Capítulo 12.

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Fue en un día de cacería que Gina Gastrell, siendo una joven elfa de catorce años, se ocultaba detrás de una roca. Entre líquenes y musgos miró a un conejo que bebía de un pozo. Este no sospechaba el guiño que le daría el destino. Era ya medio día y la suerte no estaba corriendo a favor de la muchacha. Si lograba capturar al animal, su frustración de casi siete horas desaparecería y su abuela no se desilusionaría por su incompetencia de intentar llevar algo de carne a casa, de lo contrario, estaba segura de que la obligaría a ir a trabajar a las minas; cosa que no quería que sucediera.

Se asomó despacio nuevamente. Tras un gran suspiro, tensó el arco y apuntó. «Date prisa, pero tómate tu tiempo», se dijo a sí misma. Solo se escuchaba el sonido de las ramas que bailaban en conjunto con la brisa. El conejo estaba tranquilo; parecía no haberse percatado de la presencia de ella aún. Cuando se disponía a disparar su flecha, se oyó un resonante sonido; como si de un trueno se tratara, asustando al pequeño animal que, como un rayo, desapareció de su vista, internándose más en el bosque.

—¡Maldición! —se lamentó.

Cuando intentó ir tras él, un suave llanto atrajo su atención. Se detuvo. Agudizó el oído y se percató que era el lloriqueo de un bebé, por lo que decidió ir a averiguar de dónde provenía. Olvidó a su presa y avanzó, siguiendo el sonido de aquellos gimoteos. Su reacción fue muy sorpresiva cuando se encontró con un niño tendido en el piso, y amarrado a su pecho estaba el bebé que lloraba, ambos iluminados por los rayos del sol que se filtraban a través de las hojas de los árboles.

A las pocas horas de haber sido recogido por Gina, Darren despertó bastante desorientado. Se preguntaba dónde estaba. Se miró el pecho y notó que su hermana no estaba ahí, por lo que salió de la hamaca con un brinco.

Entonces Gina apareció.

—Oye, ¿estás bien? —Indagó preocupada a que pudiera estar herido—. No eres de por aquí, ¿cierto?

—¿Dónde estoy? —contestó desorientado.

—En Mercatrya, el país de los elfos.

—¿Qué? ¿Elfos? —No se podía creer lo que acababa de escuchar—. ¿Cómo es que aún sigo aquí?

—«Está desconcertado» —pensó la joven. Se quedó de pie frente a él y lo observó por un momento—. Eso mismo quería preguntarte. Te encontré inconsciente en el bosque mientras cazaba, y la verdad es que, no me hubiera sentido bien conmigo misma si te dejaba allí tirado, así que te recogí y te traje a mi casa.

—¡Mi hermana!

—¿Qué?

—¿Dónde está mi hermana?

—Ah, ¿la bebé? Ella está bien. Está durmiendo en este momento. —Señaló hacia una canasta junto a la mesa

—Tengo que irme. —Caminó Darren hacia su hermana.

—¿Pero a dónde crees que vas? —Lo detuvo antes de que tomara la canasta.

—Necesitamos irnos. —insistió el niño—. Ellos vendrán por nosotros.

—¿Ellos? ¿Quiénes son ellos?

—¡Los dioses!

Enseguida el lugar fue invadido por un profundo silencio.

A continuación, una anciana entró a la choza.

—Ya volví, Gina.

—Bienvenida, abuela —respondió esta acercándose, pero solo recibió un gruñido de respuesta. La anciana no parecía alegre—. ¡Vamos, abuela! ¿No dirás nada?

—Saliste desde la madrugada a cazar y de seguro volviste sin nada —le reclamó con voz gruesa.

—Eso lo podemos hablar luego. Ocurrió algo muy extraño hoy. —Volteó la vista hacia Darren.

—¿Y ese niño?

—Lo hallé inconsciente en el bosque junto a esa bebé.

La abuela, preocupada, enseguida se le acercó.

—¿Cómo te llamas? —De inmediato su voz se hizo suave.

—Darren Ytriagon —contestó.

—Yo me llamo Machi. Y veo que ya conociste a Gina, mi nieta. —le dijo sin dejar de verlo. Sus ojos parpadearon inquietantes al notar algo particular en él. Era diferente a los elfos y demás razas, con orejas redondas en vez de ser ligeramente en punta, y sin ningún poder emanando de su cuerpo—. Disculpa mi curiosidad, pero ¿qué eres?

Darren pensó un poco y dijo:

—Un humano.

—¿Un humano? ¿Qué cosa es un humano? —preguntó Gina desde la mesa. Jugaba con Daliana quien había despertado.

