Capítulo 21.

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Sin saber que hacer o a dónde ir, Iris y Arturo tomaron asiento en uno de los muchos bancos de la plaza mientras que Brisa y Daliana continuaban andando por los alrededores.

—Todos ellos… son diferentes a nosotros —comentó Iris al fijarse de las miradas curiosas que recibían.

—Son humanos —le dijo Daliana al llegar. Enseguida le ofreció cuidadosamente una bebida.

—¿Humanos? —Arturo no lograba comprender—. ¿Quieres decir que estamos en otra época?

—No estoy segura. —Dio un sorbo a su bebida—, pero está cosa sabe demasiado rico.

—¿Qué están bebiendo? Denme un poco —pidió el chico al notar que era el único que no disfrutaba aquella bebida.

—Se llama chicha —contestó Brisa—. Y no. Esa señora de allá las vende. Ya pagamos la tuya, así que ve tú por ella.

Daliana asintió.

Arturo se enrojeció de la irritación, mas no tardó en ir por la suya lo más rápido posible.

—¿Y qué son los humanos? —quiso saber Iris.

—Los humanos son una raza que se extinguió hace mucho tiempo —explicó Daliana.

—¿En serio? En mis clases de civilizaciones perdidas nunca me hablaron de ellos.

—Es porque los dioses hicieron olvidar todo referente a ellos —respondió Brisa.

—¿Por qué los dioses harían algo así? —La miró confundida.

—Porque fue el mismo Renoe quien acabó con todos ellos —dijo Daliana por fin.

—¡Qué horrible!

—Lo fue. Mi hermano Darren y yo somos los últimos de nuestra raza… Bueno, éramos.

Las tres continuaban charlando justo antes de que una voz atrajera la atención de Daliana. Era una voz baja, casi como un susurró. Un poco asustada, empuñó la guadaña. Miró de un lado a otro en busca de peligro, mas no había nada fuera de lo común. Durante unos segundos se mantuvo alerta. Fue cuando, en un parpadeo, notó que el viento ya no movía las hojas de los árboles, los pájaros estaban quietos en el aire y las personas ya no se movían. Todo a su en torno, a excepción de ella y sus amigos, se había congelado.

—Eh… ¿Chicas? —les interrumpió—. Algo muy raro está pasando aquí.

Permanecieron paradas, sin saber con exactitud lo que estaba ocurriendo. ¿Acaso los dioses consiguieron seguirlos?

—¡Oye, pequeña!

Inesperadamente, un hombre apareció ante ellas y colocó su mano sobre el hombro de Brisa. Esta brincó del susto e hizo que este se fuera de cabeza al suelo gracias a un hechizo paralizante que usó.

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—¿Está muerto? —Arturo tocaba al inconsciente hombre con una vara.

Se quedaron rato mirándolo, esperando que despertara. Al principio, ellos no conseguían identificar si se trataba de un humano o un animal, ya que se destacaba por poseer unas enormes alas, como de ave, pegadas a su espalda. ¿Qué era él? Nunca antes habían visto algo parecido en sus vidas.

—¡No puede ser, Miguel! Me haces venir de Arabia solo para levantar tu emplumado trasero—Alguien más llegó al lugar. Se trataba de una mujer—. Y te haces llamar Serafín. Debería degradarte a Querubín.

Enseguida los demás se pusieron alerta y dirigieron sus armas hacia ella. Sin embargo, esta caminó hacia ellos sin mostrar señales de espanto o amenaza. Se detuvo al llegar junto al hombre que yacía en el suelo. Tras pasar su mano lentamente sobre el rostro de él, este pudo despertar.

Daliana y los demás no le quitaba los ojos de encima. Teniéndola en frente, buscaron observar mejor su apariencia. Pero no les iba a resultar tan fácil como pensaron. El cuerpo de la mujer estaba envuelto por una gran túnica que le llegaba hasta los pies, y un turbante que le cubría todo el rostro, dejando a la vista solo unos intensos ojos rojos que no se desviaban de los ojos de Daliana.

—¿Quién eres? —indagó Daliana.

La mujer no respondió. Se colocó en pie y comenzó a descubrirse el rostro. A medida que lo hacía, Daliana sintió una sensación extraña. Aquella era una mujer de belleza exótica; también pálida como ella y de una increíble cabellera roja. Se aproximó hasta la niña. Estaba tan cerca que casi sus narices se tocaron.

—Eres Serafina, ¿verdad? —preguntó enseguida Daliana.

La mujer extendió la mano y le acarició con ternura la mejilla.

—Yo soy —le dijo—. Bienvenida a casa, hija mía.

Evangelio CarmesíWhere stories live. Discover now