Capítulo 11.

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Por alguna extraña razón, Daliana se encontraba en un lugar desconocido para ella, específicamente en un patio cubierto y con una abertura central por que donde creía que era para darle paso al agua de lluvia. Era una casa de una planta. El piso y las paredes estaban hechos con diferentes tipos de piedras preciosas, las puertas parecían estar hechas con perlas, y por todos lados habían ramas de palma adornando el lugar. No podía creer lo bello que era.

En cuanto dejó de apreciar lo bello que era todo, vagó por todo el lugar. Estaba bastante solo, cosa que le pareció un tanto aterrador. Tras acceder al vestíbulo de la vivienda, se topó con unos individuos reunidos alrededor de algo.

—Disculpen —Tocó el brazo de un hombre pero este ni se inmutó. Le habló, pero tampoco hubo una reacción—. ¿No pueden verme?

Cuando se acercó al centro para mirar lo que los otros veían, pudo notar que se trataba de una mujer, y esta gemía del dolor mientras alguien intentaba curarle un ojo que parecía haber sido perforado. Recordó entonces de quien se trataba. Un vago recuerdo vino a ella. Parecía haber visto a esa mujer ir a su casa una vez, y que la segunda vez que la vio, ella, junto a tres lobos, atacaban a su abuela.

En ese entonces vio entrar a un hombre bastante corpulento, barbado y con el ceño bastante fruncido. Enseguida tuvo miedo y se apartó del lugar.

Baldr, el dios que atendía a Aruru, dijo a Renoe:

—Aruru no volverá a ver por ese ojo —le confesó.

—¿Cómo demonios pasó esto? —le preguntó Renoe a su hija.

—Fue un Tulpa, padre —alegó esta—. He sido derrotada por una entidad que sólo los dioses podemos invocar. ¿Cómo es eso posible?

—Yo sentí dicha presencia y fue a ver de quién se trataba —habló Frey al acercarse—. Y es cierto, lo que invocó esa niña fue un tulpa. Es algo inexplicable.

El resto de los dioses comenzaron a murmurar, pero Renoe los detuvo.

—Por el momento, solo sepan que la profecía que habíamos olvidado a comenzado a cumplirse. —Justo en ese momento llegó Wannadi, el dios del sol—. Tú… eres un… Debería encerrarte como lo hice con Morrigan.

—Yo… —Wannadi mostró un cabizbajo.

—¿Buscas a quién culpar ahora, padre? —intervino Frey—. Sigues sin darte cuenta, ¿no es así?

—¿Ahora que insinúas, Frey, hijo de Njörðr?

—Que el único culpable aquí de todo esto eres tú. —Su mirada era desafiante. Había perdido por completo el miedo para encarar a su rey. Entonces comenzó a expresarse—. No sé como la niña obtuvo los poderes de un dios, pero si atacó a Aruru, fue por defensa propia. Era obvio que lo haría…

«¿Están hablando de mí? ¿Poder de un dios?», pensó Daliana mientras escuchaba de lejos.

»Una niña —continuaba Frey—, sin saber por qué razón, fue perseguida por una diosa con intenciones de matarla. Y cómo si fuera poco, esa diosa maldijo a su abuela.

«¿Qué? ¿Mi abuela?»

»La anciana morirá pronto. ¿Dónde está tu razonamiento, padre? ¿Crees que ese no es un motivo para querer tomar represalia en contra de los dioses? Si el Ragnarök, al que tanto temes inicia, será por culpa tuya.

—¡Ey! ¿Qué estás haciendo aquí? —Justo entonces alguien tocó el hombro de Daliana, ocasionando que esta pegara un brinco del susto.

—¿Serafina? —dijo al pasar el susto—. ¿Qué es este lugar? Ese hombre comentó algo acerca de la abuela; dice que morirá.

—Sí, tiene razón. —Le costaba tener que decírselo, pero tenía que saberlo—. Aruru maldijo a tu abuela y es muy probable que muera en una semana o dos.

—¿Qué? —los labios de Daliana comenzaron a temblar—. Dime que no es cierto.

