Capítulo 17.

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Un viaje al inframundo
Durante tres días, Daliana pasó la mayoría del tiempo encerrada en su habitación, llorando cada vez que a su mente venían las memorias de su abuela.

Una tarde, antes de que él sol se ocultara, escuchó una voz replicando en su cabeza:

—¿Por qué estás tan triste, Daliana? ¿Cuál es el motivo de tus lamentos?

—¿Ves todo a través de mi ojo y aún así preguntas? —le respondió sin nada de decoro.

—Después de haber usado todo tu taren para crear un vínculo más sólido con el Tulpa, mi presencia en tu ojo se desvaneció por unos días, así que no es porque quise.

—Al final… mi abuela terminó muriendo —declaró la niña sin más.

—Lo lamento mucho.

—No te preocupes. —Se desparramó en la cama.

Serafina notó lo muy afligida que se veía Daliana.

—Bueno, de seguro tiene mucha comodidad en Helheim —dijo, buscando hacerla sentir mejor.

—¿¡El inframundo!? —Se levantó sobresaltada hasta quedar sentada—. ¿Cómo es posible? Creí que los buenos iban al Valhalla o a Fólkvangr.

—Los que mueren por vejez o enfermedad, no. Al Valhalla o a Fólkvangr sólo van los caídos en batalla.

—Pero Helheim es un lugar para criminales.

—En pocas palabras, en el Helheim existente áreas especiales para los que no lo son.

—No, no, no. —Daliana se puso de pie y caminó de un lado a otro mientras pensaba—. Mi abuela no puede estar en un lugar donde también hay criminales.

—Pero…

—Tú sabes como llegar hasta allí, ¿verdad? Guíame —le pidió con seriedad.

—¿Acaso estás loca? —replicó enseguida Serafina. Por la manera en que lo dijo, era visible el temor en ella—. ¿Qué piensas hacer allá?

—¿No es evidente? Sacar a mi abuela, desde luego. —Su rostro mostraba determinación.

—Daliana, tu abuela no lo debe estar pasando mal en Helheim. Las almas de los seres que fueron buenos en vida, son bien tratados por su reina, Hela, y sus sirvientas.

—Necesito comprobar que ella está en ese lugar seguro que dices.

—No estás hablando en serio, ¿verdad? Ese es un lugar del que no se puede salir una vez se ingresa, ni los dioses pueden hacerlo.

Pero el silencio y la mirada seria de Daliana le bastó para saber que no bromeaba en nada. Suspiró profundamente y aceptó, no sin antes advertirle que debía respetar sus instrucciones una vez bajaran al oscuro lugar.

En ese momento, Dante, el pequeño hurón de Morgana entró y se subió al hombro de la Daliana para jugar con su cabello.

—Hola, Dante —lo saludó con mucho cariño, cargándolo y tratándolo como a un bebé—. Darren habrá encerrado a todos los caballos en un establo, pero tú me vas a llevar a Helheim, ¿verdad que sí? —Tomó el gruñido del hurón como un “Sí”—. Menos mal que la profesora Morgana me lo dejó por unas semanas.

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Una vez llegó la noche, Beatriz se aseguró de que todo en la choza estuviera en orden. Arturo y Daliana dormían, de Gina no sabía nada porque no salía de su habitación, y Darren no estaba en casa. Finalizó su faena con una barrida al piso y una lavada a los corotos, así que ya era momento de dormir. Cuando fue a asegurar la puerta con llave, vio a Darren afuera, sentado en un tronco mientras miraba pensativo las estrellas.

—Bonita noche, ¿no? —comentó mientras se sentaba a su lado.

—¿No deberías estar dormida? —preguntó este sin apartar la vista del cielo.

—Eso mismo te pregunto yo a ti. —Enseguida el frío comenzó a ocasionarle un hormigueo en sus manos. Volteó a ver a Darren y él se veía muy tranquilo—. No pareces muy afectado por el frío.

—Puedo soportarlo gracias al cinturón de Varulv que tengo. —Tomó la mano de Bea y se la llevó a su marcado pecho.

Ella sintió como su mano volvía a tomar algo de calor. A pesar de tener el torso descubierto, Darren estaba tibio. Luego él bajó la mirada y buscó un contacto visual con ella. Fue bastante breve, pero le bastó a Beatriz para que sus mejillas se ruborizaran y la piel se le pusiera sensible. Se percató entonces del fuerte latido de su corazón, apartó rápidamente la mano y dirigió su mirada a las estrellas, creando un silencio incómodo por un rato.

—Por cierto —dijo para persuadir el momento incomodo—, últimamente has estado muy afligido. ¿Te sucede algo? ¿Es por lo de la abuela Machi? —Él le echó una mirada corta y volvió a ver las estrellas. Eso incomodó mucho más a la joven hada—. No te preocupes, entiendo si no quieres hablar de eso.

—Creo que Daliana me odia —respondió al fin. Su voz estaba quebrada.

—¿Cómo puedes decir eso?

Darren inhaló profundamente antes de responder.

—Traté de reprenderla el día en que murió la abuela Machi, pero me respondió de manera ofensiva. No quiso escucharme y alegó que la abandoné intencionalmente hace doce años.

—Ya veo. Es normal que los niños de su edad se comporten de manera rebelde. Pero creo que no debiste reprenderla, no ese día. De seguro deseaba una felicitación por el esfuerzo que hizo por salvar a su abuela, pero a cambio recibió un regaño.

—¿Esfuerzo dices? Se colocó a ella y a esos niños en peligro. No fue sensata y se comportó de manera imprudente.

—El deseo de salvar a la persona que amas te puede llevar a hacer muchas cosas sin pensar. —La voz de Bea era muy serena—. Tal vez aún quiera que reconozcan su esfuerzo. ¿Por qué no vas con ella y te disculpas?

—¿Disculparme? —preguntó él despacio. Ella le asintió—. No creo poder hacerlo. Ni siquiera me dirige la palabra.

—No te escuchará al menos que lo intestes. Es tu hermana, y necesita, ahora más que nunca, el apoyo de su hermanos. Gina está indisponible, así que sólo quedas tú.

Darren lo meditó y aceptó, asegurándole que hablaría con ella por la mañana.

Al llegar esta, Beatriz atravesó la puerta que conducía a la habitación de Daliana.

—Ya es hora de despertar, pequeña Dalia. —Pero no hubo respuesta. la cama estaba vacía, solo una pequeña nota reposaba sobre ella. La leyó, y lo que había escrito hizo que se preocupara. “Me iré por unos días a corroborar algunas cosas sobre mi abuela. Vuelvo pronto”, decía—. ¡Darren! ¡Gina! —llamó entonces.

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A lomos del pequeño hurón transformado en una bestia del tamaño de un caballo, Daliana llegó a una tierra lejana, un lugar conocido como Páramo negro, lugar donde se encontraba una de las puertas hacia Helheim.

—Esto si da miedo —confesó Daliana al bajar de Dante, notando el ambiente inhóspito, árido y sin vida.

Una vez en tierra, una luz comenzó a salir de su ojo izquierdo, materializándose la figura de la pequeña Serafina como un espíritu entre los destellos.

—Toma mi mano y sígueme —fue lo único que dijo Serafina.

Daliana canceló el hechizo del hurón y este se subió a sus hombros, luego se dirigieron hasta una zona donde estaba la entrada de una cueva en medio de la nada.

—¿Es esta la entrada al inframundo?

—Claro que no. Esta es la entrada al Tártaro, el lugar donde las almas son juzgadas y los malvados castigados. —Enseguida se percató de la cara de miedo que tenía Daliana—. Pero tranquila. No te pasará nada mientras sostengas mi mano.

Bajaron hacia la mazmorra y dentro se toparon con muchas criaturas siendo torturados por sanguinarios seres horripilantes. Era el escenario más terrorífico que pudo haber visto Daliana en su vida. Estos seres, con crueldad, colocaban a varias víctima dentro de un tonel que tenía el fondo cerrado, y dentro arrojaban orines, estiércol y agua podrida. En otro lugar apreció como metían a dos elfas en el interior de una estatua de bronce con forma de vaca, la cual colocaron encima de una hoguera, haciendo que la temperatura del interior de la vaca aumentara. Los gritos de desesperación de aquellas mujeres, quemándose, salían por la boca de la vaca como si estuviese mugiendo. Y mientras más caminaban, las torturas se iban tornando cada vez más aterradoras. Mutilaciones, hombres siendo castrados, ahogamientos, cabezas perforadas. No soportó más ver esas imágenes que su estómago devolvió lo poco que tenía en su interior. Continuaron avanzando sin ser vistas por los verdugos; algún hechizo de ocultamiento habrá realizado Serafina para pasar desapercibidas, y era algo de lo que estaba muy agradecida Daliana, pues era ese un lugar muy peligroso.

