseguró el hombre—. Solo debes arrancarlos y así me liberarás. ¡Por favor! También soy un elfo al igual que tú.

—Está bien, voy a ayudarte.

Comenzó a quitarle aquellos hongos del cuerpo, y cuando por fin acabó, la cobertura de bronce que le daba el aspecto de estatua comenzó a desprenderse de su cuerpo. El elfo se inclinó ante ella con agradecimiento. Sin embargo, no tardó en caer de rodillas en el suelo debido a un fuerte dolor que comenzó a recorrerle el cuerpo. Daliana se le acercó para intentar averiguar qué le sucedía, pero entonces un olor raro llegó a su nariz; era igual al olor que desprendía un cabello chamuscado y una carne quemada. Algo extraño le estaba ocurriendo a aquel elfo. Sus ojos comenzaron a mostrar una apariencia maligna, sus dientes se afiliaron gradualmente, y la piel se le resecó y adoptó un color negro.

Se detuvo luego de haberse retorcido en el piso. No parecía mostrar señales de vida por lo que Daliana se acercó e intentó tocarlo para asesorarse. Fue entonces cuando sus ojos se abrieron. El elfo que ahora había sido transformado en un ser tenebroso y oscuro, se levantó y caminó hacia ella mientras sonreía maliciosamente. El instinto de defensa de Daliana se activó.  Desenfundó una daga que tenía atada a su cintura y la tomó en sus manos, apuntándole al mismo tiempo que daba pasos cortos hacia atrás. Por un segundo desvió la mirada hacia atrás para encontrar una vía de escape, pero ese segundo fue lo suficiente para el elfo que, con mucha rapidez,  pudo arrojar el arma a un lado y juntar sus oscuras manos alrededor de su delicado cuello. Daliana, con dificultad, intentó librarse golpeándolo en el abdomen con algunas patadas, pero él apretaba más. Sus vivos ojos rojos, yéndose súbitamente hacia arriba, imploraban misericordia. Estaba a punto de perder los sentidos cuando una piedra, lanzada con un hechizo,  impactó en la cabeza del elfo, haciéndolo retroceder y soltar a la niña.

Tosiendo y en su confusión, Daliana pudo notar que se trataba de su compañera; esta le hablaba, pero no podía escuchar lo que le decía sino al cabo de unos segundos.

—¡Vamos! ¡Levántate ya y corramos! —alcanzó a escuchar.

Vio entonces a Arturo llegar también a su socorro. Como pudo la cargó y la llevó a un lugar seguro. Brisa le ordenó al incontrolado elfo que se detuviera, pero él no parecía dispuesto a hacerlo. Enojado, corrió hacia ella al mismo tiempo que intentaba detenerlo con su magia; magia que le resultaba inútil. Arturo también fue a ayudar.

Con cada parpadeo, Daliana veía a sus compañeros siendo golpeados, lanzados e incluso sangrando por algunos rasguño. No podía quedarse a mirar mientras ellos buscaban como defenderse. Débilmente, sus ojos buscaron el bolso de tela que yacía a su lado, metió la mano y, al tocar el grimorio que allí guardaba, fue transportada nuevamente a aquella obra del subconsciente donde había estado la vez anterior.

—¡Qué felicidad, volviste! —expresó la niña su regocijo al ver nuevamente a Daliana.

—¡Acepto! —Fue lo único que dijo—. Demandaste un sacrificio a cambio de mi Tarén, ¿verdad? Está bien, lo acepto.

—No creí que de verdad lo harías . —Esta vez, habló con un tono serio—. Activaré tu Tarén tal como lo prometí. Espero que encuentres la felicidad por otros medios. —Chasqueó los dedos y, al instante, la mitad del iris izquierdo de Daliana se tornó a un color azul—. Esta es la señal de nuestro pacto. Puedes cancelarlo en cualquier momento, si gustas.

Daliana sonrió conmovida, y una lágrima de alegría recorrió su mejilla.

—El resto depende de ti -agregó la niña—. Debes recordar íntegramente lo que te diré referente a cómo realizar un hechizo. Ese elfo ha sido poseído por un poder oscuro, la única forma de detenerlo es usando un hechizo de purificación. Lo primero que debes hacer es tener en cuenta la energía que te rodea y la de tu alrededor; lo segundo será proyectar toda esa energía. —Extendió su mano en dirección al mar—. Puede ser espiritual, mental y corporal; mientras más proyectas, más efectivo serán los resultados. Toda esta energía está a tu disposición. Sin prisa ni desesperación te concentras en absorberla y recitas las palabras que activaran tu hechizo. «Püröu Weyú», que significa flecha de luz —dijo, y un arco de energía se formó en su mano. Acercó la otra y halo consigo una flecha hasta alcanzar la presión suficiente para luego dispararla con fuerza.

—¡Es increíble!

—Es magia de tipo purificación. Inténtalo tú ahora.

Daliana apunto también su mano al mar y se repitió el hechizo en la mente. La niña estaba de pie sin hacer movimiento alguno, chasqueo los dedos e hizo que Daliana despertara.

Se despertó y, rápidamente, se levantó e intentó llamar la atención del poseído elfo.

—¡Hola! ¡Ven por mí, elfo malvado! —le gritó. Este se volvió y comenzó a correr hacia ella.

—¡Daliana, corre! —le pidió Arturo.

Esta no obedeció. Extendió su mano en dirección al elfo, cerró los ojos y se concentró para que toda la energía se manifestará en un solo punto. Y entonces se produjo el milagro: Los cristales que se encontraban en el lugar comenzaron a otorgarle su vitalidad. Podía ver cómo esferas de energía se aproximaban a ella. Recitó entonces las palabras: Püröu Weyú, y potentísimas chispas verdes, azules y amarillas salieron de su mano al mismo tiempo que se formaba el arco. Ella acercó la otra mano y tiró con fuerza para materializar la flecha. La potencia del hechizo era tan fuerte que provocó la ruptura de la turmalina que tenía en su cuello. Su ojo izquierdo también emanó un gran rayo de luz azul que llamó la atención de algunos dioses, en especial la de Renoe, quien se encontraba en un banquete con sus hijos en el Valhalla.

—¡Toma esto! —Finalmente, disparó a gran velocidad la flecha.

Aquella flecha de luz era tan brillante como la luz misma. A su paso, iba dejando una llovizna de colores muy llamativos. Continuó su trayectoria hasta dar un golpe certero en el corazón del elfo, y su encuentro logró separar el pulso oscuro de su cuerpo. Próximo a esto, Daliana cayó agotada en el suelo. Arturo corrió preocupado hacia ella.

—¡Oye! ¡Vamos, Daliana, abre los ojos! ¿Te encuentras..? —No terminó de completar su oración cuando notó un cambio drástico en la mirada de ella—. ¿Por qué tu ojo está así?

Evangelio CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora