Capítulo 24.

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La noche había avanzado y el alba comenzaba a abrazar lo que alguna vez fue la tierra de las hadas. Entre las ruinas, algunos sobreviviente buscaban a otros que pudieran respirar.

Con paso lento, Iris, Daliana, Brisa y Arturo caminaron entre los escombros que tapaban las calles. En el lugar de proyectaba una atmósfera sombría. La princesa comenzó a llorar de la nada. Era demasiado para ella, incluso cruel e injusto. Su pueblo había sido destruido y no pudo hacer nada para evitarlo.

Cuando llegaron al castillo, encontraron a la anciana Erma arrodillada en medio del salón . Estaba llorando, con la cabeza gacha y la espalda encorvada. A sus pies se veían tres cuerpos envueltos en tela. Iris se detuvo en seco. Con pasos débiles comenzó a acercarse. La anciana de percató de su presencia y comenzó a negar con la cabeza mientras dejaba salir un mar de lágrimas. Solo le bastó ese gesto para darse cuenta de quienes eran los cuerpos. Soltó enseguida un grito desgarrador.

—¡Padre! —sollozó. Buscaba señales de vida dónde ya no la había—. ¡Madre! ¡Oberón! Hermano, respóndeme por favor. Dime algo —no dejaba de repetir insensatamente mientras sacudía el cuerpo.

Los demás se acercaron y pudieron percibir la herida en la garganta de ambos. Enseguida se llevaron las manos a la boca.

—Lamento mucho tu perdida —murmuró Daliana.

—Esto es tu culpa —alegó la princesa, observándola parcialmente con una mirada sombría.

—¿Qué dices? Yo no hice nada —protestó con voz trémula.

—Ellos te querían a ti… y mi familia pagó las consecuencias por protegerte.

—Iris, yo…

—Lárgate ahora mismo de mi reino antes de que mande a ejecutar te —exigió, llevándose el rostro de su hermano hasta juntarlo con el de ella—. No quiero volver a verte.

Daliana la miró con una expresión de arrepentimiento. Lentamente acercó su mano para consolarla, pero está se encogió de hombros.

—Creo que deberíamos irnos —le insistió Brisa.

Daliana terminó aceptando. Salió del castillo dando rienda suelta su frustración al comprobar que solo había traído tragedia a aquellos que la rodeaban. Parecía como si el mundo hubiera caído sobre sus hombros. Ya no lo soportaba más. No puso salvar a su abuela, ocasionó que Morgana muriera al intentar salvarla, inició el apocalipsis en el mundo de Serafina, no conocía el paradero de sus hermanos y la familia de Iris estaba muerta por su culpa.

—¡Maldición! ¡Maldición! ¡Maldición! —Golpeaba con todas sus fuerzas el suelo.

—¿Te encuentras bien? —Arturo se arrodilló a su lado—. Daliana…

—No, no lo estoy. Creí que estaba haciendo las cosas bien, pero solo lo he estropeado todo.

Arturo no comentó nada. Dejó que su amiga se desahogara. En eso, Brisa llegó.

—Me temo que tengo buenas y malas noticias —dijo—. La buena es que tus hermanos están vivos, Daliana. La mala es que son prisioneros de los dioses. La anciana escuchó que sí no te entregas en un plazo de tres días, los condenarían al Tártaro para siempre.

Daliana sintió un alivio al enterarse que aún estaban con vida. Tomó luego una profunda inspiración y se colocó de pie. Su mirada de perdió en el horizonte mientras expresaba lo mucho que quería a sus amigos.

—¿Qué piensas hacer, Dalia? —quiso saber Arturo.

Ella se volvió lentamente hacia ambos y les respondió con un abrazo. Miró después sus rostros y, sin decir una palabras más, les tocó la frente. Arturo y Brisa quedaron inmóviles, y entonces cayeron al suelo, pues Daliana los había hecho caer en un sueño profundo.

Los dejó ahí y se marchó.

Una vez salió de Fairytree, regresó a aquella choza en dónde creció. Estaba desolada, hecha un desastre y sucia. No tardó en ponerse a limpiar, y al terminar, sacó de una bolsa un pequeño cofre con las cenizas de su abuela. Permaneció largo rato sentado frente a él. Tras un largo silencio, por fin habló.

—¿Te gusta como ordené todo? —Acercó una de sus orejas al cofre—. ¿Lo ves? También limpié mis orejas. —Miró a su alrededor—. Creo que aquí estarás mucho mejor. —No tardó en dar un profundo suspiro—. Te prometí que no me metería en problemas, pero aquí estoy en uno. Por favor , no me odies como yo ya lo hago.

Se quedó sentada otro rato. Con los ojos cerrados, comenzó a recordar cada momento con su abuela. Se puso luego de pie y llevó las cenizas a un espacio que adornó con muchas flores.

Bajo el umbral, la miró por última vez, y con unas lágrimas deslizándose por sus mejillas, cerró la puerta.

Echó a andar hasta llegar finalmente a Glaðsheimr, el recinto de los dioses. Miró la enorme puerto y por un momento dudo de la decisión que había tomado. Tras un suspiro suave, tocó. Un hombre abrió y se hizo a un lado sin mencionar ninguna palabra. Tras ser conducida hacia el gran salón, observó que los pasillos gozaban de unas paredes decoradas con escenas de batallas y dioses.

Cuando entró al salón, el silencio reinó. La atención de los dioses fue para ella mientras caminaba n silencio hasta estar a unos pocos metros de Renoe, quien estaba sentado en su trono. Se puso de pie y bajó lentamente las escalinatas. Si expresión era bastante amenazadora, pero Daliana se mantuvo firme, sin flaquear.

—Por fin te has decidido venir, Seraf.

Daliana vaciló por un instante, pero luego volvió a tomar coraje.

—No soy quien dices, pero si poseo un vínculo con ella —dio a saber—. Me llamó Daliana Ytriagon, y soy una humana, hija de Serafina, y la única con parte de su poder.

Enseguida los ojos de Renoe se abrieron de par en par. Nunca se imaginó que una niña perteneciente a la raza humana, a quien creyó haber extinto, puedo sobrevivir, y más durante millones de años. Y mucho menos que posea los poderes de un dios. Quería respuestas. No sabía cómo reaccionar, y Daliana pudo notarlo.

—¡Puedo explicarlo todo! —continuó, mirando al resto de los dioses—. Incluso lo que hiciste. —Miró nuevamente a Renoe con tanta fuerza que hizo sembrar la curiosidad en los demás.

«¿Quién es en realidad esta niña?», se cuestionaron todos.

—¿Qué es lo que quieres? —preguntó por fin Renoe, un poco tenso ante lo que había dicho Daliana.

—Libera a mis hermanos y a Morrigan. A cambio yo…

—Niña tonta, ¿Crees que mi padre llegará a un acuerdo contigo para dejarte libre? —intervino Aruru.

Renoe la detuvo.

—Te escucho, Daliana Ytriagon, hija de Serafina.

—También quiero pedir otra cosa.

Daliana retomó la palabra. Expuso un acuerdo que generó controversia entre los presentes. Incluso los dioses que la defendían, no sabían que decir o hacer. Solo una levantó la voz. Rea, la soberana, salió entre la multitud y cuestionó a la niña. Pero al final no le quedó de otra que respetar su decisión al ver la expresión de su rostro.

—Trato hecho —aceptó el padre de los dioses.

Un movimiento de manos bastó para que trajeran a Gina, Darren y Morrigan. Los tres estaban atados de manos y pies con grilletes cubiertos de magia. Gina, al verla, intentó correr hacia ella, sin embargo, el poder de los grilletes hicieron que cayera al suelo.

—¡Daliana!, ¿Cómo fue que te capturaron? —Miró a Morrigan—. ¡Me aseguraste haberla mandado con Serafina!

—No le grites, hermana. Él no tuvo la culpa. Todo va a estar bien a partir de ahora.

Los grilletes enseguida te rompieron y Daliana le sonrió. Esa sonrisa tenía algo de alegría, algo de dolor y tristeza. Y sobre todo, aceptación.

Gina no se percató que Aruru se había acercado a su hermana, sino en el instante en que la tomó del cabello. Presenció aquel momento en que se preparaba para cortarle la garganta. Intentó levantarse, pero sus piernas no querían responder. Notó que estaban afectadas por un hechizo de Daliana. Buscó a Darren y Morrigan, pero ambos estaban en la misma situación.

Se volvió nuevamente hacia su hermana. La pequeña le sonreía con valor. Su rostro estaba tranquilo, todo su cuerpo rendido; aunque la verdad es que si estaba aterrada por dentro. Pero este era el precio que debía pagar para que sus seres queridos vivieran una vida tranquila. Cerró los ojos y se sintió agradecida por la vida que tuvo. También pidió disculpas por tantos problemas causados.

En el instante en que sintió el frío de la hoja en su cuello, solo pudo pensar en su abuela.

Sintió el dolor agudo del corte, hasta que ya no volvió a sentir nada.

—¡¡¡No!!! —El grito desgarrador de Gina resonó por todo el lugar.

Evangelio CarmesíWhere stories live. Discover now