—Lo siento mucho. —Miró a Daliana sollozando. Sentía mucha lástima por ella—. Ven aquí. —La abrazó—. Ya es momento de que despiertes.

Enseguida Daliana despertó de manera forzada. Agitada y con una expresión perpleja, no lograba identificar nada de aquella habitación. La perspectiva era diferente, las paredes y el piso eran de troncos pelados cubiertos con un revestimiento de barniz y la cama consistía de un bastidor de madera sosteniendo un simple saco relleno con paja.

Salió de la cama y miró por una pequeña ventana que daba hacia el exterior.

—¿Qué es este lugar? —se preguntó a sí misma mientras observaba un panorama similar a un campo.

—Veo que ya despertaste —dijo una mujer junto a la puerta.

Sin duda era una hada, pero ¿por qué estaba una con ella?

—Buenas… —dijo entonces, bastante desorientada—. ¿Dónde estoy?

—En Jötunheim, el país de los gigantes.

—¿Qué? ¿Gigantes? —susurró con una reacción retardada mientras miraba a su alrededor—. ¿Cómo es que llegué aquí?

—Un lobo te trajo aquí junto a otras dos elfas y un joven dragón.

Daliana la miraba confundida, aún no digería bien la situación. ¿Desde cuándo? O ¿Por qué se encontraba en ese lugar?

—Mi abuela… —habló luego de volver en sí —. ¿Ella también está aquí?

—Se encuentra almorzando en este momento. ¿Qué te parece si me acompañas? Estuviste siete días inconsciente. De seguro debes estar hambrienta. Además, ellos se alegraran mucho de ver que ya despertaste.

A continuación, salieron de la habitación tomadas de la mano. Al llegar a la mesa del comedor, Daliana se alegró bastante al ver a su abuela sana y salva. Había soñado algo muy triste sobre ella. Enseguida se lanzó a sus brazos y los besos que le dio estaban cargados de mucha alegría.

—Mi pequeña, despertaste muy contenta, ¿verdad? —indagó la abuela ante tanto cariño.

—Por supuesto que sí, abuela. Tuve un sueño horrible. Vi en él que muchos lobos te atacaban. Luego un grupo de dioses comentaban sobre una maldición que te echaron… —Sus labios comenzaron a temblar mientras una lágrima solitaria recorrió su mejilla—. Abuela… —gimió—. Fue horrible… Fue un sueño horrible.

Sentados en la mesa, los ojos de los demás comenzaron a aguarse.

—Daliana, hija, hay una cosa que quiero que sepas hoy. —Le sacó la silla que tenía al lado para que se sentara.

—¿Está seguro que es un buen momento? —preguntó un hombre que estaba sentado del otro lado de la mesa.

—Es mejor ahora que aún estoy con vida.

—Abuela, ¿quién es ese señor? —no tardó en preguntar. Él era un tanto fornido, con mandíbula definida y unos penetrantes ojos aguarapados. Sus orejas no eran puntiagudas. Si no era un elfo, ¿entonces qué?

—Ese hombre que ves ahí es Darren, y es tu hermano, Daliana.

—Como la abuela ya lo dijo, mi nombre es Darren Ytriagon. Y por increíble que parezca, Daliana, tú no eres una elfo. Tú y yo somos una especie que murió hace tiempo. “Humanos”, fue el nombre que nos dio la diosa Serafina al crearnos. —dijo sin mucho detalle—. Nosotros los humanos fuimos la única raza en este mundo la cual el Tarén no formaba parte de nosotros.

Darren veía la duda reflejada en el rostro de Daliana.

—¿Quiere decir que su falta de Tarén nunca fue una anomalía? —preguntó Arturo.

—Estás en lo correcto, joven dragón.

—Pero si no soy una elfa ¿Por qué mi apariencia es igual a la de ellos? —preguntó Daliana.

—Eso es debido a una pócima de transformación que te hemos dado durante años —confesó Gina, un tanto afectada por todo lo que tenia que enterarse su escolecita. Preferiría que nunca tuviera que enterarse, que nada con los dioses hubiera sucedido… que volvieran a tener una vida normal, sin estar huyendo—. Adoptaste la forma de los elfos gracias a esa pócima. Lo hicimos para protegerte. No queríamos que ellos te encontraran.

—Es verdad, lo hicimos para protegerte —agregó la abuela con pesar—. Cuando Darren te dejó con nosotras, juramos ayudarlo a protegerte de los dioses.

—¿Los dioses? ¿Ellos querían hacerme daño? —cuestionó la pequeña.

—¿Por qué no le cuentas lo que sucedió, Darren? —propuso la anciana.

Darren evocó los recuerdos de su memoria para narrar la historia de ellos.

—Todo sucedió cuando tenía más o menos tú edad…

Y así comenzó la historia de su pasado.

El pequeño Darren, de unos once años aproximadamente, se detuvo delante de un puesto de manzanas ubicada en una plaza del mercado. Ante sus ojos se apilaban las más rojas y tentadoras manzanas que podía haber visto en su vida.

«Ese niño lleva rato de pie frente al puesto y no ha comprado nada», pensó el vendedor —¡Ey, niño! —le gritó—. Si no vas a comprar, vete de aquí.

Darren levantó la mirada y lo miró con sus ojos aguarapados. Era evidente las intenciones que tenía. Tal vez ya era momento de hacer aquello por lo que vino a ese puesto. Escudriñó entre el despliegue de frutas y, finalmente, tomó un par y huyó hacia el flujo de peatones, buscando mezclarse entre ellos.

Corrió lo más que pudo hasta detenerse en frente de dos barriles, donde se agachó para esconderse. Al cabo de un momento observó como el vendedor lo buscaba por todos lados. En su rostro podía verse el enojo que lo arropaba. Darren buscó más cobertura entre los barriles y el hombre continuó calle abajo hasta que desapareció entre la multitud.

Darren echó un vistazo rápido y salió de su escondite. Pero al hacerlo, aquel vendedor, en compañía de otros dos, lo interceptaron y arrojaron al piso, buscando después darle una golpista por lo que hizo. Tras iniciar aquel acto salvaje en contra del niño, una voz femenina les ordenó que se detuvieran. El enfadado vendedor buscó con la mirada de donde provenía la voz, pero enseguida echó su cabeza al piso cuando se percató de quien se trataba.

—¿Qué creen que le hacen a ese niño? —preguntó entonces la mujer.

—Mi señora. —Se volvió a colocar de pie—. Este crio robó unas manzanas de mi puesto. Solo quiero darle una lección.

—Golpeándolo no lo adoctrinará.  Recuerden que los niños no son conscientes de lo bueno o lo malo. —El hombre trató de objetar, pero ella no se lo permitió—. Yo pagaré las manzanas que te ha tomado. Puedes irte y continuar con tus ventas. Yo me encargaré del niño.

—Está bien, señora mía. —Dio una reverencia—. ¡Larguémonos de aquí! ¡Ya no hay nada que ver! ¡Nuestra señora, Serafina, no necesita ser distraída! —dictó a todos en el lugar.

Después de esto, Serafina tiró de la mano de Darren. Salieron del mercado y pudo ver que su travieso amigo estaba muy callado.

—¿Qué ha sido todo eso, Darren? ¿Qué te he dicho de robar a los demás?

—Tenía hambre —balbuceó este sin mirarla a la cara.


—¡No me vengas con esa! Te he dicho miles de veces que si tienes hambre puedes ir a mi casa por comida. ¿O es que le tienes miedo a Morrigan?

—Por supuesto que no —mintió. Hubo una pausa—. Bueno… tal vez sí. Da mucho miedo.

Serafina se echó a reír y lo llevó hacia ella para despeinarlo.

—Vayamos a casa. Tengo algo que mostrarte.

Ya en casa de Serafina, Darren, con un trozo de tarta en la mano, buscó sentarse en una silla, pero en ese momento vio entrar a la diosa cargando algo entre sus brazos. Sin poder evitarlo, soltó la tarta y se acercó con curiosidad.

—Es una niña —dijo con tono alegre—. Es tan pálida como tú. Incluso tiene el mismo color de tu cabello.

—Sí, y también es tu hermana, Darren.

—¿Mi hermana?

—Siempre has anhelado una familia, ¿no? ¿Por qué no la cargas? —Con suavidad, él la tomó entre sus brazos. Aquella niña se veía bastante tierna mientras dormía—. Se llama Daliana. A partir de hoy sentirás el calor familiar que tanto has anhelado, Darren. 

Darren se sintió muy feliz. Desde que tiene uso de razón, su madre, una prostituta de la ciudad, lo dejó a su merced desde los cinco años. De modo que no tenía el cielo protector de un hogar, no tuvo de otra que deambular por las calles en unas condiciones desagradables, rodeado de moscas y teniendo que alimentarse de ratas, animales muertos y demás alimentos poco saludables para él sí quería sobrevivir.

Debido a las circunstancias en las que vivía, un día optó por comenzar a robar en las calles. Lo hacía como una forma de supervivencia; el cual aprendió a hacerlo con bastante sigilo. Su situación se mantuvo así hasta que, un día, cuando tenía diez años, fue descubierto robando en casa de serafina. Esta, al verlo, sintió bastante lastima por él, por lo que decidió acogerlo, recibiendo este algo de educación, una adecuada calidad de vida y alimentación más digna. Sin embargo, no se sentía para nada feliz, la veía a ella como una amiga y no como una figura paterna o materna.

Pero la llegada de aquella pequeña niña le daría un giro inesperado a su vida. La comenzó a ver como su mayor tesoro y su orgullo, pues no iba a permitir que ella pasara por lo que él pasó.

Los meses pasaron y Darren ya no ocasionaba problemas. Una vez a la semana visitaba junto a su hermana a un pequeño árbol situado en medio de una verde llanura. Aquel lugar estaba apartado un poco de la ciudad donde vivía y era el lugar perfecto para contarle historias a su hermana quien, muy calmada, y con los ojos bien abiertos, parecía prestar bastante atención a lo que le decía su hermano.

Una tarde, justo cuando comenzaba a apreciar el crepúsculo desde aquel árbol, Darren observó un comportamiento extraño a los alrededores. La brisa erizaba su piel y una bandada de pájaros volaba desesperadamente a algún lugar; como queriendo huir de algo. Y en medio de su desconcierto, oyó gritos de personas que provenían de la ciudad. Inesperadamente, una multitud de gente irrumpieron desde el bosque que dividía el lugar con la ciudad, buscando alguna ruta de escape. Darren sintió la sangre de sus venas helarse, haciendo que su reacción fuera tomar a su hermana y quedarse de pie, observando a la atemorizada multitud. Repentinamente aparecieron varios guerreros tras la gente, por el aspecto de sus armaduras, que era muy peculiar por ser de un color celeste, pudo darse cuenta que se trataban de guerreros del Valhalla. ¿Pero qué estaba pasando? ¿Por qué los guerreros del Valhalla atacaban su ciudad? Paralizado por la sorpresa, se quedó observando la masacre sin saber cómo actuar.

Tras volver en sí por un gemido de su hermana, Darren tomó la manta que usaba para acostarse en el pasto y lo amarró en su cuerpo, haciendo una especie de bolsa donde colocaría a Daliana. La aseguró muy bien a su pecho y, tomando coraje, corrió a la ciudad con esperanza de conseguir la protección por parte de Serafina.

Gracias a la destreza que tenía para escapar de sus perseguidores cuando lo descubrían robando, fue capaz de escabullirse por las calles de la ciudad sin ser detectado. Al poco tiempo atravesó una de las ventanas de la casa que conectaba con un callejón.

—No está aquí —se dijo. De vida no había ninguna señal en la casa. Tratando de calmar a su hermana, Darren buscó algo para alimentarla.