Tras seguir por un lugar mucho más tranquilo, escuchó a lo lejos una voz masculina que pronunciaba su nombre. Esta era tan baja que apenas se lograba entender. Daliana se detuvo y comenzó a buscar con la mirada hacia todas las direcciones, pero no vio a nadie. «Tal vez son cosas mías», fue lo que pensó.

—¿También lo escuchaste? —le preguntó Serafina.

—¿Te refieras a la voz?

—Exacto. Es la voz de mi hermano Morrigan.

—¿El señor Morrigan está aquí?

—Es lo más probable. Pero debemos continuar, mi hechizo de ocultamiento no durará mucho.

Continuaron y Daliana estudió con detalle cada formación rocosa del lugar, los túneles, caminos estrechos y cubículos de tortura. Estuvo callada hasta que por fin preguntó.

—¿Cómo es que capturan a los que entran? No veo seguridad en la entrada, y entrar fue muy fácil, Me imagino que salir lo es también.

—No subestimes a la reina de este lugar. Ella es muy audaz haciendo trampas, así que ten cuidado. Y ya te lo dije: esto, sin duda, es una mala idea. Aún hay tiempo para volver. Sabes que…

—Lo sé —le interrumpió—. Pero creo saber cómo salir si nos encierran aquí.

Sin riesgo alguno lograron llegar hasta la parte más oscura y lúgubre del lugar. Tras incrementar la potencia del hechizo de luz que usaban para alumbrar el camino, un sabueso monstruoso las recibió obstruyendo la entrada a Helheim. Se mostró ladrando y enseñando sus dientes durante un largo rato.

—¡Garm, Etachimak! —le gritó Serafina—. ¡Hela enetkpeda künonkak!

El animal la obedeció y se movió hacia un lado. A continuación tuvieron que caminar por un camino de piedra flotando sobre un abismo oscuro, gélido y lleno de bruma. Este era un lugar un poco más tranquilo y menos ruidoso. Al llegar a la parte central de Helheim, pudieron ver a su reina sentada en su trono junto a sus sirvientas.

—Ella es Hela, la reina de todo Helheim —aseguró Serafina.

La mujer tenía un aspecto físico horrible. Este estaba dividido a la mitad; una de ellas era una mitad hermosa, con ojos radiantes, piel de porcelana y un cabello que brillaba como el oro. La otra mitad era similar a la de un cadáver en descomposición que segregaba un olor putrefacto bastante intolerable.

—Cometieron un grave error al entrar aquí, Serafina —anunció Hela.

—¡Vaya!, veo que sabes quien soy.

—Al igual que el dios del sol, el hechizo que ejecutó tu padre para borrarte de sus memorias, no tuvo efecto en mí.

—Ya veo. —Serafina observó detenidamente los alrededores—. Las cosas aquí abajo siguen siendo iguales.

—¿A qué has venido, Serafina? —preguntó Hela—. Esa niña parece ser una humana. Tengo a todos los de su especie aquí conmigo.

—Siempre sin rodeos. Típico de ti, hija de Loki.

Serafina le explicó todo a Hela sin saltarse ningún detalle, suplicándole después una oportunidad para ver a la abuela Machi y así corroborar que se encontraba bien.

—¿Han venido hasta aquí solo para eso?

—Así es.

—¡Ey, tú, niña! —se refirió a Daliana—. Has de tener bastante coraje como para cometer tal locura.

—Soy consciente de eso —le contestó.

Entonces Hela mandó a una de sus sirvientas a por el alma de la abuela. Y apenas la tuvo en frente, Daliana se le lanzó encima, abrazándola y besándola con todo el amor que tenía.

—Dime, abuela, ¿te están tratando bien en este lugar? No te están torturando, ¿verdad? —Se tumbó en el piso. Arrodillada, sostenía la camisola mientras dejaba salir, sin control, un mar de lagrimas—. Gina y yo te lloramos mucho… Yo ya no creo tener esperanzas en nada. Yo… yo no pude hacer nada para salvarte. Fui una inútil.