—Tal vez tengas hambre ¿Te gustaría comer un poco? —Le sonrió Machi.

A Darren le pareció una anciana fiable, de buen trato, y no mostraba signos de tener malas intenciones, por eso aceptó su invitación.

—Por cierto, Darren, ¿de dónde eres?

—Mi pueblo se ubica en las planicies del oeste, cerca de la triple frontera entre Drakenfly, Mercatrya y Citrinia.

—¡Imposible! En esa planicie nunca ha existido algún pueblo. —objetó Gina—. Además, ¿cómo es que llegaste de tan lejos tú solo con esta bebé?

—Por supuesto que sí. Y ayer por la noche mi pueblo fue atacado por los guerreros del Valhalla.

Machi se sorprendió por eso y no tardó en curiosear; quería saber a que se estaba refiriendo.

El niño comenzó a contar a aquellas mujeres todo lo que había sucedido; cosa que para ellas les parecía extraño, pues nunca llegó la noticia de la destrucción de un pueblo, ni siquiera un estruendo se escuchó. La planicie de que hablaba el niño siempre ha sido eso, una planicie. Entonces… ¿Qué rayos estaba sucediendo? Se suponía que ellos debían estar con serafina.

Al poco rato, Darren creyó poder descifrarlo.

—Creo que ya comprendo mi situación —expresó.

—¿Enserio? —Gina le colocaba el dedo a Daliana para que esta se lo apretara—. ¡Es muy linda! Parece una escolecita.

—Morrigan dijo que nos traería a otro mundo con serafina. Pero aún seguimos en Gardenia. —Hubo una pausa—. Tal vez nos trajo a un mundo igual al nuestro, pero con una realidad diferente. Eso puede explicar el por qué nunca existió mi pueblo natal.

—Tal vez tengas razón —admitió Gina—. Eres diferente a nosotros, y de tu raza no hay ningún registro en los libros.

—Dijiste que el dios Morrigan los trajo hasta aquí, ¿no? —habló machi.

—Así es.

—Aunque solo es un mito —dijo mientras pasaba las páginas de un libro que sostenía en sus manos—, Aquí dice que el viaje entre mundos requiere de una herramienta mágica muy peculiar, una que solo un dios en específico puede poseer. El único dios que fue capaz de hacer eso fue Morrigan. Pero aquí dice que él, siendo un dios de la guerra, murió en una batalla contra los gigantes hace muchos eones. Solo él podía abrir portales a otra dimensión.

—¡Eso es falso! Fue el mismo Renoe quien lo asesinó.

—¿Por qué haría algo así? ¿Por qué matar a sus propios hijos? —Gina estaba bastante abismada.

—Aún no lo sé. —Su mirada se perdió por un momento en el suelo. Se preguntaba si conseguiría encontrar la respuesta a esa pregunta, o si tal vez lograría reunirse con Serafina de nuevo. No sabía si todo eso fuera posible. Por otro lado, Gina tuvo que fingir un carrasqueo para sacarlo de sus pensamientos.

—¿Ocurre algo? —indagó.

—¿Eh?... no, no es nada, solo pensaba en algo.

—¿Puedo preguntar?

—Pensaba en la guadaña de Morrigan. Recuerdo que la lanzó poco después de lanzarnos a nosotros por el portal. De seguro está en algún lugar de este mundo.

—¿Entonces planeas ir a buscarla?

—Sí… Creo que eso haré.

—¡Bien! Entonces parece que tenemos una misión juntos —contestó con alegría—. Mientras la buscamos, puedes quedarte con nosotras —agregó.

—No. Yo iré solo.

—Pero…

—Déjalo, Gina. Es él quien debe encontrar sus respuestas. Además, míralo, está muy decidido a hacerlo solo. No va a aceptar la ayuda de nadie.

—Muchas gracias, por todo, señora Machi —respondió Darren. La miró un momento antes de preguntar—. Si no es mucho pedir, ¿podría cuidar a mi hermana por mí? No quiero que los dioses la encuentren. Si salgo por ahí con ella, de seguro la pondría en peligro.

—Cuenta con eso —le contestó la anciana con benevolencia—. Pero antes quédate, por lo menos, a descansar unos días.

—Lo haré. —El niño sacó de su ropa un monedas—. Tómelas. Son para que cubrir las necesidades de mi hermana.

—Quédatelas —le sugirió esta—. No sabemos cuando tiempo te vaya a demorar encontrar esa guadaña. —Dio media vuelta y caminó hacia el arca donde guardaba la comida—. ¡Me imagino que sobre la mesa estará el conejo que me prometieron! —gritó desde aquel lugar.