Consiguió después mover una mesa para obstruir la puerta. Recuperándose del susto, colocó a su hermana en la cama y se acostó a su lado, escuchando los gritos de agonía que provenían del exterior, rogando que todo pasara,  deseando que solo fuera un mal sueño. Allí permaneció por un momento, esperando que los soldados se fueran de la ciudad.

Finalmente, agudizó el oído y no escuchó ningún ruido. Abrió la puerta con cuidado y asomó la cabeza, buscando la presencia de algún soldado. No había ningún sonido extraño, ningún movimiento extraño, ni siquiera una sombra. Todo el lugar estaba calmo a pesar de ver algunas casas en llamas.

Tomando coraje nuevamente, se arriesgo a salir. El olor a sangre, llevado por la brisa, circulaba entre las pilas de cadáveres. Entre ellos estaba aquel vendedor de manzana de aquella vez. Su pueblo, en cuestión de minutos había sido extinguido. Apretó a su hermana contra el pecho y de la nada comenzó a llorar. ¿Por qué pasaba algo así? ¿Dónde estaría Serafina que no protegió a su pueblo? Pues… eso sería un enigma para él. Pero lo que necesitaba, más que todo, era un lugar donde fuese posible resguardarse.

Luego de haber caminado un rato, vio a una persona parada frente a él. Asustado, Darren pensó en huir, temiendo que fuera un enemigo. Aquella persona comenzó a andar hacía él, atemorizándolo más y haciendo que comenzara a correr, mas oyó pronunciar su nombre, así que se detuvo.

—¡Darren! —Volvió a escuchar, y reconoció la voz inmediatamente, así que se viró. Era Morrigan, el hermano de Serafina.

—¡Dios de la guerra! —gritó él—. ¿Tú has hecho esto? ¿Dónde está Serafina? —Aseguró muy bien a su hermana en el pecho, desconfiando del famosísimo Señor de la guerra—. Mataron a todo el mundo.

—No es así, Darren. No he sido yo. Esto es obra de mi padre. Él ya no quiere a los humanos viviendo.

—¿Dónde está Serafina?

—Ella consiguió huir y esconderse en otro mundo.

—¿Y ahora, Morrigan? ¿Qué será de mí y de mi hermana?

—Tenemos que partir. No podemos quedarnos más aquí o seremos blanco fácil. Si mi padre descubre que quedaron sobrevivientes, mandará a sus soldados de nuevo.

—Tiene razón, ¿pero a dónde iremos?

—Al mismo lugar donde envié a Serafina.

Los tres salieron de la ciudad, en busca de un lugar más tranquilo donde Morrigan pudiera abrir un portal hacia otro mundo. Extendió su mano, haciendo aparecer una esferas negras y chispas azules que se mezclaron hasta darle forma a una guadaña.

Todo iba bien con los preparativos. Morrigan levantó la guadaña sobre su cabeza para dar un corte en el aire, pero justo antes de eso, una lanza, de procedencia desconocida, atravesó su pecho.

—¡Morrigan! ¡Morrigan!

Un torrente de sangre llovió de la boca del dios y Darren no sabía que hacer.

—Debes irte —Ahogándose un poco con su sangre, comentó él. Con mucha rapidez, y sin darle tiempo de decir algo, hizo un corte en el aire y un portal hacia algún lugar se abrió—. Saluda a serafina por mí, ¿quieres? Y dile que lamento no poder acompañarla.

Entonces, sin previo aviso, un corpulento oso apareció ante ellos desde las sombras. Ambos quedaron pasmados al instante. No era un oso común y corriente; su espeso pelaje desprendía una fuerte energía con un efecto deshidratante en las plantas cercanas, sus ojos emitían un tenue brillo amarillo, y sus patas estaban cubiertas con el más vivo de todos los fuego.

Entonces Morrigan empujó a ambos hacia el portal, lanzando después su guadaña. Los ojos de Darren observaron como el dios era atravesado por tres lanzas más antes de cerrarse el portal. Fue la última visión que tuvo de él. Y mientras era transportado a algún lugar, abrazó fuertemente a su hermana, recordando aquellas voces de su pueblo, gritos y sonidos de destrucción.

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