De la boca de la abuela no salió palabra alguna. Daliana alzó la mirada y se encontró con una mirada fija que parecía no tener vida, una mirada inexpresiva y sin calidez. Sus ojos no poseían el mismo brillo de antes. Los sentimientos parecían haber abandonado aquella alma.

—Abuela, dime algo, respóndeme. —Continuó llorando—. ¿¡Por qué no responde!? —le gritó a Hela—. ¿¡Qué le hicieron a mi abuela!?

—Debido a la forma en la que murió tu abuela, tuvimos que despojar su alma de todos sus recuerdos, buenos y malos. Ella ya no sabes quien eres, pero te puedo asegurar, niña, que en este lugar no se le hace tortura alguna. —Daliana la miró colerizada—. Ey, no me mires así. Querías asegurarte de que tu abuela estaba bien y lo está, así que despídete de ella y regresa por donde viniste. Estoy siendo considerada porque Serafina me lo pidió.

Pero la mirada de Daliana no cambiaba por nada.

—Devuélvele sus recuerdos —le exigió.

—Ya para, Daliana. Ya tienes lo que querías. Vámonos de aquí cuanto antes —suplicó Serafina

—¡No me iré hasta que esa maldita le devuelva los recuerdos a mi abuela!

Evidentemente, Hela no se tomó muy bien la actitud de Daliana. Hizo salir a espalda de la pequeña una silla y, amablemente, la convidó a sentarse para hablar. Aún con la mirada seria, esta se sentó, inconsciente de que Hela escondía una trampa en ella. Tan pronto como se sentó, se enroscaron serpientes negras en torno a sus manos y pies, atrapándola fuertemente para que no huyera.

—Debimos habernos ido —tartamudeó Serafina al mismo tiempo que volvía en forma de esferas de luz al ojo de Daliana—. Si puedes, busca a Morrigan. Él sabrá como sacarte de aquí —alcanzó a decir antes de desaparecer en su totalidad.

Abrumada, Daliana comenzó a luchar para liberarse, pero las serpientes solo apretaban más. Hela se dirigió hacia ella y soltó una carcajada.

—¿Dónde quedó esa actitud desafiante de hace un momento?

—Por favor, déjeme ir —suplicó desesperada.

—Lo siento, niña, pero ahora eres mía.

Le acercó su mano con la intención de separar el alma de su cuerpo. Daliana, continuando con su lucha para liberarse, intentaba comprender el por qué tomó la decisión de ir al inframundo por su abuela, el por qué no confió en Serafina cuando esta le dijo que su abuela estaba bien. Luchó y luchó, aferrándose a sus ganas de vivir. Miró a su abuela al momento en que toda su vida se desfiló ante sus ojos, y tras dejar salir una lagrima, dijo:

—Este será mi final. —Su voz se quebró—. Lo lamento mucho, abuela.

Hela le cubre la cara con su mano, comenzando a trabajar con la extracción del alma, pero en ese instante, un vago fragmento de los recuerdos de la abuela la hizo reaccionar. Movida por un impulso al ver lo que le hacían a su nieta, corrió hacia ellas y tiró a Hela del cabello. Su única finalidad era ayudar en lo que pudiera a su nieta.

Daliana aprovechó la oportunidad y le pidió a Dante que mordisqueara las serpientes que la aprisionaban. Una vez se liberó, no perdió tiempo y recitó el hechizo que lo transformaría en una bestia más grande, y subiéndose a su lomo rápidamente, observó como se llevaban a su abuela a otro lado.

—¡Corre, Dante! —gritó

Al pasar nuevamente por el Tártaro, evadió al perro Garm, a los monstruos y pasó entre un conjunto de rocas picudas como si se tratara de una carrera de obstáculos. Vio finalmente el orificio por donde entraron y aumentó la velocidad, pero en el momento en que Dante saltó para atravesarlo, un celaje lo dividió en dos partes iguales, que al instante cayeron en tierra.

—Pero… ¿qué pasó? —se preguntó así misma Daliana mientras veía abismada el cuerpo de su pequeño amigo.

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Al regresar a casa después de un día entero de búsqueda, Gina recibió una visita inesperada.

—Debemos hablar, Gina —requirió Morgana al llegar.

Evangelio CarmesíWhere stories live. Discover now