Capítulo 4.

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—¿Qué pasa? ¿Olvidaste cómo saludar a tus mayores? —Estremeciéndose un poco por el frío, preguntó Machi.

El lobo realizó una reverencia, luego se acercó y la rodeó para que su pelaje le proporcionara algo de calor.

—Me alegra verla —habló él con una voz rústica—. Los años no parecen desfavorecerla.

—Apenas puedo andar con este cuerpo decrépito, ¿y dices que no me desfavorece? —rió ella—. Ya no soy tan fuerte como antes.

Aquel lobo, al que la abuela se refirió a él como Darren Ytriagon, también sonrió antes de preguntar.

—¿Y bien? Dígame, ¿para qué pidió que viniera?

La anciana dio un suspiro antes de responder.

—Es posible que ellos ya sepan de Daliana.

El lobo se pasmó casi de inmediato.

—¿Ellos? ¿Te refieres a..? ¿Cómo fue que sucedió?

—No tengo ni la más remota idea. Vinieron ayer preguntando por ella. Y hoy alguien le dio esto. —Le mostró la turmalina negra que le había quitado a Daliana. Darren acercó el hocico y la olfateó—. ¿Qué haremos ahora?

—¡Devuélvasela!

—¿¡Qué!?

—Devuélvale la piedra a Daliana. —Su voz se escuchaba un tanto alterada—. Esta turmalina posee un hechizo de ocultamiento. También posee la esencia de Morrigan. Después de todos estos años, sigue con vida. —Con prisa, le dio la espalda a la anciana.

—¿A dónde irás?

—Necesito encontrarlo.

—¡Espera! —lo detuvo—. Daliana está en peligro, ¿verdad?

—Me aseguraré de que no lo esté. Vaya, dele la piedra y garantice de que la lleve siempre consigo —pidió antes de correr y desaparecer en la oscuridad de la sabana.

La anciana mantuvo su vista fija en el horizonte. «Estaré rezando para que el día que más temes nunca llegue, Darren. Tú y tu hermana han pasado por mucho. Eres un buen hermano. Espero que sigas protegiéndola el día que yo abandone este mundo», pensó mientras sollozaba en silencio.

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Sentados en la mesa del Valhalla, Renoe y Aruru aguardaban el regreso de Morrigan.

—¿Por qué aún no llega? —preguntó Renoe sin apartar la mirada de la puerta.

—Tenga calma, padre. Ya debe estar por llegar.

—Solo espero que no haya huido.

—Imposible, padre. Yo misma realicé un hechizo de control mental. Aunque se haya liberado de él al final, le aseguro que ha cumplido lo encomendado.

En ese momento, la puerta se abrió y Morrigan apareció hasta detenerse frente a ellos. Con la ropa ensangrentada y mechones de cabello rojo en sus manos, informó que había cumplido con éxito lo solicitado, y no tardó en pedir su libertad absoluta. Sin embargo, el padre de todos no estaba del todo convencido. Hizo llamar a Wannadi, el dios del sol, y este, al entrar, provocó que Morrigan se sintiera bastante inquieto. Bien sabía que Wannadi podía ser testigo de todo acto acontecido en el mundo mientras el sol esté por encima de todos. Además, era muy débil con su lengua; todo lo que veía se le escapaba. Efectivamente era un completo chismoso.

Renoe le preguntó a Wannadi para validar la declaración de Morrigan. Este, antes de contestar, observó al antiguo dios y se percató que estaba muy tenso, asustado, viendo al piso y en silencio, como maquinando algún plan de escape. Miró de nuevo a su padre y declaró que no había de que preocuparse, que toda mujer y niña de cabellos rojos había muerto, haciendo que Morrigan suspirara aliviado. Entonces Renoe le creyó. Dio por cumplido la encomienda y le otorgó a Morrigan su libertad.

Ambos dioses dieron media vuelta y salieron del lugar. Caminaron juntos y en silencio por los pasillos de Vingólf, pero tras no aguantar su curiosidad, Morrigan por fin preguntó:

—¿Por qué le mentiste? —Lo miró desconfiado.

—Quiero ayudar.

—¿Por qué aceptaría la ayuda de unos de los míos?

El dios del sol dio un suspiro al aire, intentando hallar un alivio al peso que llevaba en el alma.

—Porque, al igual que tú, yo también sé lo que ocurrió aquel día —manifestó el dios del sol.

—¿De qué rayos hablas?

—De lo que le hicieron a Serafina y los suyos. —Ambos se detuvieron junto a una fuente—. Lo recuerdo, Morrigan, recuerdo todo. Él pudo haber hecho que olvidemos lo que le hizo a Serafina, pero el sol nunca olvida.

Morrigan cerró los ojos por un momento. No encontraba forma de ocultar aquella ola de tristeza que lo invadía al recordarla.

—Sus rasgos son idénticos a los de ella. —Miró a su hermano a los ojos—. No entiendo como es posible, pero esa niña tiene la esencia de mi hermana. No piensa dejar que le hagan daño.

—¿Y cuál es tu plan? —le preguntó a Morrigan.

Morrigan no sabía que pensar. Nunca se imaginó que uno de los hijos más fieles de Renoe se colocaría en su contra. Pero lo cierto era que Wannadi aborrecía la actitud de su padre y de algunos de sus hermanos, lo falso que podían llegar a ser al parecer más justos de lo que realmente eran. Él conocía perfectamente los deseos más profundos de cada uno, sus odios, sus amores y, sobre todo, aquello de lo que eran capaces.

A Wannadi le aterraba un poco tener que engañar a su padre, pero mientras él continuara tomando acciones injustas en contra de inocentes, iba a ceder su lealtad a Morrigan, al menos en lo que fuese útil.

—Mi plan es derrocar a nuestro padre. Exponerlo y hacerlo pagar por lo que hizo.

La idea descabellada de Morrigan alertó a Wannadi.

—¿Cómo así? ¿Quieres iniciar una rebelión?

—Exactamente.

—Estás loco, Morrigan. Sabes bien que Cronos, Baldr, Odín y Aruru son los más fuertes y fieles a nuestro padre. Una rebelión en su contra es arriesgada. Seremos dos contra todos. ¿Cómo piensas llevarla a cabo?

—Supongo que tienes razón. —Lo pensó un momento—. ¿Y si no somos solo dos? —Wannadi, confundido, movió la cabeza a un lado, buscando entender a su hermano—. Puedo pedirte un favor.

—¿Cómo negarme? —aceptó sin vacilar—. Sólo espero que no sea nada precipitado.

—Difunde la información de que  masacré sin piedad a todas esas mujeres y niñas siguiendo la estricta orden de nuestro padre a todos nuestros hermanos. De seguro habrá alguno que no tomará la información como una buena noticia. Los que lleguen a hacerlo, esos serán los que convenceremos para que se unan a nuestra causa. —Su voz sostenía una inflexible determinación que Wannadi se sintió tan confiado como nunca. La esperanza de un mundo libre de crueldad germinó en ambos al igual que una semilla germina en la tierra.

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Al pasar un día, Rea, la soberana, se preguntaba qué demonios sucedía dentro del Valhalla. Estaba a punto de irse a la cama cuando oyó fuertes ruidos provenientes de este.

Cuando decidió ir a averiguar, observó a su hermano Frey salir del salón. Estaba bastante molesto por algo; cosa poco común en él. ¿Qué habrá sucedido?, se preguntó. Se disponía a pisarle los talones cuando agudizó el oído hacía unos murmullos provenientes del salón. Caminó hasta las grandes puertas de cedro negro por la que Frey acababa de salir y se vio envuelta en una no deseada conversación.

—Díganme que no es cierto lo que acabo de escuchar —rugió Rea, sumida en sus dudas.

La plática acabó de pronto. Al otro lado, completamente pasmado al darse cuenta que los observaban, estaban Renoe, Aruru y Wannadi.

—¿Cómo osas invadir nuestra conversación? —dando un salto de asombro, retrucó Renoe.

—Eres un miserable asesino —le inculpó, llorando de la ira. Miró al resto y después volvió a escrutar la mirada en su padre—. Quiero saber el motivo, padre. ¿¡Por qué esas inocentes tuvieron que morir!?

Durante unos segundos, nadie dijo nada. Hasta que Wannadi se acercó y le tocó el hombro para intentar consolarla.

—Déjame, Wannadi —pidió con frialdad, apartando la mano de su hombro. Dio una última y furiosa mirada a su padre y a Aruru. Se dio entonces la vuelta. —A partir de hoy, no viviré más aquí—. Declaró antes de caminar a la salida, envuelta en una gran decepción y con la mirada sombría. El silencio de su padre le bastó para confirmar todo.

—¿Y a dónde piensas ir?

—Eso no es de tu incumbencia.  Cualquier lugar es mejor que vivir al lado de asesinos.

Ese día, Rea, en compañía de su hermano Frey, abandonó Glaðsheimr. Respetando su juramento con Morrigan, Wannadi, desde el cielo, miró muy entristecido la partida de sus hermanos. Se habían ido de Glaðsheimr sin nada ni nadie que los ayudase. Wannadi solo pensaba en el terrible remordimiento que le carcomía el alma. Mas las circunstancias eran un tanto complicadas; estaba jugando un papel muy importante en el plan de Morrigan que le obligaba a actuar por el bien de todos.

Evangelio CarmesíWhere stories live. Discover now