—¡Rayos! Casi lo olvido —masculló la joven Gina.

—¿Qué sucede? —indagó Darren.

—Debía volver con algo de carne para la cena.

—¡Creo que alguien terminará trabajando en las minas con los enanos! —gritó de nuevo la abuela.

—¿¡Es en serio!? ¡Soy tu nieta! —sollozó.

—Yo no tengo la culpa de que seas tan incompetente. Si no cumples, puedes ir preparando los picos.

—¡Está bien, está bien! —contestó Gina indolente.

A continuación, Darren vio como la abuela le guiñó un ojo y no podía evitar sonreír. «Sin duda es un divertido ambiente familiar», pensó.

—Tranquila, yo te ayudaré —le dijo a Gina.

—¿Sabes cazar?

—En realidad no, pero tal vez pueda serte útil en algo.

—¡Bien! Entonces, ya es hora de irnos.

Darren asintió de manera emotiva y juntos salieron en caballo hacia el bosque que estaba a unos pocos metros de la aldea.

Cuando el día de emprender su aventura llegó, Darren abrazó fuertemente a su hermana, prometiéndole volver algún día. La abuela Machi le entregó algunas mudas de ropa y comida para el camino.

Se despidió muchas veces, haciéndoles creer al par de mujeres que no quería irse. Pero después de un momento, su silueta desapareció en el horizonte.

Al entrar nuevamente a la choza, la abuela Machi se encontró con las monedas que le había ofrecido Darren; incluso estaban las que ella les dio.

—Ese niño.

Después de marcharse, Darren no volvió sino hasta después de cuatro años. Anduvo viajando sin poder encontrar nada. Pero si descubrió una cosa. No estaba en un mundo diferente, sino que era el mismo; solo que miles de años más tarde, así que se lo hizo saber a Machi para que así no expusiera a Daliana ante los dioses. Y para protegerla, decidió estudiar las prácticas de los licántropos conocidos cómo Varulv. Esto le tomó cuatro años más; cuatro años que olvidó que transcurrían y Daliana crecía.

—Perdóname por dejarte sola todos estos años.

Daliana no puedo evitar sentirse incomoda al ver la lágrima que corría por la cara de su supuesto hermano. ¿Estaría diciendo la verdad? Mira a su abuela y esta le asintió, haciéndole saber que todo era cierto. No sabía que hacer o decir. Le entristecía saber que, todo este tiempo, su familia no era su familia real. Le decepcionaba saber que vivió engañada todos estos años.

—Así que sabían perfectamente como me sentía por ser diferente del resto y nunca se molestaron en decirme esto. Sabían perfectamente y nunca me comentaron nada. —Producidas en respuesta a una fuerte emoción, pequeñas lagrimas comenzaron a brotar de sus ojos—. Me veían sufrir por no tener Tarén y dejaron que continuara haciéndolo. Solo me daban falsas esperanzas. Si no fuera por ese libro, seguiría siendo la niña inútil y rara de siempre. ¡Si no fuera por ese libro..! —Su voz comenzó a tener un súbito de enojo y frustración—. ¡¡¡Si no fuera por ese estúpido libro, seguiría siendo la Daliana que viviría una vida feliz con su familia!!! Una vida donde no tendría que estar huyendo de nadie; una donde mi abuela no tendría que morir por culpa de una maldición. —Con sus manos comenzó a secarse las lágrimas—. ¿Hay algo más que tenga que saber? —preguntó en su sollozo.

—Escolecita, verás, ellos estaban tras de ti desde un principio. Si sabían que estabas aquí, de seguro tú… —Gina no pudo continuar por el pesar de ser.

—¿Estás bien? —indagó Machi con la esperanza de que su nieta le respondiera, ya que estaba muy pensativa y no dijo más nada.

—Sí. —Sus labios temblaron.

—Sabes que, a pesar de todo esto, aún sigues siendo mi nieta. Y sigues siendo hermana de Gina; eso no va a cambiar

Daliana abrió la boca para decir algo, pero luego se detuvo. Se levantó y después dijo:

—Solo quiero dormir, ¿está bien?

—Sí, está bien. —Antes de irse, pudo escuchar un gimoteo proveniente de su boca—. Todo estará mejor cuando despiertes. Ya verás, hija mía.  Lo prometo.

Pero durante dos días, Daliana manifestó una elevada inhibición emocional y afectiva hacia todos. No quiso hablar más sobre el tema e incluso evitó el consuelo de su hermana y abuela.

Evangelio CarmesíWhere stories live. Discover now