13: En familia

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Un candelabro lleno de velas de fuego blanco ardía en la mesa. Sargas encendió la punta de su servilleta con la llama, hipnotizado con las pelusas de humo que se desprendían de la tela.

Su madre carraspeó y el heredero alzó la mirada sin mover el rostro. Captó la reprimenda, así que sacudió la servilleta para apagarla y se dejó caer con desgana en la silla.

¿Qué tanto se tardaba la princesita en arreglarse? Hasta Antares, que llevaba más anillos que dedos y una oreja decorada completa por un solitario escorpión de oro, ya estaba a la mesa coqueteando con la persona que servía la comida.

¿No sabía hacer nada más que sonreír el muy vanidoso? ¿Eso era lo que las estrellas destinaron como futuro rey de tan importante imperio? Sargas prefería comerse sus propias tripas a ver a ese sinvergüenza sentado en el trono que creyó sería suyo desde el instante en que aprendió a creer cosas.

En ese momento entró la reina y Antares se levantó de inmediato.

—Madre, te he guardado un...

—Calla —cortó la reina—, a nadie le agrada un lamebotas.

Y dicho eso, se sentó junto a Sargas, quien se levantó y se sentó un asiento más lejos.

Si ella creía que tratando de ese modo a Antares iba a demostrar que amaba más a Sargas y así él la perdonaría, estaba muy equivocada.

Acto seguido llegó el rey, al que Sargas intentó no mirar ni de refilón. No sabía si sería capaz de evitar en sus ojos la añoranza de ser tratado como a un hijo, incluso estando destruido por la noticia de que de hecho no lo era.

Sus dedos golpetearon la mesa para aminorar su impaciencia. ¿Qué estaba esperando? ¿Un saludo?

Eso lo airó, consigo mismo más que nada. Estaba avergonzado de esa sensación, y decepcionado de no ser capaz de suprimirla.

Así que siguió el golpeteo, y a medida que crecía su impaciencia, más invasivo era el ruido de sus uñas contra la madera, más apremiante el movimiento de sus dedos, más envolvente el eco que...

—¿Podrías, por favor, dejar de hacer eso? —preguntó Lesath Scorp, rey de Áragog, con la tranquilidad de quien pide más vino.

Los dedos de Sargas se detuvieron apenas escuchó la petición, su cabeza gacha fija en su mano inmóvil, con una ligera cosquilla que reptaba del estómago a sus labios. Le instaba a sonreír, porque, sin importar nada, había captado la atención del hombre que lo mantenía aislado como a una mascota molesta.

—Primero que nada se saluda —reprochó la reina entre dientes a su marido—. Tus hijos ya están a la mesa, por si no lo habías notado.

El rey de inmediato hizo un repaso del lugar, y a continuación miró a su esposa con los ojos apenas entornados.

—¿Es que Shaula ya ha llegado y no la veo?

—Lesath.

—Heme aquí —respondió el rey, como si no hubiese captado el tono de regaño.

Justo en ese instante entraba la antes mencionada, princesa de Áragog y embajadora de Baham: Shaula Scorp.

Era la primera vez que se veían ella y Sargas, y él la detestó de inmediato. Fue la indiscreción de sus ojos en el primer contacto visual, y la altivez de su porte al asistir a una cena tan íntima: ella se creía mejor que ellos, ella se sentía más digna que Sargas de la corona que heredaría.

Sargas podía perdonar que Antares lo mirara de aquel modo. Al final, él era el Scorp de cabellos plateados, no Sargas. Él merecía sentarse en el trono, no Sargas. Pero... ¿Shaula? Ella no era nada. Se salvaba de ser vendida por una suerte de nacimiento, y pese a ello no era mucho más que una matriz costosa.

Monarca [Completa] [Saga Sinergia]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora